Bitácora

Por Pascal Beltrán del Río

Durante la etapa autoritaria del país, el Presidente de la República elegía “por sí y ante sí” a quien sería no sólo el candidato presidencial del PRI, sino, de hecho, su propio sucesor, pues el partido tricolor no tenía competencia real en las urnas.

Era frecuente que en las etapas finales del sexenio, cuando se acercaba el momento de tomar la decisión, aquellos que se sentían presidenciables movían a sus huestes para crear la sensación de apoyo popular.

También es cierto que, en alguna medida, aquello que en la jerga política se conocía como bufalada tenía un componente de lambiscones espontáneos y otro de enviados por parte del gobierno. 

Pero los presidenciables se equivocaban al creer que la bufalada influenciaría la decisión del mandatario en turno, que éste tomaría, como digo, “por sí y ante sí”.

Hubo ocasiones en que coincidió que la bufalada atinaba al nombre del sucesor, como ocurrió en los sexenios que terminaron en 1946, 1964 y 1970.

Esas veces, la mayor cantidad de búfalos corrió por Miguel AlemánGustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, respectivamente. Sin embargo, sucedió más veces que las bufaladas se equivocaran, como en 1952, 1958, 1976, 1982, 1988 y 1994.

Esas veces, la mayoría de los búfalos cargó equivocadamente a favor de Fernando Casas AlemánGilberto Flores MuñozMario Moya PalenciaPedro Ojeda PaulladaAlfredo del Mazo y Manuel Camacho Solís, respectivamente. Como ya sabemos, los ungidos fueron otros.

En 1994, un connotado priista dijo al presidente Carlos Salinas que el candidato del PRI debía ser el regente capitalino Camacho Solís, porque “todos lo apoyan, hasta los enemigos del régimen”. Ante eso, Salinas respondió: “Pues que entonces lo postulen los enemigos del régimen”.

Con ello, el presiente Salinas dio cuenta clara de que la popularidad no era un factor determinante para designar al candidato.

Yo no tengo duda de que esta vez también será una decisión fundamentalmente del Presidente de la República quien se convierta en candidato del PRI. Y estoy seguro, asimismo, que la popularidad de los presidenciables no influirá de forma importante en su ánimo a la hora de escogerlo, si no es que ya lo escogió.

Esta vez se ha dado un fenómeno inédito: los aspirantes han comenzado a moverse por sí mismos, como comenté en la Bitácora el lunes pasado (Los movidosExcélsior 21/VIII/2017).

Si fuera uno solo el que se moviera, sería una casualidad, a lo mejor incluso una imprudencia. Pero fueron cinco en una misma semana (José Antonio MeadeEnrique de la MadridJosé NarroAurelio Nuño y Miguel Ángel Osorio Chong).

Eso no es casualidad, sino —claramente, a mi juicio— una instrucción presidencial.

Es decir, los aspirantes fueron instruidos de moverse —quien quiere aparecer en la foto debe moverse, me dijo en entrevista el presiente Enrique Peña Nieto, en marzo de 2016— y a convocar ellos mismos a los búfalos.

Ya después se dio una confirmación de que los cinco mencionados forman la lista de presidenciables. Lo hizo, en una declaración pública, el senador Emilio Gamboa, el jueves de la semana pasada.

La lista de Gamboa se parece mucho a la que hizo Leandro Rovirosa Wade, entonces secretario de Recursos Hidráulicos, en 1975.

En una gira del presidente Luis Echeverría por Morelos, Rovirosa dijo a los reporteros que los aspirantes eran siete. La intención era frenar la ambición sucesoria de Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación, quien era, como ya dije, el favorito de los búfalos.

¿Cuál pudo ser la intención de enviar a Gamboa a hacer pública la lista? Quizá reiterear que el canciller Luis Videgaray no está en el juego de la sucesión. Ya lo sabremos.

Pero que no se equivoquen los cinco mencionados por el líder de los senadores del PRI, y no se equivoque usted: éste no es un concurso de popularidad.

Al margen de cuál de las autobufaladas es la mayor, y al margen de los mecanismos públicos de postulación que se anuncien por parte del PRI, la decisión será del presidente Peña Nieto.

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