La  terquedad del dirigente nacional pudiera llevarnos a un escenario donde le abramos la puerta a Morena y al PRI, que ha encontrado en el Queretano al mejor promotor de la causa que parecía perdida

 

Disiento

Por Pedro Gutiérrez / @pedropanista

El PAN se quedó sin candidato presidencial en 1976 por profundos problemas internos que no fueron resueltos a tiempo. Cuando los panistas se dieron cuenta de la situación, la división era de hecho una ruptura irremediable. La consecuencia: el populismo se enraizó en  el país y dejamos a México sin una alternativa democrática en la elección presidencial de aquel año. ¿Volverá a pasar algo así con Ricardo Anaya? Veamos.

Acción Nacional ha pasado por profundas crisis en su larga historia de participación política y democrática desde 1939. Algunas crisis han sido en realidad meros debates ideológicos, como por ejemplo la relacionada con la interpretación de la doctrina; una disputa entre los que estaban a favor de la vertiente social de la Iglesia católica –encabezados por Efraín González Luna– y los que pugnaban por un enfoque mucho más liberal –liderados por el propio fundador Manuel Gómez Morín–. Esta primera diferencia entre líderes del partido terminó con el relevo de Gómez Morín de la dirigencia nacional en 1949. Los religiosos habían vencido a los laicos y ello tuvo muchas implicaciones; entre ellas, que al PAN desde entonces se le tilde con el mote de partido confesional y conservador, cuando en realidad los fundadores originarios habían diseñado una institución claramente liberal.

La primera gran crisis del PAN fue la que señalamos en el primer párrafo, la de la década de los 70, en pleno sexenio populista de Luis Echeverría. En esos años irrumpió en el PAN el famoso José Ángel Conchello, político neoleonés que vino a sembrar un estilo radicalmente diferente al del perfil tradicional del panista de entonces. Empresario aguerrido y dicharachero, Conchello aprovechó la coyuntura para desde el CEN construir un discurso anti echeverrista, es decir anti populista. Esto no cayó bien entre los panistas tradicionales al grado que, cuando se renovó la dirigencia nacional, Conchello fue derrotado después de cinco rondas de votaciones por el promotor de la nueva proyección de los principios de doctrina del PAN, el jalisciense Efraín González Morfín, quien llegó al partido para reforzar el legado pro católico de su padre desde la ideología de derecha. La reacción de Conchello fue apoyar a otro perfil similar al suyo para la Presidencia de la República: Pablo Emilio Madero. Para ese entonces, teníamos a González Morfín como jefe nacional, a Pablo Emilio Madero como precandidato presidencial apoyado por Conchello y a otros dos precandidatos del grupo doctrinario.

El resultado: ningún precandidato ganó 80% de los votos de la Convención para ser el candidato presidencial del PAN en 1976, teniendo que suspenderse la elección interna y convocar a una segunda en los días siguientes. La presión de los panistas sobre el CEN fue tal que Efraín González Morfín renunció a la dirigencia nacional para dejar de ser juez y parte y permitir que la elección del candidato presidencial se desarrollara con neutralidad, aunque ciertamente la renuncia fue demasiado tarde. Al final, por cierto, se llevó a cabo una segunda Convención ya sin González Morfín como jefe nacional en la que ningún precandidato obtuvo el porcentaje de votos necesarios conforme a Estatutos y el PAN se quedó sin candidato presidencial para la elección de 1976.

¿A alguno de ustedes, apreciables lectores, le suena conocida la historia antes descrita? ¿Y si ponemos a Ricardo Anaya en el lugar de Efraín González Morfín? Para sortear la crisis de la elección de candidato presidencial, ¿será posible que Anaya se haga a un lado como lo hizo en su momento González Morfín pero, a diferencia de éste, lo haga a tiempo y sin un partido hecho pedazos? ¿Tiene la estatura política como la tuvo el jalisciense, para al menos reconocer que su presencia es más nociva que valiosa? En aquella crisis de Acción Nacional nos quedamos sin candidato presidencial, en una época donde la coyuntura era de lo más parecida: así como el populismo echeverrista acechaba en los 70, hoy el populismo lopezobradorista –heredero supremo de esa estirpe de nocivos gobernantes que tanto han lastimado a México– también representa un peligro. La terquedad de Ricardo Anaya pudiera llevarnos a un escenario donde le abramos la puerta a Morena y al propio PRI, que ha encontrado en el panista queretano al mejor promotor de la causa que parecía perdida.

Lo dudo, pero ojalá Ricardo Anaya conozca algo de la historia de nuestro partido para que sirva como experiencia este antecedente y no cometamos los mismos errores del pasado. Por una patria ordenada y generosa y una vida mejor y más digna para todos.

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