La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Hay que chingar quedito, pero a la hora de asumir nuestros raptos de envalentonamiento, lo recomendable es rajar y llorar como Magdalenas, pontificaba Toya: una amiga con la que conviví muchos años en la escuela y tuvo que salir de ella porque “se le armó la grande” cuando sus papás se enteraron que le entró al narcomenudeo. Y le entró por voluntad propia, dice. “Porque me encantaba el desmadre”, rectifica. Yo conocí a Toya, y Toya era la reencarnación de alguna diosa griega, pero versión cholulteca; ojo: no por desdeñar a los cholultecas, que es mi gente, sino porque ahí vivíamos y punto. Desde el momento que Toya entró al colegio, nos dio baje a todas en nuestras aspiraciones de vamp. Finalmente Toya tenía nalgas y nosotras no. Tenía pechos y nosotras rellenábamos el sostén con algodón. Tenía buena pierna y unos ojos grandes y maliciosos como de rumbera del cine mexicano. A mí desde niña me gustaba el cine mexicano y por eso sabía quiénes eran las rumberas y soñaba, ¡oh, sí!, con ser una de ellas. Una rumbera extemporánea, claro, porque el tiempo de las rumberas se acabó cuando llegaron las exóticas y luego las ficheras y el resto es historia. Historia al mejor estilo “El Caballo Rojas”, hay que decirlo. Entonces Toya, al ser una mujer fatal asumida y orgullosa de serlo, pasó a ser “La Ninón”. Yo le puse “La Ninón” porque se parecía a Ninón Sevilla, pues recuerden: yo tenía un “rumbera issue”. A ella le encantó el mote. No era poblana y no era mocha y no era inhibida ni era castrada. Le gustaba divertirse como a cualquier chava de 20 y le gustaba que le miraran el trasero y le gustaba enseñar la raya del pecho. Ésa es la verdad. Le gustaba y lo decía. Tanto le gustaba y lo decía que se ganó el respeto de las aspirantes a vampiresas, es decir, de mi bola de amigas. La Toya era más grande, pero había reprobado dos veces de año, por eso entró a tercero de prepa a los veinte. Toya era muy genuina. Nunca había conocido a una mujer tan simpática: una mezcla de “La Ninón” (por sus turgencias y sensualidad) con la simpatía de “La Vitola”. ¿Había quién la repeliera? ¡Claro!, las mojigatas que años más tarde salieron panzonas y años más tarde salieron madreadas de sus respectivos matrimonios. Esas que no salían ni a la esquina sin las amiguis y que no se emborrachaban y que no fumaban y que sólo se codeaban con los guapitos del colegio, mismos que a la postre se volvieron un lastre para sus familias. He sabido que entre algunos de ellos hay hasta un asesino de vestidas, ésa es la verdad. Y ellos no se juntaban con Toya porque Toya, que después fue “La Ninón”, pateaba el balón más fuerte que ellos y se agarraba a los trancazos para defender a sus cuatas de las arbitrariedades de las fresitas. Sin embargo, no por eso nuestra “Ninón” perdía su sensualidad y su feminidad. No era lo que hoy en día se conoce como feminazi, no. Ella estaba muy adelantada al tiempo. Era una filósofa del placer. Sí, eso era. Una hedonista total. Una “Juan sin miedo”, decía ella de sí misma, así, en masculino. Y con el tiempo se volvió la líder de la escuela, no sólo por sus temibles arranques de justiciera, sino porque era compartida con lo suyo. A ella le gustaba compartir, y lo decía sin empacho. A nosotras, las aprendices de bruja, nos narraba sus correrías sexuales con fulano y zutano, y varias veces la acompañamos a cazar a esos tipos cuando osaban ponerle el cuerno. Eso sí, “La Ninón” era de lo más vengativo. Recuerdo que durante un tiempo salió con un tipo que conoció en el antro y se obsesionó con él. Duraron tres meses. Luego el tipo le dejó de tomar las llamadas y se alejó de ella. Y ella sabía el porqué, y nosotras también lo sabíamos: porque andaba dobleteando, esa es la verdad. Sin embargo ella siguió al pie de la letra el manual del hombre infiel y lo negó todo aunque la agarraron con los pelos de la burra en la mano. El tipo la descubrió y se alejó con toda dignidad; porque aunque no lo queramos aceptar las mujeres, los hombres tienen derecho a ostentar cierta dignidad y a abrirse cuando una les hace canalladas. Eso no lo aceptó nuestra Ninón, y como nunca nadie se había atrevido a dejarla colgada porque simplemente era una profesional del sexo– así decía ella, y no yo, ni nadie– se desquició a tal grado que comenzó una campaña de acoso escalofriante. Empezaban los celulares, me acuerdo, pero también iban de salida los famosos bípers, así que “La Ninón”, día y noche le mandaba mensajes terribles al fulano a través de la operadora de los bípers. Cosas como “a mí nadie me deja así, animal, y dile a tu nueva novia que se cuide porque le voy a partir su madre después de partirte tu madre a ti”. Cosas por el estilo y mucho peores. El tipo, evidentemente dejó del bíper por la paz, pero “La Ninón” no se rindió e iba a comprar de esos teléfonos baratos de Oxxo para poder pillarlo e intimidarlo sin que él reconociera el número. “La Ninón” enloqueció por ese hombre y no iba a parar hasta que volviera a hacerle caso, decía. Su locura llegó a niveles delincuenciales: acechaba su casa y le rayaba el carro, le marcaba a los amigos del tipo a altas horas de la noche para que la conectaran con él a cambio de un pago difícil de rechazar. Muy gansteril nuestra Ninón. Tan grave se puso la cosa que los papás del tipo metieron abogado para que le pusieran orden de restricción. Finalmente ese romance frustrado fue el Waterloo emocional de nuestra mentora. Al poco tiempo comenzó a vender mota afuera de la escuela y sufrió una metamorfosis. Primero se hizo mil pearcings en las orejas y luego se armó unas rastas mugrosas que nunca se cuidó. Después le metió duro a las memelas y a los pastelillos durante el monchis, y dejó de ser “La Ninón” para tomar el papel de “El Carnal Marcelo”. Nuestra heroína romántica dejó de serlo porque también olvidó “su exquisito abandono de mujer”, como decía Lara. Pasaron los años, el grupo se desintegró y algunas nos casamos y nos divorciamos y nos volvimos a casar y a divorciar. La mayoría hicimos vidas normales, ordinarias y aburridas, tal vez, pero con sus lapsos de felicidad. “La Ninón”, en cambio, se radicalizó y perdió el “charm”. Se fue afeando cada vez más, voluntariamente, y hace poco la vi en una foto de La Jornada sosteniendo una pancarta que decía “Ni una más”. Y yo pensé entonces en la horrible emboscada de terror que emprendió contra el tipo que conoció en el antro, y también pensé en Kathy Bates en la película “Misery”, o en Glenn Close en “Atracción fatal”. Bueno, pensé, al final de cuentas “La Ninón” nació para el estrellato…
