Guisantes de Mendel
Por Victor Florencio Ramírez Cabrera
Existe una idea, muy común en México, de que tener auto y moverse en él es sinónimo de éxito. Por lo tanto, la mayoría aspira a tener y moverse en uno.
El problema es que nos quedamos con el paradigma de que necesitamos un auto propio para transportarnos. En realidad eso se traduce en pérdida de horas frente al volante, con todo lo que esto implica. El gobierno perdió también la brújula y se dedicó a realizar obras para facilitar la movilidad en auto dentro de las ciudades, dejando a los peatones (las personas) en segundo plano. Se crearon puentes peatonales en lugar de pasos a nivel, se crecieron avenidas sin considerar al peatón o al ciclista, se distrajeron recursos del metro en la Ciudad de México para segundos pisos gratuitos. El Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo (ITDP) encontró que el 70 por ciento del gasto en movilidad se centra en el auto, cuando el 70 por ciento de la población se mueve en transporte público. El presupuesto al revés.
Los gobiernos hicieron normas que obligaron a construir cajones de estacionamiento en las viviendas, algunos obligaron a hacer gratuito el estacionamiento y hubo gobiernos que llegaron a construir segundos pisos gratuitos dentro de las ciudades para “solucionar el tráfico”. Paralelamente se abandonó el transporte público; se dejó en manos de clientelas políticas y de mafias, se fue deteriorando el parque vehicular, se dieron concesiones a personas sin capacitación para llevar a cabo el servicio y en vehículos en mal estado. Todo esto fue impulsando el uso del auto, lo abarató y terminó por generar una ciudad con tráfico constante, con incremento permanente de la flota vehicular y pérdida de calidad de vida y horas de vida útiles para el trabajo o convivir con la familia.
Es como si un médico, en lugar de atacar la obesidad de un paciente le injertara más piel para que pudiera almacenar más grasa ¿suena lógico?
Así fue la política pública de movilidad y moverse en nuestras ciudades fue cada día más difícil y tardado.
Mientras eso sucedía en México, en otros países del mundo, que han entendido con claridad el reto de la movilidad, se hizo lo contrario: se cobró por el acceso en auto a algunas zonas, se subieron impuestos a combustibles (el litro de gasolina en Alemania cuesta 1.30 euros), se hicieron calles peatonales, se invirtió en mejorar transporte público. La gente camina más, tiene mejor salud, hay menos tráfico, mejor transporte público, más movilidad, más productividad, menos contaminación por autos.
Aunque con dificultades, algunas autoridades locales en México han ido impulsando cambios: construcción de ciclovías, aplicación de parquímetros, creación de rutas BRT (tipo metrobús), concesiones de sistemas públicos de bicicleta, ampliación de banquetas o normas como la que hace unos días modificó el gobierno de la Ciudad de México, todos buscando mejorar la movilidad, acotando el uso del auto.
El problema es que la mayoría sigue en la idea errada de que moverse es andar en auto propio, creen que se debe dar preferencia a la circulación de ellos, a espacio para los autos, no para las personas.
Tal vez por eso, con todos los recursos que tenemos, no podemos acceder al primer mundo: tenemos ideas de tercer mundo y exigimos al gobierno medidas a ese nivel. Cuando toma acciones de primer mundo que tocan nuestra supuesta comodidad, reclamamos para mantener un estatus falso, pues en realidad, como en este caso, nos seguimos ahogando en ríos de tráfico, reclamando el mismo sin ver que, como automovilistas, somos parte del problema.
Al mismo tiempo, los gobiernos han dejado que desear, pues a pesar de contadas excepciones, las luchas por terminar con los modelos mafiosos e ineficientes de transporte público han sido débiles, lerdos y temerosos.
El gobierno suele ser un reflejo de lo que somos como sociedad. En esta ocasión, la autoridad de la Ciudad de México ha tomado una decisión impopular ante conceptos erróneos pero arraigados como el de los autos y la movilidad, pero necesaria y responsable: poner límite al espacio de crecimiento del parque vehicular mediante limitar espacios de estacionamiento en edificios nuevos. Esta medida debería ser replicada en los sitios con problemas de tráfico. Esperemos ahora que la autoridad aporte la otra parte que le toca: más y mejor transporte público; y que nuestra sociedad evolucione a una más inteligente, mejor informada y sin complejos absurdos como el del auto.
