Disiento
Por Pedro Gutiérrez / @pedropanista
El PAN cumple esta semana 78 años de ser el partido sinónimo de la democracia y libertades en México. Para panistas como el que esto escribe, qué mejor manera de festejar un año más de Acción Nacional que hacerlo con un pequeño homenaje a Carlos Castillo Peraza, egregio miembro del partido, quien murió un 9 de septiembre del año 2000.
Hablar o escribir de Castillo Peraza no es tarea fácil. Sin embargo, sólo referenciarlo nos invade de alegría a quienes lo admiramos en vida y alguna vez, por fugaz que haya sido el momento, tuvimos la oportunidad de dialogar y aprender de él.
Filósofo por convicción, Carlos Castillo estudió dicha especialización en Roma, para luego trasladarse a Friburgo, Suiza y dedicarse al estudio de las letras. Escrupuloso castellanista, siempre se preocupó por respetar y hacer respetar nuestro idioma evitando caer en los mentados anglicismos; fue un furibundo crítico de aquellos que, como los cronistas de futbol, les gusta despedazar el idioma (léase el muy divertido artículo Con las patas, escrito en 1998 en la revista Origina y publicado en el libro El porvenir posible, el cual recopila ensayos de nuestro personaje).
Inquieto por la cosa política, en 1967 decide afiliarse al Partido Acción Nacional en su natal Mérida. Entonces comenzó su gran carrera política: lo mismo fue dirigente local que nacional del partido. Fundador y primer director del Instituto de Estudios y Capacitación Política de Acción Nacional; secretario de Relaciones Internacionales del CEN en dos ocasiones; consejero Nacional en 1979 y desde entonces miembro del Comité Ejecutivo Nacional. En el ámbito local también buscó la gubernatura de Yucatán en dos ocasiones: 1980 y 1988. En 1984 contendió por la Presidencial Municipal de Mérida, en donde se refiere que obtuvo una muy alta votación que le hizo ganador aunque nunca se reconoció el triunfo por el sistema político entonces defensor de los fraudes patrióticos.
Como presidente del Comité Ejecutivo Nacional de 1993 a 1996, Carlos Castillo se distinguió por ser el jefe nacional que comenzó a labrar sendas victorias para el panismo a nivel gubernatura y no pocas presidencias municipales de alta importancia en el país, entre ellas, la capital poblana. Además, le correspondió ser el interlocutor, desde la oposición, del gobierno de Carlos Salinas de Gortari. En este contexto, Castillo Peraza siempre fue promotor de un partido que si bien era oposición, no podía ni debía escapar a su responsabilidad de participar en las negociaciones con el gobierno correspondiente; en este sentido, recogía las ideas de Adolfo Christlieb Ibarrola, quien parafraseado por el propio Carlos Castillo decía que la oposición “no sólo debe llenar funciones críticas o de vigilancia, sino realizar aportaciones programáticas”.
Castillo Peraza dejó la presidencia del CEN en 1996, no sin antes dejar su lugar a uno de sus pupilos más avanzados: Felipe Calderón Hinojosa. Para 1997, Carlos participó como candidato a la Jefatura de Gobierno del DF y luchó contra el entonces enemigo histórico dividido en dos facciones: el PRI y el PRD, al cual encabezaba el inefable Andrés Manuel López Obrador.
En 1999 Carlos Castillo deja la actividad partidista de lado y centra toda su atención y tiempo en la escritura, filosofía y reflexión política. Nunca dejó de ser panista, pero estaba cansado de las actividades de partido. Para el año 2000, Carlos dejó de existir entre nosotros, no sin antes presenciar la victoria cultural por la que él mismo luchó toda su vida: la victoria cultural del PAN, coronada con la obtención de la Presidencia de la República. Murió un 9 de septiembre del año 2000 en Bonn, Alemania. Murió mientras descansaba, mientras sus ojos, su mente y corazón estaban profundamente dormidos y en plena reconciliación con Dios.
Con Carlos se fue –lo dicen propios y extraños, panistas y no panistas– quizá el último ideólogo de nuestra democracia. Panista de la talla de Manuel Gómez Morín, Efraín González Luna y Adolfo Christlieb Ibarrola, Carlos Castillo le dio al PAN la luz moral y doctrinaria y la renovación de pensamiento que necesitábamos antes de la transición –al gobierno de Fox le hizo mucha falta alguien como él–. Su tesis sobre el solidarismo –de inexorable lectura para todo panista contemporáneo– es la base y sustento ideológico del PAN nuestro de cada día, del PAN del siglo XXI: “el solidarismo es lo material y lo espiritual, lo personal y lo social, es humanismo político” (ver En la alternativa radical: el solidarismo, publicado en la concitada obra El porvenir posible).
Un gran hombre, un gran panista, un gran mexicano al que hoy, en este humilde artículo con motivo del aniversario 78 del PAN , le rendimos un pequeño tributo.
