Con el libro La región más transparente el autor explica cómo es México, el país del instante, donde el mañana es improbable y peligroso y donde se cuestiona ¿ha sido traicionada la revolución?
Carta de Boston
Por Pedro Ángel Palou /@pedropalou
Cada quien tiene al Carlos Fuentes que se merece. En México, gazmoños, pacatos, envidiosos y ególatras nos han impedido leer sus últimas obras con desparpajo. Con placer. Ahora vuelvo a la región con gusto, para que les duela. En estos días no ha faltado quien diga incluso que Fuentes ya estaba muerto. Esos críticos que utilizan cualquier pretexto para hacer correr su bilis en forma de tinta. Lo cierto es que ahora empieza otra vida, la estrictamente literaria, sin la persona de carne y hueso que lo acompañó por 83 años.
Cuando salió a la luz pública La región más transparente, Fernando Benítez escribió en México en la cultura: “Cualquiera que sea el destino del libro mexicano, ya no le espera el miserable y caduco ninguneo”. Todos hablaban y escribían de la novela. ¿Quién tuvo el valor para escribir páginas tan dolorosas, tan enfebrecidas y tremendas?
Cronológicamente, La región más transparente es la primera novela de Carlos Fuentes, en ella la Ciudad de México ocupa el primer plano. El título es irónico, pero para reflejar la vida caótica, violenta y (a los ojos de Fuentes) absurda de la capital, el relato se rompe, se fragmenta, se vuelve un rompecabezas gigantesco con miles de pedazos esparcidos, yuxtapuestos sin orden lógico ni cronológico. Novela-collage sin héroes, es la historia de un ser colectivo. El relato se hace picadillo, aquí puede estribar la influencia de Jhon Dos Passos con Manhattan Transfer o de la trilogía USA, para convertirse en un conjunto descabellado de canciones populares, comunicados de prensa, trozos de discursos, anuncios luminosos, recreando las horas agitadas y violentas de La Revolución de 1910 o el falso brillo de La dictadura de Porfirio Díaz.
En el centro de la novela y de las preocupaciones de los personajes: La Revolución de 1910. Pero la novela no es un relato de lo sucedido, suplementaria. Es a la vez un balance prospectivo que escapa a la esclerosis con la que esta forma romántica parecía golpeada desde hacía muchos años, como ha subrayado Manuel Pedro González. Cuarenta años después, Fuentes formula la pregunta: ¿Ha sido traicionada la Revolución? Y frente al desajuste entre el entusiasmo del pasado y la palidez del presente, cada personaje se siente más o menos culpable. Las palabras “compromiso, revelación, justificación, demostración, prueba”, vuelven constantemente.
A partir de La región más transparente, la visión se amplía y se profundiza simultáneamente a través de la descripción de la vida urbana, es el alma, la personalidad, la identidad de México lo que se trata de encontrar y definir. Aunque está centrada en el país, la novela es global. En varias ocasiones los diferentes personajes plantean la interrogación esencial: ¿Quiénes somos? Y cada cual trata de dar su respuesta con más o menos convicción y satisfacción. El banquero Robles, los intelectuales Manuel Zamacona y Rodrigo Pola, el misterioso y omnipresente Ixca Cienfuegos, cuyo papel parece ser precisamente el de conducir a los personajes a “revelarse”; la masa de los macehualli, el pueblo, los eternos jodidos. En esa búsqueda de la identidad se ha planteado el dilema: ¿Debe México volver a los primeros tiempos de los grandes mitos precolombinos, debe de nuevo hacer sacrificios al culto de Quetzalcóatl y restaurar la herencia cultural y religiosa de los aztecas, a fin de resistir la ola del materialismo y arribismo que revienta en el país, debe proclamarse con Ixca Cienfuegos, que México es algo fijado para siempre, incapaz de evolución? ¿Se debe, por el contrario, como lo sostiene Federico Robles, hacer tabla rasa en nombre del capitalismo triunfante y adorar a esa diosa moderna del consumo y de la alineación que Fuentes ha bautizado con todo el sarcasmo del que es capaz Pepsicóatl y sobre la cual volvió en posteriores ensayos? A esta cuestión el autor responde con otras interrogantes, con esa virulencia que le distingue. Encuentra en la ocasión la verba satírica que no es solamente acción de los escritores, sino que pertenece asimismo a la tradición de los pintores y grabadores mexicanos. Esta violencia y esta virulencia traducen la alineación que es, a los ojos de los escritores y artistas, el sello del México actual. En esta novela se traslucen esencialmente a nivel del lenguaje, a la vez brutal y tierno, plagado de norteamericanismos (de Gabriel y sus compañeros), desabrido y anquilosado por una acumulación de expresiones francesas y norteamericanas en el caso de la fauna intérlope que frecuenta los cocktails-parties.
La región más transparente se abre y se cierra con dos grandes visiones líricas, de imágenes flameantes y distorsionadas. Tras el panorama crítico se dibuja la evocación extrahistórica de las grandes líneas de fuerza de México: omnipresencia de la muerte, conciencia de la culpa, necesidad del sacrificio, intemporalidad.
México es el país del instante
–explica Carlos Fuentes–. El mañana es absolutamente improbable y peligroso, pueden matarlo a uno en un bar a la vuelta de la calle. El sentido permanente del sacrificio para mantener el orden del cosmos ha sido en el país el triunfo final del mundo indígena.
A partir de esa novela México ya nunca será el mismo, ¡Queremos tanto a Carlos! ¡Como extrañamos a Carlos!
