Bitácora

Por Pascal Beltrán del Río

“Miércoles 7 de noviembre. Me levanté muy tarde. El cañonazo de mediodía sonó desde la fortaleza de Pedro y Pablo mientras yo bajaba por la avenida Nevski. Era un día crudo, helado. Frente al Banco del Estado algunos soldados con bayonetas montaban guardia frente a las rejas cerradas.

“‘¿A qué bando pertenecen ustedes?’, pregunté. ‘¿Al del gobierno?’

“‘Ya no hay gobierno’, respondió uno con una sonrisa. ‘Slava bogu!’ (¡Gloria a Dios!)”.

Así comienza el capítulo cuatro de Los diez días que conmovieron al mundo, libro del escritor y activista estadounidense John Reed que relata el estallido de la Revolución de Octubre, que llevó al poder en Rusia a los Bolcheviques, el grupo político radicalizado del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia que encabezaba Vladimir Ilich Lenin.

Hoy hace 100 años, el 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre en el calendario juliano que se usaba entonces en Rusia), las fuerzas del gobierno provisional de Aleksandr Kérenski desobedecieron las órdenes de apresar a Lenin y sus compañeros.

Cuando comenzaba a amanecer, los revolucionarios ocuparon el Palacio de Invierno de Petrogrado (ciudad que luego sería llamada Leningrado y hoy San Petersburgo), sede del gobierno provisional instaurado luego de la caída del zar Nicolás II en marzo de 1917.

A las 10 de la mañana, Lenin publicaba una proclama en la que daba cuenta de que el gobierno del primer ministro Kérenski había caído.

“El poder estatal ha pasado a manos del órgano del Soviet de Obreros y Soldados de Petrogrado (…) La causa por la que el pueblo ha luchado –la oferta inmediata de una paz democrática, la abolición de la propiedad de los terratenientes, el control obrero de la industria y la creación de un gobierno de los sóviets– ha quedado asegurada”, decía el texto.

Así comenzaba un régimen que se mantendría en el poder durante los siguientes 74 años.

El triunfo de la Revolución Rusa de 1917 y el nacimiento de la Unión Soviética en 1922 serviría de inspiración a numerosos movimientos políticos en todo el mundo, incluido México.

Durante casi medio siglo, la URSS batalló con Estados Unidos por la supremacía mundial, en una confrontación de bloques que incluyó una carrera armamentista y el desarrollo de medios de destrucción masiva que estuvieron a punto de acabar con la humanidad.

Por desgracia, muchas de esas armas siguen existiendo y la tentación de usarlas no ha desaparecido.

La revolución que triunfó hace un siglo se dio por los estragos que causó la Primera Guerra Mundial en el pueblo ruso y la inoperancia de la monarquía de los Romanov. De ese movimiento surgió un sistema en torno del cual se tejió la utopía de un mundo mejor: la idea de construir una sociedad más igualitaria que aboliera la explotación del hombre por el hombre.

Es justo decir que dicha utopía inspiró los más elaborados pensamientos de mentes brillantes a lo largo del siglo XX, pero también dio pie a algunas de las peores atrocidades cometidas por el hombre.

Hay que reconocer a la URSS su contribución a la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial, así como al desarrollo de la ciencia, pero es imposible pasar por alto la represión del pensamiento disidente y las penurias económicas que provocaron el ejercicio vertical del poder, la llamada “dictadura del proletariado”.

La Revolución Rusa, que impulsó el estudio del marxismo y la formación de partidos de orientación comunista en todo el mundo, dividió al planeta ideológicamente en dos bandos, que, en nombre de sus respectivos credos, estuvieron dispuestos a acabar con la humanidad con tal de que no prevaleciera el enemigo.

El llamado “socialismo real” que representaba la Unión Soviética y se aplicaba en sus países satélites llegó a su fin en 1991 por causas internas y externas.

Es indudable que la carrera armamentista protagonizada por Washington y Moscú terminó por arruinar las finanzas de la Unión Soviética, pero también es verdad que los ciudadanos del bloque socialista se rebelaron ante la falta de libertades y el elitismo de la burocracia que gobernaba esos países supuestamente bajo las tesis de Marx y Lenin.

Hoy en día, a pesar del evidente fracaso de las ideas aplicadas en la URSS –como la economía centralizada– hay quienes las siguen considerando válidas. Otros creemos que las posibilidades de construir una sociedad más justa residen en garantizar un acceso igualitario al libre mercado.

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