La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Se acerca la Feria Internacional del libro de Guadalajara, y muchos de los que no fuimos requeridos ya estamos listos para ir a gastarnos nuestro dinero en libros y en bebida, por supuesto. A la FIL, ya se sabe, se invita cada año a escritores y profesionales de la industria editorial para presentar y mercar libros, como quien dice, los jóvenes escritores van a vivir los quince minutos de fama que no tienen durante todo el año, mientras que los editores van a cazar nuevos talentos y, ¿por qué no? hasta uno que otro ligue efímero que durará lo que dura la feria. A la FIL sólo convocan a escritores muy conocidos o a escritores chafas que venden mucho o a los cuates de los editores y de los escritores que son cuates del mero “don Chingón” y así hasta el infinito. Estos últimos (muchos escritores ya publicados, pero que no les alcanza la popularidad para llenar un salón) van de relleno a algunas mesas, e irán en “modo porrista” de sus brothers (o sus “queridos”, como se llaman tan virilmente entre sí), o irán simplemente a embriagarse en el bar del Hilton y a contemplar la pasarela de rockstars que se da cita en el lobby del mismo. La fiesta de las letras es emocionante porque ahí, en la Expo, se ve como nunca a miles de mocosos –eufóricos y uniformados– corriendo entre los stands. Pero no vaya usted a creer que esos chiquillos asisten por voluntad propia, obvio que no; esos niños ruidosos y sudorosos sólo van porque las escuelas los obligan a ir. Aun así, es como vivir en un país extranjero, pues esos pequeños truhanes le quitan lo pesado al ambiente de la feria, donde los escritores nacionales van en los pasillos con cara de: “sí, sí, sí, compa, soy yo, Fabrizio Mejía, y si quieres te firmo el último churro que escribí”, o “¡Ejem, ejem!, así es: soy Juanito Villoro, y si tienes tiempo te muestro mi credencial de la Fundación “Villoro y Villoro” para que lo creas. ¿Quieres entrarle a la catafixia, mano?” o “Ajá, ajá, soy Lydia Cacho: la periodista de los coscorrones. Ya se me pasó un poco el bótox, pero sigo siendo yo.”, o “¡A huevo, carnal! soy Paco Ignacio, y si quieres, pa la otra, te invito a unas de mis feriecitas de parque. Llámame, ¿okey?”, o “Perdón, ¿nos conocemos? Sabes, traigo un poco prisa. Sí, sí, acabo de entra al Colegio Nacional, por cierto… traes un hilo colgando en tu bragueta”, o “¡Ay!, denme chance de pasar, muchachas, ¡y pónganse a dieta ustedes también! Por lo que veo las tapatías siguen los mismos pasos de las juchitecas, verdad?”. Y uno que nada más asiste por el gusto de ir a comprar libros, va pasando a la vez revista de los egos robustos y otros híper inflados con el helio ingrávido de la publicación. Hay más de los segundos. Ésa es la verdad. Lo malo es que las verdaderas Vacas Sangradas, perdón, sa-gra-das, no se dejan ver tan fácilmente. Por ejemplo, yo este año voy a tres cosas: a escuchar a Carrère (premio FIL), a encontrarme con Miguel Sáenz (el mejor traductor de Bernhard) y a la venta nocturna de libros. Nada más a eso… aunque puede ser que se me antoje de pronto ir a sacarle brillo a la chancla al Bar Veracruz, lo que es muy atractivo para cualquier víbora de mi estatura, pues ahí miras de cerca a los escritores bailando y haciendo lo mejor sabe hacer, que no es escribir, sino ponerse hasta el cepillo con tragos baratos, para luego bajárselos con coca aún más barata. ¡Una belleza eso de ir al Veracruz en el famoso “Lunes de FIL”! Llevo colándome a la feria seis años consecutivos y los mejores momentos han sido dos: encontrarme vacía la fila para la firma de autógrafos de Franzen, y comprobar que Aguilar Camín presenta ebrio muchos libros que no le gustan ni ha leído por mera cortesía. ¡Chu-la-da! También el año pasado vi una escena magnífica en el bar del Hilton: de pronto, se abren las puertitas de cantina que tiene el bar y entra una pareja. El mesero que nos atiende, dice: “¡ay, no! ahí viene otra vez ese malacopa”. La pareja pasa detrás de mí y ocupa una mesa medio oculta junto a la barra. El tipo pide su Etiqueta Negra: “igualitas a las de ayer, bro”, le dice al mesero. El mesero le lleva sus copas. La acompañante del personaje comienza una plática anodina sobre las garras que llevaba puestas “la gorda con la que cenaron ayer”. El tipo, al que se le traba la lengua, sube el tono de voz y contesta una llamada. Entre risas, se pone hablar mal de la “pinche gorda” con la que su pareja y él cenaron la noche anterior. El mesero viene a nuestra mesa y nos dice: “ayer hizo re feo porque no quería salirse del bar”. El hombre apura de nuevo al mesero para que le sirva su Black Label. Entonces uno imagina que es un escritor barriobajero que pide Etiqueta Negra porque no le alcanza para un Single Malt. El mesero tuerce los ojos y va a atender al personaje que no para de reír como madrota de burdel de Zapopan. Yo ya no aguanto la curiosidad, porque a la hora que entraron, sólo vi a la mujer: una cuarentona con putivestido, muy operada, y por demás escandalosa. Sin embargo, no podía ver al hombre ya que su silla quedaba justo atrás de mí. Apuro mi copa y me levanto hacia el tocador, pero en realidad no quiero ir al baño, quiero descubrir al malacopa que trae en chinga al buen mesero. Sorprendentemente no es ningún escritor norteño ni tepiteño. No es un editor jipi de libros artesanales, ni es el guarura de Vargas Llosa. El individuo que apuraba su Black Label, y no un buen Single Malt, era el mismo hombre que despachó a Fidel Castro con el legendario “Comes y te vas”. Era Jorge, “El Güero” Castañeda, quien siguió ahí aun cuando nosotros nos fuimos y el bar había cerrado su caja… Por ser testigos de papelones como este, vale la pena darse una vuelta a la FIL. La Feria del Libro es un manantial de historias que si se escribieran… pero, ¿quién de ellos, de los así llamados “buenos escritores”, se atrevería a contarlas sin quedar automáticamente expulsados del reino? Lo bueno es que a mí nadie me pela y paso desapercibida y francamente no me interesa caerle bien a nadie. La FIL es una oportunidad excelente para apagarle el incienso que a veces le prendemos a nuestros héroes literarios. ¡Ah!, y también es buena para fomentar el hábito de la lectura.
