La investigadora realiza una reflexión sobre el asesinato de la estudiante de Ciencias Políticas en septiembre

 

Plumas Ibero Puebla

Por Tamara Caballero Guichard

Cuando me dieron el espacio para escribir en una revista empecé a trabajar en mi artículo con la mayor antelación posible esperando no hacerlo un día antes, como hice con este texto. La verdad es que tenía otro tema que podía resultar “interesante” pero no pude dejar pasar la oportunidad de expresar mi dolor y preocupación ante lo que ha pasado en Puebla en las últimas semanas, por lo cual consideré que era un deber hacerlo.

Sí, voy a hablar sobre el caso de Mara Fernanda Castilla, la chica que tomó un Cabify en la madrugada y nunca volvió a su casa. Sí, voy a hablar de los costos de ser mujer y ser libre en mi país; voy a hablar de los costos de querer vivir en este país.

No es el primer caso, no es el único. Y como he comentado con amigos cercanos, hay muchos más así que no conocemos. Sin embargo, este evento corona una serie de sucesos donde las mujeres han sido atacadas y asesinadas en Puebla y todo el país, con diferente modus operandi, pero al fin mujeres, hermanas, amigas. Mujeres como yo.

Cuando me enteré de cómo sucedieron las cosas con Mara Fernanda no pude evitar pensar en mí el fin de semana pasado saliendo –casi a la misma hora– de una fiesta, pidiendo mi Uber; no pude evitar pensar en mi hermana de 20 años regresando del antro hace unas semanas; no pude evitar pensar en mis amigas; no pude evitar pensar en todas las chicas que no conozco pero que han hecho lo mismo en repetidas ocasiones. Cuando me hago un poco lejos y lo reflexiono, tampoco puedo evitar pensar en las personas que se atrevieron a culparla y han señalado el contexto de su caso como “excesos de libertad” o “búsquedas de peligro gratis”.

Ella no se lo merecía, no es justificable, no fue su culpa; ellas no se lo merecían, no es justificable, no es su culpa; nosotras no lo merecemos, no es justificable; no es nuestra culpa.

Tengo 24 años, trabajo, estudio, soy hermana mayor y, de hecho, me considero muy comprometida en todos estos roles y me gusta divertirme de vez en cuando, y cuando lo hago me gusta tener el control de mi vida. Me gusta y quiero hacer cosas sola, no esperar que alguien me acompañe al llegar ni que alguien me acompañe al irme, me gusta planear viajes o eventos que sólo yo disfrutaría o podría compartir con mi mejor amiga.

Cuando pienso en el caso de Mara Fernanda, pienso que yo hubiera hecho lo mismo; pienso y vuelvo a pensar: esa pude ser yo pidiendo ese taxi, pudo ser mi hermana, mi mejor amiga. Pudimos ser las tres juntas.

Me llena de dolor ver lo sucedido, cómo ese “inicia su viaje, señorita” terminó en una escena del crimen escalofriante en Tlaxcala.

Me llena de dolor saber que no hubo regreso, que Mara no tocará sus libros de nuevo, no volverá  a ir al cine con sus amigos, que no terminará la licenciatura en
Ciencias Políticas.

Me llena de dolor saber que no es la única y no hemos hecho lo suficiente; que nos hemos quedado cortos para detener esta ola de violencia, para prevenirnos, para ayudarnos. Me llena de dolor y preocupación; preocupación que consume mi sueño al pensar en una sociedad en la cual estas cosas pasan con tanta frecuencia y donde, al parecer, nadie es fiable.

Me llena de dolor pensar que lo mejor será quedarme en mi casa, no salir, no hacer planes y pedirles lo mismo a mis hermanos, a mis amigos –con mayor énfasis si son mujeres–, con la famosa cantaleta: “tú no sales porque eres mujercita y es peligroso afuera”.

Me llena de dolor pensar que ser mujer y querer ser libre no es rentable si se quiere seguir con vida.Me llena de dolor pero no quiero que este tampoco cese porque me recuerda que las cosas no están bien en México.

No quiero que se me pase, porque no quiero renunciar a mi libertad, porque no quiero conformarme y porque quiero justicia para ella, para todas las mujeres y hombres que han sido víctimas de la violencia y han muerto. No quiero que este dolor se acabe con este texto porque quiero que me recuerde que es el reflejo de un problema más grande, donde yo tengo que ver, donde yo tengo algo que hacer al respecto.

No quiero que este dolor se esfume, se normalice y tenga que “adaptarme”. No quiero que este dolor se vaya y quede en el olvido, porque Mara no era mi hermana, no era mi amiga, pero al mismo tiempo sí era mi hermana, sí era mi amiga.

Mara soy yo misma.

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