Una mujer de trenza y ojos pequeños es la voz de los pueblos indígenas, hace visible las problemáticas en cada lugar rumbo a 2018, a pesar de la represión, muertes, desapariciones y encarcelamientos

Por Mario Galeana

Tehuacán, Puebla.- Debe ser difícil decirle a unas 300 personas que han sido marginadas casi toda su vida que el futuro no será mejor, ni siquiera un poco menos malo, pero María de Jesús Patricio Martínez no duda y dice que después de 2018 todo podría ser peor para ellos.

Están reunidos en un lugar a las afueras de esta ciudad que siempre ha sido un valle caliente con montes colorados mordiendo la costa azul del cielo en la lejanía, entre cactáceas y vestigios de mazorcas. La ciudad es la segunda más poblada dentro del cuarto estado más poblado del país y, quizá por eso, no sorprende que uno de cada 10 indígenas que pueblan México haya nacido en él.

Son las 10 de la mañana del domingo 19 de noviembre y a María de Jesús la escuchan un ciento de indígenas mazatecos de la Mixteca baja de Oaxaca que salieron de sus pueblos la madrugada anterior, un ciento de indígenas nahuas de la Sierra Negra de Puebla que salieron de sus pueblos casi a la par que los mazatecos, activistas, trabajadores de cuatro radios comunitarias, dos italianas de una ong ídem, un par de antropólogas, un punk, tres perros, dos periodistas.

Y a ella, a la vocera del Concejo Indígena de Gobierno (CIG) del Congreso Nacional Indígena (CNI), la acompañan su esposo, Carlos González García, una huichol de nombre Patricia Moreno Salas, cinco treintañeros que la ayudan a recolectar firmas para conseguir la candidatura independiente a la presidencia de México y un zapatista que parece ser su escolta.

María de Jesús, Marichuy, llegó la noche anterior, tras haber recorrido el oeste y el norte de Puebla, y antes de eso, Veracruz y Chiapas, sin descanso ni intermedios. Y, sin embargo, esta mañana no se ve adormilada ni abatida.

Aquí, en Tehuacán, ella dirigirá una marcha desde el norte de la ciudad hasta el Zócalo, donde se hará un mitin en el que denunciará el riesgo ambiental que supone la construcción de una hidroeléctrica en la Sierra Negra.

Pero antes de eso, en esta reunión en la que se ha desayunado café y salsa de huevo, Marichuy les explica a todos por qué se convirtió en aspirante a candidata independiente.

—En nuestro último Congreso Nacional Indígena nos dimos cuenta de que los pueblos estábamos peor: que había más represión, más encarcelados, más muertos, más desaparecidos y más despojo de las tierras. Entonces vimos que lo que viniera después de 2018 iba a ser peor. Por eso nos propusieron participar en este proceso electoral. No con el fin de llegar a ocupar la silla presidencial, sino para hacer visible la problemática de cada pueblo indígena.

La curandera

La primera vez que el nombre de María de Jesús Patricio Martínez apareció en los diarios fue el 28 de marzo de 2001, cuando ella y otros representantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) defendieron ante la Cámara de Diputados una propuesta de ley que jamás quedó plasmada en papel, pero que reconocía la autonomía de los 10 millones de indígenas que habitaban el país.

En la tribuna legislativa, Marichuy pronunció la frase que hoy enmarca toda su precampaña: “Nunca más un México sin nosotros”.

No se supo de ella sino hasta 2015, cuando el Cabildo de Tuxpan, una comunidad nahua de Jalisco en la que nació el 23 de diciembre de 1963, le otorgó un galardón por preservar la medicina tradicional y la herbolaria.

Una revisión en Internet diría de ella esto: que es la tercera de 11 hermanos, madre de tres hijos, docente en la Universidad de Guadalajara, curandera antes de los 20, integrante del CNI desde 1996 y, ahora, aspirante a la Presidencia.

Pero en la red no se sabe que ella siempre porta un morral con la frase bordada: “Queremos un mundo en el que quepan muchos mundos”, que sonríe cálidamente cuando alguien grita “¡Viva, Marichuy!”, y que cada vez que algo no le gusta las comisuras de su boca se ladean hacia abajo.

Pero el movimiento que florece este otoño de 2017 no se trata de ella, sino de lo que representa: los indígenas y, sobre todo, las mujeres indígenas. Por eso no le interesa ser protagonista y prefiere que en cada evento realizado sean los habitantes de los pueblos que recorren quienes hablen por el micrófono. Lo entendí la mañana del domingo, cuando se negó a darme una entrevista porque antes debía ser autorizada por el CNI.

La suspicacia suele ser la peor o la mejor característica de un periodista. Cuando me rechazó, primero sentí la impotencia de quien viaja horas en autobús para una entrevista que no sucederá. Después un vago rumor del menosprecio, pues una semana atrás el escritor Juan Villoro publicó en el semanario Proceso una larga conversación con ella. Y, al final, el sospechosismo: ¿Por qué Marichuy sólo puede otorgar entrevistas en escenarios controlados, a escritores que respaldan su candidatura?

Pero todo eso quedó atrás cuando los activistas que organizaron su visita a Tehuacán la convencieron para que pudiésemos entrevistarla los dos periodistas y las dos italianas.

Y ella no duda en ninguna pregunta. Acompaña cada frase con ligeros movimientos de manos y suelta cada palabra sin prisa, delicadamente. El CIG puso en una mujer de trenza firme y ojos pequeños el rostro y la voz de cada problema que sortean a diario, y por décadas, las comunidades indígenas que representa. Por eso es La Vocera.

