La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
La adrenalina que se genera al gastar está estrechamente ligada a la sensación de vértigo que nos invade cuando se piensa cómo y cuándo va uno a pagar. Me explico con un ejemplo probado y comprobado por mí misma: el fin de semana hubo una de esas ventas magníficas en El Palacio de Hierro. Y digo que la venta fue magnífica porque la tienda ofrecía inéditos 20 meses sin intereses, con un gancho extra y brutal: “comience a pagar en febrero”. Esto entrampa a cualquier incauto con ganas de echarse la soga al cuello. Yo soy una compradora compulsiva, y haya meses sin interés o no, enriquezco mensualmente a los dueños de dicha tienda y también a Amancio Ortega, dueño de Zara y similares… Entonces ahí va uno a botar el dinero de lo lindo a Palacio, sabiendo de antemano que en febrero te llegará no sólo la resaca de inicio de año, sino también el madrazo de los pagos. Lo sabes y aun así vas con toda la impudicia, la vileza y el desparpajo posibles a comprar cosas inútiles. Cosas inútiles, sí, pues lo que se compra con alevosía, y no de urgencia, suele ser inútil, sin embargo, ¡cómo da satisfacción salir lleno de bolsas!, pienso. Pero ya me estoy saltando el ejemplo. Hablaba de que la adrenalina del despilfarro no es comparable con la adrenalina que generamos cuando es otro el que paga por ti, es decir, cuando alguien te regala algo, cuando alguien más paga la cuenta y queda endeudado. El que te regalen algo que deseabas es reconfortante pues tú no desembolsas, por lo tanto, no lo sufres, por lo tanto, tampoco lo gozarás igual, por lo tanto, el golpe de adrenalina es más leve a comparación del que sueltas cuando eres quien desembolsa, quien se excede, quien proyecta la venida de las vacas flacas y, aun así, con un cinismo y una inconsciencia pantagruélicos, vas con la firme intención de que las manos se te calienten y ¡tras! Le das en la madre a tu peculio. Sin esa adrenalina posterior del “a ver cómo le hago para pagar esto y lo otro”, lo comprado no sabe igual. No es ya pecaminoso. Ésa es la verdad. Lo digo como experta en auto-desfalcos. Muchos años de tronarme los dedos y de entrar y salir del buró de crédito me respaldan. Gastarte el dinero es mucho más placentero cuando es tu dinero, y cuando ese dinero no te sobra. Es un poco como tener de amante al esposo de tu mejor amiga: sabes que está mal, que está de la chingada, pero sigues. Tu deseo es más grande por lo mismo: porque está mal. Porque es condenable, bajo y abyecto. Pues igual pasa con la acción de endeudarse: sabes que está mal, que está de la chingada, que es condenable, pero sigues. No paras hasta que la tarjeta ya no pase. Y es que el marketing hace de las suyas como la propia química entre los cuerpos. Como la tensión sexual entre amigos. Retomo el ejemplo del amante de la amiga: vas a una venta especial que supuestamente te conviene porque los plazos a pagar son bastante justos, sin embargo, no te conformas con una o dos cositas; ya estando ahí, la adrenalina hace lo suyo y quieres más y más aunque sabes que en febrero la cosa se va a poner dura, durísima, como cuando tu mejor amiga descubre que te andas tirando a su marido. Así las cosas. Y las cosas así, acá en Puebla, tienen un humor muy peculiar. Me explico: en mi carrera de compradora compulsiva he ido a muchas tiendas por toda la república, sin embargo, sólo en Puebla he visto el fenómeno que narraré a continuación: las tiendas anuncian tal venta para fin de mes. En ese mes, mientras llega la fecha, las señoras hablan de dicha venta en la mesa, pero con cierto recato. Nunca se exceden en sus comentarios ni se ven eufóricas ni mucho menos alardean de lo que van a ir a comprar pues no quieren que las amigas se enteren que van a ir a aprovechar una oferta, es decir, la poblana apoblanada nunca pone en evidencia sus miserias, es decir, la poblana apoblanada tiene que dar la pantalla de que ella puede comprar lo mismo que las demás (jodidas) sin descuentos. Es más, la poblanas apoblanadas de alta sociedad van un día antes de las ventas especiales para ser vistas comprando un día antes y no el día de la promoción, sin embargo, lo que la gente no sabe es que esa visita previa a la tienda no es para comprar ni un cacahuate, sino para apartar lo que van a comprar al día siguiente, es decir, lo que van a adquirir con descuento. Y aquí vuelve el ejemplo del amasiato: ir un día antes a la tienda para ser vistas por las demás es igual que salir una noche a cenar entre parejas, cada quien con su marido, pero lo que nadie sabe es que la tarde siguiente una de las señoras se va a ir al motel con el marido de la otra. ¡Tómala! Entonces el mero día de las ventas especiales, vas a la tienda y las señoras que juraban que no iban a ir, se levantan tempranito y corren al centro comercial para recoger y pagar lo que la tarde anterior apartaron, y en el funesto caso de que las demás amigas se topen a la mamona que dijo que no iba a ir a la venta, ésta fingirá demencia y se escabullirá entre la ropa para no tener que saludar, o bien se trasladará al único departamento que NO tiene ofertas, para ser vista en ese departamento que, por lo general, es el de las bolsas y los zapatos italianos. Así las poblanas. Sin embargo, esta dinámica no es exclusiva de las mujeres. Lo digo porque he visto a muchos amigos de mi marido que, al igual que sus señoras, van a las ventas y caminan hundidos en sus celulares con tal de no confrontar las miradas escrutadoras de los demás. Este fin de semana vi a uno de ellos en esa pose ridícula. El señor, que es un empresario conocido y bastante ricachón, fue captado por mi mirada venenosa en actitud de “mistery shopper”, es decir, el hombre quería pasar de incógnito. Quería, con su actitud bajoperfilera, evadir los posibles saludos que recibiría en caso de ser visto. El tipo caminaba rapidito y entraba y salía de Gucci con bolsos que no podían pasar desapercibidos porque cada bolso era del tamaño de un portafolios de estudiante de arquitectura. Supongo que fue a comprarse zapatos o bolsas de 50 mil pesos para su mujer. El caso es que el hombre se sentía apenado al ser captado in fraganti en una oferta, pues… ¡cómo podría alguien de su apellido rebajarse a la rebatinga de los saldos y las ofertas!, así también le hacen estos mismos personajes cuando andan con la esposa de sus mejores amigos: van hundidos en sus teléfonos, dos pasos atrás de la amante, pero al igual que las bolsas de Gucci, las amantes son llamativas por naturaleza porque se les nota una sonrisa estúpida e insólita que no se les pinta jamás con el pendejo del marido. Por eso a mí me encanta ir a las ventas especiales de este tipo de tiendas: porque con suerte se juntan los dos fenómenos: el de pasar de incógnito con las bolsas y con la esposa del amigo. Chu-la-da.
