Lector Curioso
Por: Rebeca Alcaide /@rebeccaalcaide
El mal es una concepción que existe desde la creación del hombre, basta con leer la Biblia, las encriptaciones sumerias, egipcias, la cultura griega, a Virgilio, Tomás de Aquino, San Agustín, Platón, Maquiavelo e incluso al propio Nietzsche y demás autores.
Ahora, abordaré el tema de los demonios humanos en esta modernidad líquida de Bauman.
Entender que el mal es un factor objetivamente existente de manera fáctica es algo innegable, aunque siempre tratamos de justificar la maldad o negarnos a buscar la maldad que habita en nosotros, quizás porque somos incapaces de entender que en nuestros adentros hay una geografía simbólica del mal heredada por nuestros ancestros o genéticamente.
Sin embrago, como lo dice Donskis en el ser humano también hay una dicotomía del mal y el bien, ya que, se puede ser bueno y malo a la vez, se puede hacer el bien y el mal a la vez, pero eso nos coloca en el centro del infierno, allí es donde yacen los demonios.
Los demonios no son otra cosa que, la tibieza del uno mismo, la falta de conciencia, racionalidad y disertación; los demonios son esas sombras que no nos permiten avanzar hacia la tranquilidad, los demonios son la falta de claridad y la tortura más profusa de nuestro ser.
Y cómo se generan estos demonios, muy sencillo a partir de una modernidad líquida es decir, la sociedad adiafórica en la que vivimos, las personas -a cualquier edad- no se preocupan por las consecuencias éticas de sus actos y esto se da porque ningún acto es razonado o disertado por lo tanto, las acciones no se autorregulan.
La sociedad de este siglo XXI no quiere autorregularse porque no desea hacerse cargo del último reducto de conciencia. Y quizás para alcanzar esa conciencia necesitamos un espejo que evidencie nuestro actuar y la consecuencia del mismo, porque de lo contrario esta situación nos lleva a la deshumanización y sólo nos deja en el hedonismo efímero y vacío existencial del hombre.
Pues, como lo postula Gustavo Gutiérrez "ha muerto el prójimo" y sólo nos preocupamos por nuestros deseos, gustos, satisfacciones personales y nos olvidamos que nuestros actos pueden lastimar, dañar al otro y eso es un demonio que a la larga nos deja en cautiverio de por vida, generando así una expresión del mal.
