Figuraciones Mías

Por: Neftalí Coria / @neftalicoria 

Escribo lo que recuerdo y lo que recuerdo he creído que fue lo que fidedignamente sucedió, pero como un pez que salta en agua inesperado, me surge una duda y también se me ha vuelto una constante. Creo que esa duda ha sido la permanente razón por la que también escribo sin dejar de hacerlo, es como un tizón en el caparazón de una tortuga; porque en esa duda, está la alegoría de contar una historia que es mía y nadie más ha de venir al lado de mi cuaderno para decirme que lo que estoy contando sucedió de otra manera. Quizás ni lo permitiría.

Pero si lo que recuerdo es cierto, y lo que en mi memoria parece vivir susceptible a quedarse en una página, estoy ante el riesgo de mezclarlo con la ficción que siempre se alimenta de mí como un parásito. La ficción acciona como puede en mí, me somete, me hace ver cosas que no están, que no estuvieron, ni estarán nunca y gracias a ella, el mundo es un poco menos cierto. ¿Y entonces por qué dejar a la ficción que siga arando en mi vida? No podría responder a ciencia cierta. La razones por las que suceden las cosas, ahora me doy cuenta que han dejado de importarme. Y es que en plena contradicción, me da curiosidad esa manera en la que la ficción me posee, me tiene suyo como a un perro fiel que no pregunta, que sigue a su amo y no pone objeción alguna por el camino que debe seguir. Pero es que –como sucede en otros trastornos– hay en eso un goce del que nunca pude escapar, un goce por transformar aquella realidad o aquel sueño y hacerlo a otra semejanza, modificarlo, componerlo, quitarle algo, darle otra cara a “la cosa”, hacerlo crecer, darle por alimento una oscuridad más o una luz que no estaba allí.

Y es que doy vueltas lo que he venido escribiendo de mis memorias, como si fueran un autorretrato y con lo que puedo recordar de lo que vi en mi vida y sin remedio, reconozco que está destinadas a ser parciales, porque sin lo que he olvidado, no pueden estar completas las memorias de mi vida. Y a veces me arrepiento de seguirlas escribiendo y me balanceo entre seguir contando lo que muchas veces está aderezado por mi demencial fabulación y no faltará que alguien me venga a decir que no es cierto, que miento, que decir mentiras me llevará al infierno y arderé en la eternidad. Pero me calmo un poco y decido jugarme la vida misma por esta aventura de recordar mi vida y ver de nuevo aquellos campos que vi de niño, aquellos pájaros que me dieron una luz única y los seres que estuvieron cerca de mi curiosidad por la vida y porque quise emprender el viaje, hasta hoy que me pregunto por tantas cosas que ya no sé si pasaron o fue la fiebre mía por la escritura lo que las inventa. Y no son pocas las veces que me siento traidor de mi propia historia contándola, haciendo de ella una fábula como una novela más de las que escribo. y en ese ejercicio de contradicciones, me reconforto diciendo que es así, como he buscado ser yo mismo. Una justificación ambigua, para salir del paso con mis propias preguntas sobre mí, porque también me cierra el paso otra pregunta ¿Y cuál es esa medida de lo que debe ser ceñirse para ser “yo mismo”? Nada, no la hay, no la puedo medir, ni puedo confeccionarla como se confecciona un cuento o un poema. Y temo mentir y lastimar con mis recuerdo, a los que han pasado por mi vida. Pero qué debe importarme si todos no las verán, o se han de morir como se muere todos, y me doy ánimos de seguir escribiendo eso paisaje por los que pasó mi vida, sólo por que sí, porque no me queda más en este vicio de aullar sobre un página en blanco como un animal que no aprendió a callar y debe decirlo todo inútilmente, o tal vez sumamente útil para quien pase los ojos por las páginas escritas que han de ser polvo de la afición cuando no esté ya en este mundo, mentira, sueño, literatura nada más.

Y es que –no solo en la escritura–, la ficción también parece vivir en mí, porque a las cosas, siempre les imagino una trama más comprometida con lo dramático, con lo exagerado, lo contenido o al menos con lo que yo quisiera que sucediera o con lo que me hubiera gustado que hubiera sido. Y es que de eso se trata, no solo la vida, sino la literatura y asi me condeno y dejo el miedo, la duda, el temor del castigo de los vivos, y sigo escribiendo. Escribo lo que quiero y no quiero que suceda, y en la vida, vivo lo que quiero vivir y lo que me gustaría que sucediera en lo que deseo. Y aquí encuentro un punto modal: el deseo. Y es que la vida me ha traído aquí, porque el deseo por conocer y habitar el mundo me lo ha demandado. Ha sido un deseo lo que me hizo escribir, lo que me mantiene en la escritura y en la vida que muchas veces para mí es lo mismo. ha sido el deseo por las palabras, lo que me están haciendo escribir lo que fue mi vida y seguiré contando aquello que ha de leerse –si es que se lee– en el próximo capítulo.

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