Puebla apareció en el radar de sus operaciones en 2013, cuando José Nava Romero murió baleado en un palenque clandestino en San Antonio Cacalotepec, de Tlaxcalancingo
Por Mario Galeana
El cártel de Los Rojos florece por la Mixteca poblana como los pequeños botones escarlata de la amapola que siembra en la zona de La Montaña del estado de Guerrero, donde salió para extenderse a otros estados.
Puebla apareció en el radar de sus operaciones con la sangre: en 2013, José Nava Romero cayó abatido por los impactos de un rifle-R15, durante la realización de un palenque clandestino en la comunidad de San Antonio Cacalotepec, del municipio de Tlaxcalancingo, a menos de una hora de la capital.
José era hermano de Jesús Nava, asesinado desde 2009 y conocido en los últimos años de su vida por su apodo y encargo: El Rojo, jefe del brazo armado del Cártel de los hermanos Beltrán Leyva, uno de los más antiguos y poderosos en la historia criminal del país.
De Los Rojos en el territorio poblano se supo poco hasta el 28 de febrero de 2016, cuando la Procuraduría General de la República (PGR) y de las secretarías de la Defensa Nacional (Sedena) y de la Marina (Semar) anunciaron la detención de Ángel Villalobos Arellano, líder del cartel en Guerrero y, por tanto, de la siembra de amapola.
Villalobos Arellano comía en el restaurante Las Espadas, en Atlixco, antes de que las sirenas cercaran el lugar y lograran su detención.
Este hecho dio indicios de que la Mixteca poblana es, hoy, territorio rojo. El más reciente apéndice del paso de la organización criminal por esta región es el cateo de un rancho que uno de sus líderes poseía en Acatlán de Osorio.
Alejandro Herrera Estrada, conocido como El Chino, llevaba al menos dos años viviendo en aquel lugar, donde alimentaba a dos caballos de raza española de la casa Pedro Domecq, así como a otros 102 animales exóticos.
Y a la cadena de localidades que retumban al paso de Los Rojos se puede agregar también a Tulcingo de Valle: el diamante de la Mixteca, donde los rumores de balaceras contra supuestos integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) corren con la misma velocidad que el plomo y la muerte.
Tulcingo: el diamante rojo
La tarde caía aquel 15 de marzo de 2017 sobre las calles de Tulcingo del Valle, antes de que las balas quebraran el trajín diario del municipio.
Cuando los vecinos se acercaron al lugar de los estallidos, los cuerpos del propietario de una tienda de abarrotes y su empleado yacían sobre el piso ensangrentados y baleados.
Los reportes periodísticos señalan que los disparos vinieron desde una camioneta negra blindada, pero no hubo comunicado oficial de las autoridades ni alguna aprehensión que confirmara las versiones.
En los medios se dijo que se trató de un “ajuste de cuentas” y quien platique con los pobladores de Tulcingo notará que, desde hace unos años, las extorsiones, cobros de piso y secuestros son lugar común en la conversación diaria.
“Aquí ya dejaron entrar a gente de Guerrero y el alcalde Emilio Delgado de Dios no hace nada. Esto ya está muy complicado”, dice una vecina a 24 Horas Puebla, bajo el amparo del anonimato.

Aquella doble ejecución corrió también entre las páginas de Facebook de la comunidad de Tulcingo. TulciRanch y Vive Tulcingo, dos de los principales portales de divulgación en aquella zona, dijeron que aquel incidente era parte de una “ola de violencia” que vivía el municipio desde hacía meses.
Y es que aún estaba fresca otra ejecución múltiple registrada en Tulcingo, pero acaso más violenta.
La madrugada del 8 de noviembre del año pasado cuatro cuerpos fueron encontrados en un paraje. Tres carbonizados, uno de ellos calcinado; todos, sometidos al tiro de gracia.
Según reportó la Fiscalía General del Estado (FGE), a unos 10 metros se encontraba también un automóvil. En los medios locales los homicidios fueron atribuidos a un justiciero, pues se aseguró que las cuatro personas eran integrantes de una banda proveniente de Oaxaca que se dedicaba al robo.
Pero los asesinatos –su violencia brutal– difícilmente habrían sido cometidos por una persona.

Las fichas rojas
Los Rojos nacieron como un brazo armado del Cártel de los hermanos Beltrán Leyva, pero con la muerte de Arturo en 2009 –el líder máximo de esta agrupación criminal– la pequeña célula pasó a ser dirigida por Édgar Valdez, conocido como La Barbie, quien fue apresado en 2010.
Para entonces, Los Rojos operaban ya en el Estado de México, pero especialmente en Morelos y Guerrero.
Dedicados sobre todo a la siembra de amapola en la violenta región de La Montana guerrerense, el pequeño cártel diversificó sus operaciones hacia el secuestro, la extorsión y el cobro de piso.
Su nombre cundió las páginas de los medios nacionales cuando ocurrió la trágica noche de Ayotzinapa: 43 estudiantes normalistas que, confundidos con presuntos integrantes de Los Rojos, fueron desaparecidos posiblemente por el Cártel de Guerreros Unidos.
Al catálogo de delitos que iba en ascenso se le añadió también la expansión. Y así fue como en 2013 se supo de la muerte de uno de sus líderes, José Nava Romero, en un palenque clandestino.
No hubo detenciones y el móvil tampoco quedó esclarecido. Quedaron sólo las balas y el cuerpo del lugarteniente criminal.
Ángel Villalobos Arellano fue el siguiente líder de Los Rojos vinculado al estado de Puebla. Señalado por la siembra y cosecha de amapola, el procesamiento de heroína y homicidios de líderes campesinos, Villalobos Arellano llegó al estado después de noviembre de 2015 para tender sus redes, según reportes de inteligencia.
Duró muy poco. Las autoridades federales detectaron que el jefe criminal se había mudado a Atlixco y, el 3 de marzo del año pasado, en una de sus tradicionales comilonas, fue detenido. Le hallaron dos armas de fuego, 11 cartuchos útiles y un vehículo blindado.
Dos meses más tarde, el periodista de nota roja Alfonso Ponce de León reveló que, posiblemente, un jefe criminal más de Los Rojos habitaba en la Mixteca poblana.
Se trataba de Alejandro Herrera Estrada, conocido como El Chino. En su columna periodística, Ponce de León dijo que el delincuente era propietario de un rancho ubicado en el camino hacia la inspectoría de Los Lobos, en Acatlán de Osorio.
Un año y tres meses después, la Sedena y la Semar catearon el inmueble: hallaron dos caballos pura sangre que habían sido robados mientras eran transportados a una competición en Huajuapan de León, 13 camionetas y autos de lujo, así como otros 13 vehículos con reporte de robo.
Pero de Herrera Estrada nada. Tomó lo que pudo y, junto a sus hombres cercanos, huyó antes de que los colores militares peinaran el lugar.
(Con información de Berenice Martínez)
