La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Husmeando las revistas de corazón de este mes, me topo con que casi todas traen, mínimo, un artículo sobre la muerte de Lady Di.
Me acuerdo perfectamente que cuando se dio a conocer la muerte de Diana de Gales, la mañana del 31 de agosto del 97, era domingo e íbamos en familia rumbo a un changarro donde vendían barbacoa de chivo.
La noticia que estremeció a casi todo el mundo, estremeció también a mi mamá, quien, créanme o no, era muy parecida a la princesa de corazones.
Supongo que la noticia le pegó duro a mi madre porque además del parecido físico, que siempre le señalaban los amigos, compartían fechas próximas de nacimiento y el mismo tinte rubio cenizo.
Los ojos de mi madre en la foto de su boda son los ojos de Diana en la suya. Las dos no sabían bien del todo porqué se estaban casando con sus respectivos peoresnada.
Las dos descubrieron el mismo día de su boda que sus maridos no eran exactamente como se habían bosquejado durante el noviazgo: Carlos amaba a una tipa que parecía espantapájaros, y el marido de mi madre se presentó ebrio a la ceremonia que los uniría para siempre. Por lo tanto las dos, Diana y mi madre, lucen en sus fotos de matrimonio unas caras de lo más desencajadas.
Con el tiempo, la vida fue acercando más a este personaje de la realeza a mi madre, y mi madre seguía todas las publicaciones que se hacían sobre ella.
Mi madre también se vestía como Diana: primero muy modosa, con faldones de cuadros y pañoletas al cuello, y poco a poco, el tiempo y las decepciones personales fueron destapándolas, hasta llegar a la plenitud de su madurez con unos cuerpos bien torneados, un cabello galopante siempre corto, y ataviadas de vestidos cada vez más provocativos.
Como Diana, mi madre tuvo dos hijos. Pero en este caso fuimos un niño y una niña, y como Diana, el mayor de los hijos siempre fue responsable y correcto, mientras que el menor (o sea yo) un desmadre absoluto.
Así que íbamos hacia la barbacoa y mamá le subió a la radio para escuchar mejor la noticia y vi que una sombra nublaba sus ojos. Llegando al changarro barbacoyero, el señor que preparaba la barbacoa tenía puesta la televisión en el canal 2, donde no recuerdo muy bien quién hacía la reseña de la noche triste en el Puente del Alma en Paris.
Mi madre, como Diana, vivió muchos años evitando a la familia de mi papá, que nada tenía que ver con una familia real, pero sí era, lo que suele decirse, un ligero y punzante dolor de huevos. Otra similitud entre ambas.
Nunca nos enteramos si mi papá tenía su respectiva Camila Parker, pero suponemos que sí hubieron dos o tres casquivanas que amenazaron con derrumbar nuestra casa.
También mamá, como Diana, cada año iba adelgazando más y más, y si bien no se tiró a la bulimia, comía todo el tiempo porciones de pájaro.
A diferencia de Diana, mi madre no botó el arpa y siguió al lado de su adorado tormento. Quizás lo que le faltó a su historia fue que apareciera un Dodi Al Fayed en un suntuoso yate. Pero como no fue así, esa mañana del 31 de agosto (que curiosamente es el día en el que mi madre cumple años) llegamos a la barbacoa y desayunamos copiosamente. Todos menos mamá. Ella estaba de luto y hasta la fecha sigue siendo igual de delgada como Diana en sus mejores años.
