Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
Por alguna asociación, mirando el agua, viví mis primeras tristezas amorosas y mucho le dieron a mi deslumbrada imaginación, las películas que vi después del memorable primer beso en el cine. Eran historias parecidas a la mía y ya no era el único que había perdido el amor. Nunca olvidaría las dos películas que había visto en el cine “Del padre”, aquella única vez en que no volvería a mis labios, la boca de Irma Salinas, la novia de mis sueños. Y no quise volver a ese cine en un largo tiempo porque me lastimaba saber que allá en gayola, ella no estaría nunca más para repetir el beso y proseguir un amor que el destino había truncado. Esas eran las historias de amor desdichado, que seguían proyectándose en los tres cines que llegó a haber en el pueblo. El recuerdo de la muchacha de cabellera negra, se quedaría resonando en la memoria, como en esas historias de amor que seguí viendo en el cine de Albino y en el cine “De abajo”, donde había butacas de verdad y donde mi tío Tito anunciaba las películas con su reparto en el aparato de sonido, con la frase “no castiguen sus deseos”, como remate del anuncio. En el cine de Albino en cambio, no había butacas, sino unas bancas hechizas de madera en lo que sería Luneta y tablas a lo largo sobre piedras en el tapanco que funcionaba como Gayola. Adelante estaban las piedras solas donde se sentaban los jóvenes y los niños y a mitad del galerón aquel, estaba el espacio libre, donde se colocaban las sillas que la gente llevaba desde su casa. Albino se llamaba el que regenteaba el cine por eso lo nombraron así. Era un hombre bajito, regordete y sonriente con un diente de oro, que con frecuencia platicaba con mi padre y le ofrecía entradas gratis, invitaciones que mi padre muy pocas veces aceptó.
Fue memorable la primera vez que fui al cine y fue precisamente en el cine de Albino, aquel lugar que olía a cigarro y a encerrado. Era una matinée a la que nos llevaron en redada, por parte de la escuela. Cursaba yo el primero año de primaria y mi hermano Polo, ya me había advertido algo sobre la película que veríamos, pero no entendí sobre qué cosa me había prevenido, porque hasta lo que recuerdo, otros grupos tal vez de cuarto o quinto año, ya la habían visto. Me había provocado incertidumbre, pero aquella algarabía de los contingentes que caminábamos “al cine”, me distrajo de la advertencia de mi hermano.
Era un lunes por la mañana y nos habían pedido que no lleváramos útiles, porque saliendo del cine, terminaría el turno matutino y deberíamos volver hasta la tarde, que la entrada era a las tres (ya he dicho que íbamos mañana y tarde a la escuela). La luz de la mañana era muy clara. Puedo ver en la memoria, como en una nítida pantalla, las filas de niños alegres rumbo al cine, que estaba frente a la plaza. Estoy seguro que muchos de mis compañeros –al igual que yo–, nunca habíamos ido al cine, ni habíamos visto pantalla alguna. Aquel viaje era una de las nuevas aventuras, porque el hecho de suspender clases para ir al cine, no era poca cosa. Los niños nos mirábamos en el ejercicio de un juego que era tan nuestro, como la intimidad del instinto de los animales. Éramos amigos, éramos iguales y parecíamos saberlo mientras recorríamos la empedrada calle que desemboca a la plaza. Los maestros encargados, vigilaban con cierta holgura y no como solían hacerlo cuando cuidaban las prácticas de la marcha para los desfiles de septiembre. Ellos también reían, llevaban sillas para ellos y también estaban alegres de llevar aquel ejercito feliz a ver una película. ¿Qué creíamos que era una película? ¿Qué cosa era aquello donde seres humanos se movían, hablaban, se escuchaban como si estuvieran de este lado del mundo y fueran iguales a nosotros? Pero en realidad vivían sobre unas sábanas estiradas contra la pared y sus voces y una música inexplicable, se escuchaban en una bocina Radson que se alcanzaba a marcar detrás de las sábanas añadidas y estiradas.
Puedo recordar las caras de todos, riéndose, empujando a la hora de entrar al mundo de una sala de cine, aunque mugrosa y descuidada, misteriosa. Las paredes que un día fueron blancas, estaban descarapeladas y el techo alto de teja, dispuesto en dos aguas, en el que yo estaba seguro vivían los murciélagos, animales frecuentes en los techos de las casas en torno a plaza y en las alturas del campanario, seres los que fervientemente, yo creía que al bajar volando, se convertirían de manera mágica, en el hombre que años más tarde supe que era Germán Robles.
La impaciencia de los niños, se hacía sentir en la sala del cine, pero la alegría de todos era sobresaliente. Eran unos niños a los que los maestros, ese día les permitieron moverse y hablar y hablar con toda libertad. La película comenzaría en el apagón feliz que arrancó una gritería del tumulto de niños excitados en la oscuridad. Y la pantalla de sábanas blancas desgastadas, se iluminó. La música de la película dio principio con tambores y mucha fuerza que provocaba suspenso. La película comenzó con la imagen de un esqueleto, los créditos de “Fernando Casanova y Sonia Furió” y la música en ese momento, acabó de golpe con la gritería de niños a los que también la alegría se les convirtió en una expectación nunca antes vivida. “La marca del muerto”, era el título de la película.º
