Por: Guadalupe Juárez / @lupjmendez
Foto: José Castañares / EsImagen
El corazón del Centro Histórico de Puebla late, aunque el bullicio por las ofertas de los comerciantes ambulantes y del tránsito ahogado del transporte público está en pausa.
El silencio es intermitente en las calles vacías y los locales cerrados. En ocasiones se rompe con las sirenas de las ambulancias que queman sus llantas en el pavimento para atender un incendio, ahí mismo, donde un sismo sacudió un día antes hasta la última arteria de la ciudad.
Las risas de algunos voluntarios que dejan que su frente se llene de sudor mientras separan cajas de aceite de las de leche o las bolsas de azúcar de las de arroz irrumpen ese silencio que de repente vuelve y envuelve todo.
La ciudad enmudece ante los gestos de ayuda cuando algunos voluntarios han llevado pasteles y tortas para los socorristas, quienes han permanecido en el Zócalo desde la noche del martes 19 de septiembre.
Hay ruido de nuevo cuando alguien que observa desde una esquina de Analco increpa a su vecina para pedirle no caminar sobre la acera.
"Ni modos que vuele", le contesta una mujer menuda y de cabello teñido de rojo que con una bolsa de mandado en la mano brinca las cintas amarillas con la leyenda de peligro para entrar a su casa.
Pero hay gente que prefiere no caminar sobre la banqueta por miedo a que un fragmento de las casas dañadas los lastime, como a las ocho personas que fallecieron el martes.
También hay uno que otro incrédulo que prefiere resguardarse de los rayos del sol en la sombra de la izquierda de los edificios, aunque se observen pedazos de paredes y fachadas a punto de caer. Hay quienes a pesar de las calles vacías y del despliegue de seguridad, dejan sus automóviles y caminan sobre los escombros para llevar botellas de agua o papel higiénico.
Unos más aprovechan su estancia para tomar fotos de los inmuebles históricos, como la Casa de Alfeñique, que es acordonada y resguardada por policías turísticos.
Y otros más que no han tenido otra opción más que abandonar su hogar por el peligro de las paredes a punto de colapsar.
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Cazuelas, sartenes, platos, muebles de madera, un sillón donde juega un niño, una televisión análoga, cajones, un colchón con sábanas violeta y varias personas con celular en mano esperan a media calle, justo en la 2 Norte 1207. Son al menos 15 familias que han tenido que desalojar el edificio que corre el riesgo de derrumbarse.
"No sé qué voy a hacer", suelta Verónica Zamora de 46 años de edad, quien ha habitado el lugar desde hace cinco años y que hoy ha tenido que abandonar para llevar sus cosas a un pequeño cuarto, a ocho cuadras de ahí; mientras ella y su padre vivirán con su hijo mayor.
La mujer asegura que ese departamento, ahora frágil, era también su centro de trabajo, ya que ahí preparaba comida que luego vendía en los comercios cercanos.
"Nos pegó horrible esto (el sismo), pero aún podemos cantar victoria", dice en el corazón de la ciudad, en el Centro Histórico.
