24 Horas España
Por: Alberto Peláez / @pelaez_alberto
Puebla es una pintura colonial recién restaurada. Sigue conservando su aroma melancólico, vetusto, mezclándose con una modernidad abrumadora.
El aire que se respira en Puebla es una espiral, una enorme columna salomónica de su Catedral que intenta arrancarse a jirones para correr sin quietud y compulsiva hacia la otra Puebla, la paralela, la futurista, sí esa donde se yergue enhiesto el Museo del Barroco, una pieza única, vanguardista, irrepetible, un museo que le hace ojitos a un futuro más allá de lo que alcanzamos a conocer y que se confunde con las piezas barrocas retorcidas, recargadas, decadentes , en un perfecto maridaje.
Porque allí, en esa Puebla del futuro todo es sobrio, límpido, inmaculado. Sus vías para bicicletas, sus edificios domóticos hacen un juego perfecto que adorna a mi Puebla, a la Puebla de siempre, a la que conocí siendo un niño.
He visto como Moreno Valle y Luis Bank y Toni Galli y sus diferentes administraciones han sabido implementar con acierto trabajos efectivos y sin estridencias. Y lo digo porque lo acabo de vivir.
Recientemente fui a Puebla con mi familia. Hacía años que no lo visitaba. Mi asombro fue de tal magnitud que no sabía hacia dónde mirar. Allá donde lo hacía admiraba una joya. El Popo guardaba celosamente de su amada en un día sin nubes.
En el Centeo Histórico mis pasos se perdían entre el suelo adoquinado , limpio, impoluto llevándome sin querer al barrio de los pintores donde estampaban pensamientos oníricos y sensuales como las sonrisas de las poblanas , tan cautivadoras como su gastronomía, su chile enogada, el mole o la Palafoxiana que sólo podía estar en Puebla.
Camino y camino y sigo caminando, atisbando casa policromadas y edificios con relieves que quieran arrancarse de cuajo. Y por eso, porque estoy borracho de arte y de poblanos amables, cariñosos, entrañables sufro otra vez el mal de la nostalgia porque ya volví a España.
Me quedo con ese regusto de que nadie podrá arrebatarme lo vivido, atesorando en mi memoria esa puesta de sol en aquel mirador que algún día fue basurero y que lo rescataron para poder otear, así como lo hace el Popo , a la bella ciudad de Puebla.
Me quedo con los pasadizos que, con sus venas surcan Puebla y que los poblamos pensaron que eran imaginarios y que gracias a la audacia se descubrieron que existían. Los recorro con la misma ilusión que un niño con un juguete imaginándome que, gracias también a esos subterráneos, pudieron defender a la heroica ciudad.
Me vuelvo a España impregnado de un olor profundo de barro y maíz, de lluvia y calor, de mole y café de olla, de pasado y futuro. Me marcho embriagado de Puebla y su personalidad paciente, patente como un premio a una paz que pide perdón por el éxito.
No quisiera terminar este artículo sin felicitar a Mario Alberto Mejía. Escribo de un gran hombre, lleno de sabiduría, escritor, periodista, intelectual con un alma elevada. Mario Alberto me invitó a participar de esta ilusionante aventura que es 24 Horas de Puebla el pasado año. Hoy me siento partícipe de esta casa.
Felicidades querido Mario Alberto porque nos vamos acercando al segundo aniversario del periodico. Esas sí que son buenas noticias
