La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
El dolor es parte intrínseca de la vida. Es más; la vida, como dice un personaje aterrador de Philip Roth, es el breve tiempo en el que estamos vivos. Y en ese tránsito es natural padecer ciertos trastornos. Finalmente el cuerpo es una máquina imperfecta a la que, de pronto, se le descompone una de las piezas, o varias simultáneamente.
Desde niños nos enseñan a describir nuestras dolencias. Somos ignorantes y es casi imposible que uno, a esa edad, pueda decirle al médico: “parece que tengo una obstrucción intestinal, lo que devino peritonitis”. Eso en la voz de un infante suena impostado, hasta mamón, así que le decimos al médico (con nuestra molesta vocecita infantil): “me duele la panza y no puedo hacer caca, doc”. Entonces el médico manda a hacernos estudios para, con sus artes adivinatorias, diagnosticar pronto nuestro mal, y así eliminar el dolor.
El resto de nuestro vida seguiremos teniendo algún tipo de dolor. Hay gente más enfermiza que otra, por decirlo de alguna manera, que conforme pasa el tiempo debe acostumbrarse a los trastornos y poco a poco aprende a vivir con ellos.
Los consultorios siempre están llenos de personas que van en busca de una cura. Por eso ser médico es una profesión muy codiciada. Hay dinero (mucho, si se es bueno) de por medio, y siempre habrá enfermos. En esta vida lo más probable es que enferme uno de algo, si no, pues… estaríamos muertos.
Enfermamos y buscamos consuelo. Y buscamos ese consuelo con las personas que nos quieren, por decir algo obvio. Le decimos a nuestra madre o a nuestro hijo o a nuestro marido: “me duelen las piernas o el estómago o la cabeza”. Y vamos a la farmacia para comprar algún bálsamo cuando creemos que no es nada grave. Un dolor pasajero, decimos.
Está muy de moda acotar que el cuerpo es nuestro templo sagrado y bla bla bla. Amamos al cuerpo y le rendimos culto al cuerpo. Idolatramos y damos tanta importancia al cuerpo que hoy más que nunca lo ejercitamos para lucirlo. Hacemos dietas, retiramos algunos alimentos dañinos y procuramos “ese templo”. Sí… como decimos amar nuestro cuerpo no nos avergonzamos de él. Sería ilógico avergonzarse de algo que, por lo general, cuidamos y queremos presumir. Somos fuerte, decimos. Y compramos mil y un menjurjes para que el cuerpo se vea lozano, hasta lustroso.
Pero hay una parte del cuerpo que suele enfermar muy a menudo, porque simplemente los que no tenemos esos hábitos ascéticos estamos expuestos a enfermar esa parte. Es una parte que da pena mencionar y es increíble que dé pena mencionar pues es un integrante importantísimo de nuestro cuerpo, es decir, es la base del templo.
Justo ahora que escribo sobre estos padecimientos, tengo que buscar las palabras para no ofender a los castos que parecen ignorar que también tienen esa parte, y puede ser que muy enferma, eh.
Regreso al tema: uno va al cardiólogo, al otorrino, al dentista y al ginecólogo, pero siempre es muy penoso, y en realidad molesto, tener que visitar a un proctólogo. Sí, el encargado de supervisar el buen funcionamiento del sistema excretor, es decir, del ano, es decir, del culo.
Avergonzarse del culo es muy desafortunado y casi vil . Uno va diciendo por la vida que le duele la cabeza y la panza o que tiene una muela podrida, y somos incapaces que confesarle a nuestros amigos que tenemos un padecimiento en el culo, cuando tener un padecimiento en el culo es de lo más natural, pues le damos un gran uso, a veces un uso rudo. El culo es una de las partes más “heavy duty” del cuerpo. Sobre él nos sentamos. Gracias a él sacamos los desechos que no necesita nuestro cuerpo, ese templo. Entonces es perfectamente normal que de pronto enferme. Más si nos encanta comer grasas y chile e irritantes de todo tipo. También es muy recurrente que las madres que tuvimos a los hijos mediante el canal de parto, padezcamos de hemorroides. No hay algo más lógico, pues con la pujadera las venas vecinas del perineo y del ano se infartan y pueden colapsar. Pero ¡ah, qué complicado es hablar de esto! ¡Qué penoso revelarle al mundo que uno posee un culo como la mayoría de los seres vivos!
