La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Hoy más que nunca somos testigos de cómo nadie está preparado para morir. Por más que todos intuyamos que desde el primer minuto de nuestra fecundación comenzamos a transitar hacia ese destino, nadie quiere dar ese paso voluntariamente.
Esta mañana sucedió lo que parecía inevitable: mi amiga Enoé, la gran Enoé González Cabrera, nos dejó después de un proceso largo de recogimiento. Meses y meses de estar sitiada en su propio cuerpo oceánico, escuchando las voces de quien la amábamos. Oyendo, desde una extraña región del silencio, los gritos que hoy manan del exterior. Gritos de gente que, sin duda, se vería abrazada por su generosidad. La generosidad de una amiga notable. De una amiga estupenda…
Cuando Enoé cayó en cama comencé a leer a Michel de Montaigne, y de entre todos sus ensayos el primero que el azar me impuso fue uno titulado “Filosofar es aprender a morir”, del cual me gustaría citar lo siguiente: “Jóvenes y viejos abandonan la vida en la misma situación; todos salen de ella como si acabaran de entrar”. Inmediatamente pensé en ella. En Enoé. ¿Era justo que terminara su vida cuando ella, más que nadie, la disfrutaba como si acabara de entrar? No. No era justo. Pero, ¿quién dice que la vida es justa? Cerré el libro y recordé un día. El único día que la tuve toda para mí. El día que fui a presentar mi libro a Huauchinango y pasé por ella a su casa. Bajé del auto y antes de aventurarnos hacia la carretera, sacó viandas de su cocina para hacer menos pesado el trayecto. Quien haya conocido a Enoé sabrá que una de sus muchas virtudes fue ser una anfitriona faraónica. Sentarse a su mesa era instalarse en una sucursal del paraíso: mucho chile con huevo, mucha barbacoa, mucho chicharrón en salsa, y torres y torres de tortillas calientes. Todos estos manjares serranos aderezados con la sal y la pimienta del cotilleo político. Porque eso fue siempre Enoé: una política nata. De esas que ya no hay. La vi hacer política hasta en la modesta fonda de doña Fany –una de sus cien comadres, vecina de Yola Zegbe– que preparaba la mejor lengua en salsa verde que he probado nunca. Y hasta ahí, sentada en esas sillas plásticas, operaba toda una campaña para la manufactura de las tortillas. “¡Comadre, comadre, baje usted los recursos: acá faltan tortillitas calientes!”, decía.
Tomamos carretera y hablamos de muchas cosas. Hablamos de mí. Hablamos de ella. Hablamos de Enoecita. Hablamos del padre de Enoecita. Hablamos del gobernador. Hablamos de su época de presidenta municipal. Hablamos de los que ella consideraba sus “gurús”: de Sánchez Castañeda, de don Alberto Jiménez. Hablamos de la receta de la barbacoa a la mexicana. Hablamos de sus perros. Hablamos de su entrada a Nueva Alianza. Hablamos de sus campañas, de sus guerras. De sus enemigos, de sus amigos. Hablamos del próximo fandango en Pahuatlán. De su devoción a la virgen de Juquila. De mi ateísmo. Hablamos de su amigo Mario Alberto y de cómo gracias a él habíamos llegado a ese punto de inflexión: a viajar juntas. Sin saberlo, con ese viaje inauguraba una nueva etapa en nuestra amistad: la intimidad, la confidencia.
Desde que me presentaron a Enoé, en el año 2011, supe que había conocido a la mujer más feliz de este mundo. Jamás, nunca, le noté un rastro de amargura. Ni un mal sentimiento. A su lado todo era jolgorio y risas. Música y grilla. Toro y luna.
Querida Enoé:
No voy a citar todas las veces que nos vimos ni cómo nos conocimos ni mucho menos el último momento en el que coincidimos. Esto no es un cuento de hadas. La vida, tú lo sabes, nunca ha sido un cuento de hadas. Sin embargo, vivir sin cuentos de hadas es estar condenado a una existencia gris.
Querida amiga, tu vida no acaba aquí. Aquí solo culmina la fase más alta de tu muerte, que empezó cuando naciste. Hoy todos estamos asustados porque el suelo nos ha sacudido (literalmente), pero las grandes muertes sacuden más que el movimiento de las placas terrestres y la tuya no es una muerte pequeña, como no lo fue, tampoco, tu vida.
Puedes estar satisfecha de haber sido siempre la mujer alfa. La hija rebelde. La política astuta. La madre ejemplar. La fiesta, el ruido, el polvorete…
Esta mañana me puse a pensar en lo terrible de no saber dónde nos espera la muerte. A muchos los sorprende en terrenos hostiles. Otros se va completamente solos. Algunos no saben siquiera que llevan años deambulando entre tumbas.
Tú no, querida amiga. Tú encontraste la salida en el lugar donde todo lo bueno empieza: en casa.
Sé que lo sabes porque nos oías, pero déjame decirte que junto a ti han estado hasta el último instante tu Nuez, tus perritos, tus santos y tu Dios.
Quizás no decidiste la hora de tu retiro, pero no te marchas sola; te llevas parte de los corazones que supiste oxigenar.
Gracias por tanto cariño. Por la rumba y el vino. ¡Sólo nos faltó Pahuatlán!
Vuela tranquila pensando que el que vive un solo día lo ha visto todo.
Y tú viste (y disfrutaste) mucho más.
