Ojo de Halcón

Por Tamón Takahashi Iturriaga

“The economy, stupid”, frase que se convertiría en el exitoso slogan de la primera campaña presidencial (1992) de Bill Clinton (Hope, Arkansas, 1946), y que fue ideada por James Carville (Carville, Louisiana, 1944).

Carville, figura prominente del Partido Demócrata, fue el jefe de Campaña de Clinton. Juntos derrotaron a George Herbert Walker Bush (Padre, Milton, Massachusetts, 1924), quien además de ser el candidato Republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, era el presidente en ese momento the incumbent.

La victoria de Clinton significó que Bush fuera el primer presidente en no repetir mandato, desde Jimmy Carter (Plains, Georgia, 1924), quien no pudo reelegirse en 1980.

La frase, decía yo, fue idea de Carville.

Inicialmente, la pensó en clave interna. Una manera de referirse, dentro del equipo de Clinton, a uno de los tres mensajes fundamentales sobre los que giraba la campaña. Los otros dos fueron: “Cambio, contra más de lo mismo”, y “No olvidar la sanidad pública”.

La forma de hacerlo, de recordar a todos que siempre, sin importar qué fuese lo que pasara, cualquier tema que surgiera como parte de la confrontación electoral; siempre, decía, se recondujera a alguno de estos tres mensajes. Por tal razón, incluso, llegó a colgar un cartel muy grande, en la casa de campaña principal, en Little Rock (Arkansas), con los tres mantras.

El slogan que pronto derivó en “It’s the economy, stupid” se volvió icónico. Tanto, que no sólo valió para ganar una elección, sino que desde entonces se ha recurrido a él para casi cualquier tema y contexto cuando no se trata de la economía: “It’s the deficit, stupid!”; “It’s the corporation, stupid!”; “It’s the math, stupid!”; “It’s the voters, stupid!”; “It’s the Constitution, stupid”, e incluso, “It’s the everything, stupid!”.

Pues en el caso de la ilegal y terca obstinación, agrego yo, de los secesionistas catalanes, sí es “The economy, stupid!”.

Pero no por las razones que sus dirigentes han querido hacer creer.

La necedad, es verdad, no deja de ser recurrente. El domingo 7 de octubre de 1934, en el Diario Oficial del Ministerio de Guerra español (Año XLVIII, Núm. 232, Tomo IV, p. 51), el Parte Oficial de la Presidencia del Consejo de Ministros señalaba que “[en] Cataluña, el Presidente de la Generalidad, con olvido de todos los deberes que le impone su cargo, su honor y su responsabilidad, se ha permitido proclamar el Estat Catalá. Ante esta situación, el Gobierno de la República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra en todo el país”.

Cualquier parecido con la realidad es sólo coincidencia.

Y sí, se alegan emociones que la razón no entiende, como diría la canción. Nacionalismo; sentimiento de nación; agravio histórico; victimismo… y tal y cual Pascual (pero no Maragall, que conste).

Pues eso, que no se trata de sentimientos ni expolios ni nada, es “The economy, stupid!”.

Me explico.

La explosión del enojo de muchísimos catalanes, que los ha llevado a radicalizar su postura nacionalista, viene de los efectos negativos de la crisis mundial de 2008-2009. Igual pasa en casi todos los países muy afectados, aunque cada uno se refugia donde puede, por ejemplo,  Los rusty-belt states con Trump, los británicos con el Brexit y así.

Aunque el oprimido pueblo catalán erra en la mira y pone la culpa en un villano más local. Para ellos, no fue Lehman, es España. Y yo no lo creo.

¿Por qué?

Porque, aunque sí es “The economy, stupid!”, la que los ha puesto de tan mal humor; no es la razón que les han vendido.

No es ‘España nos roba’.

Aunque Mas y Junqueras, creadores del invento, en la mejor interpretación de Carville, llevaron con éxito cualquier tema al mensaje: España nos roba y como nos roba, somos pobres, hay desempleo, hay deficiencia en los servicios públicos, etcétera. Y tuvieron la audacia de fijar el monto del robo: 16 mil millones de euros anuales (“¿Dónde están los 16.000 millones?”, Josep Borrell y Joan Llorach, El País, 19 de enero de 2014).

Esta cifra, según los Carville catalanes, representa al desbalance fiscal entre Cataluña y el resto del Estado español. Y claro, así, ¡pues cómo no! Si yo creyera el argumento, sin duda, también me haría nacionalista y saldría rabioso a más no poder, a independizarme de todos y de todo.

Sin embargo, como siempre en la vida, las cosas no son necesariamente como queremos o como nos las quieren hacer creer. El robo, es decir, el desbalance fiscal, es sólo de 792 millones de euros (Borrell y Llorach lo explican paso a paso).

Total, que tanto decir que es “The economy, stupid!”, para que sí, pero no.

Que es Lehman, no España.

Cojons!

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