Por esa pena estúpida, mucha gente pasa tiempo considerablemente valioso sufriendo en el más triste silencio.
Quien tiene hemorroides siente que los amigos no lo ven a él o a ella, sino a la hemorroide en sí. Aunque la gente no tiene la menor idea que uno traiga un problema “ahí”, porque somos bien machos para disimular, uno cree que cuando llega a algún lado, los amigos y los enemigos dicen: “mira, mira, ahí viene la Hemorroide Pérez y trae de la mano a Pepe o a Juana”. Cuando eso es completamente falso. Es un invento de nuestra cabeza atribulada por la hemorroide. Es un pensamiento catastrófico de nuestra mente herida, que más bien parece ser pensado por nuestro culo herido.
No, señores, créanme que no es así. Los únicos que se acongojan por el estado de nuestros culos son nuestros culos mismos. Nadie más. Nadie se da cuenta, a menos que la cosa esté ya muy muy grave y empiece a sangrar ese nudo molesto que nos negamos a extirpar porque además nos da miedo y pudor ir al proctólogo. Nos aterra hablarle siquiera.
No existe una policía cibernética del culo. No, señora, señor. Los gobiernos espías no cablean los teléfonos de los enfermos del culo para ver en qué etapa va la hemorroide.
A nadie le interesa en realidad si uno trae ya la hemorroide como una molleja de pollo pendiendo del trasero.
La secrecía es lo que nos mata. El miedo, el horror, el pánico de tener que ir a empinarse frente a un médico que seguramente también ha padecido algo similar.
¡Qué vergüenza!, dicen las mujeres luego del parto, cuando descubren que algo anormal asoma de una parte tan innombrable. Y así pueden pasar meses y años, y el humor les cambia para mal. Están molestas porque no se sienten ni se sientan bien.
Lo peor es que el enfermo del culo prefiere aguantar y hasta pagar la penitencia de sus excesos alimenticios con tal de no ser exhibido en ese horrible crimen.
Estar enfermo del culo es más recurrente en las personas que tienen un nivel de vida de medio a elevado, es decir, los ricos casi siempre enferman del ano porque son ellos los que le entran con más gusto al trago, a las grasas y al tabaco. Esto sin contar el factor estrés, tan usual en los pequeñobuergueses.
También los que pasamos muchas horas sentados hacemos flojo a nuestro colón. Creemos que la así llamada comunidad artística vive muy feliz y que sus enfermedades son más bien mentales, pero eso es falso. Víctor Hugo escribía parado porque no aguantaba el ardor que le generaban las almorranas. Así de miserable fue Hugo, mientras escribía Los Miserables. Al igual que Hemingway, que no se dejó inspeccionar el culo nunca porque él era muy viril. Entonces ahogo a sus hemorroides con daiquirís en el Floridita.
Es terrible vivir con una enfermedad así, y lo más terrible es que la cura existe, y no hablo de pastillitas ni cremas. El uso de las cremas es el método más humillante de todos. Ésa es la verdad.
¿Usted conoce a alguien que tenga hemorroides? ¿Usted tiene hemorroides y sufre porque no se atreve a ir al médico?
Pues déjeme decirle que de ser así, está usted bien tonto del culo. Voltee a ver su cuerpo, ese templo. Usted, que seguro es un chilletas, ha corrido a urgencias cien veces por una cefalea o una torcedura de pie. Usted cree que se ama porque atiende el llamado de la enfermedad. Sin embargo ha abandonado a su culo. Ahí está el pobre, todo inflamado y dolorido. Solo. Es los que se conoce como un “bleeding heart”.
Eso, querido lector, es negligencia. Es más que negligencia, ingratitud.
Piense que uno nomás tiene un estómago, y lo cuida. Uno nomás tiene un corazón, y lo cuida. Uno nomás tiene un cerebro, y lo cuida.
¿Cree que es más nauseabundo el culo que la boca?
Pues está usted muy equivocado.
Escribo esto con tanta vehemencia a nombre de todos los camaradas que han padecido un mal del culo.
¿Se siente usted observado?
¿O ya ha aprendido a vivir con su hemorroide y hasta la ha bautizado y le tiene cierto cariño?
De ser así, procúrela, mírela crecer, ofrézcale la compañía de una hermanita.
Si no, no sea usted masoquista y pare de sufrir.