—¿Y por qué se decide que sea una mujer la candidata?
—Porque es el símbolo de la triple represión que se ha vivido —contesta—. Los pueblos indígenas están abandonados, pero dentro de los pueblos también están las mujeres, que suelen ser las últimas a quienes se les toma en cuenta. La participación de la mujer en los procesos organizativos es un símbolo: si no se nos considera, caeremos en este sistema capitalista que está diseñado por el patriarcado.

—Pero mujer y curandera, además...
—En las comunidades todo va de la mano; nada está aislado. Si se enferma la tierra, se enferman las personas; si se enferman las personas, se enferma la tierra. Hay una comunicación. Yo me he dedicado a la curación y me he dado cuenta de que nuestra tierra se está enfermando, está agonizando. Urge darle un medicamento fuerte y solamente es la organización.

—¿Y qué piensa de sus posibles contrincantes en las urnas?
—No opino de ellos porque nuestra propuesta es distinta. Somos voces desde abajo que buscamos un espacio. Nuestra tirada principal es organizativa, con el fin de tener un Concejo Indígena de Gobierno que mande, no sería una sola persona sino todo un grupo de más de 200 concejales del país. Lo que queremos es visibilizar la problemática de cada pueblo y dejar una estructura firme.

Los otros 

Mientras se reparte salsa de huevo y café, yo me pego a Gloria y a su hijo, que salieron de la comunidad mixteca de Yucuñuti de Benito Juárez, Oaxaca, a la medianoche del sábado 18 de noviembre. Cuando no viaja hasta San Quintín, Baja California, para cosechar fresas, Gloria hace diariamente 12 sombreros de milpa que vende a dos pesos cada uno.

Me dice que entró al Movimiento Agrario Indígena Zapatista (MAIZ) hace poco, cuando el alcalde de su comunidad les pidió a ella y a otras 120 personas unos 35 mil pesos para entregarles casas construidas por el gobierno. Cuando decidieron ir por su propia cuenta hasta la secretaría federal que se las otorgaría, descubrieron que no necesitaban dinero para solicitarlas: era la corrupción de su presidente municipal. Al increparlo, él se rió y dijo que eran sólo unos indios que no entendían nada. Ella y el resto se adhirieron a MAIZ, denunciaron a su alcalde, tomaron la presidencia municipal dos veces, recibieron sus casas y ahora les gusta participar en luchas que ya no son de ellos, sino de personas como ellos.

Entre la multitud que desayuna también está Rubén García, un campesino de la Sierra Negra, que desde hace dos años se convirtió en uno de los líderes de la resistencia indígena de varias comunidades de la región, las cuales se oponen a la construcción de una hidroeléctrica que la empresa minera Autlán quiere instalar allí, desviando y entubando el cauce de tres ríos.

Rubén cree que la lucha se intensificará pronto, pues las elecciones se avecinan y la empresa minera ha logrado cooptar a varios de los alcaldes de aquella zona.

Estas son las personas que escuchan a Marichuy decir que lo que vendrá después de 2018 podría ser peor. Estas son las personas que quieren evitarlo.

El enemigo en la izquierda

Cuando el CIG anunció la candidatura independiente de una mujer, no fue el gobierno el que mostró la primera señal de rechazo, sino la oposición. El líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador, criticó la propuesta del EZLN y su llamado a la abstención durante la votación presidencial de 2006, cuando perdió por primera vez.

—La gente de Morena y de López Obrador opta por un reduccionismo muy fácil. Dicen que el zapatismo lo creó Salinas de Gortari, que le hace juego al sistema, que el subcomandante Marcos es priista, que Marichuy es de Antorcha Campesina. Pero es porque son fanáticos; no se dan cuenta de que hay otra izquierda, la que milita en los movimientos ambientales, sociales, sindicalistas, de punks, de los marginados.

Me dice Martín Barrios Hernández, activista y presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Laborales del Valle de Tehuacán. Martín lleva el cabello largo y varios tatuajes en los brazos, como un Jimi Hendrix en el hombro derecho. Él encabezó la defensa de varios trabajadores despedidos en Tehuacán durante el auge de las maquiladoras, en la primera década del año 2000. Por su activismo fue preso un par de semanas durante el sexenio del gobernador Mario Marín.

—Andrés Manuel y Morena no son siquiera socialdemócratas, —me dice durante la marcha hacia el Zócalo de Tehuacán—, porque no hablan de los derechos de los trabajadores. López Obrador ha querido todo el tiempo congraciarse con los ricos y decirles que no es un peligro para ellos. No para México, sino para ellos.

Junto con Omar Esparza, presidente de MAIZ, Barrios Hernández es hoy uno de los promotores del nuevo movimiento indígena en el Valle de Tehuacán y la Sierra Negra. También es casi una hemeroteca sobre el paso del zapatismo en estas regiones.

Enlista cuatro momentos: en 1999, cuando llegaron varias brigadas zapatistas al valle, que se “militarizó completamente” por órdenes del gobierno federal.  En 2001, con un evento multitudinario al que asistió el subcomandante Marcos en búsqueda de la consulta indígena. En 2006, con una segunda cruzada por el país nombrada La Otra Campaña. Y el de hoy.

Pero lo ve que Martín es distinto a lo que ocurrió otros años:

—Hay una descalificación enorme de la sociedad colonizada que reniega de su pasado indígena y que ve a Marichuy como las canasteras (comerciantes indígenas ambulantes) de Tehuacán, a las que les piden que se vayan a trapear, a barrer, a sus pueblos. Pero no se dan cuenta de que estos son sus pueblos.

La marcha

Marichuy no grita consignas y sólo musita y alza la mano cuando se entona una de ellas: “¡La lucha sigue, Zapata vive!”. La larga caminata avanza y cada bloque carga su propia lucha: hay mantas en contra del reordenamiento comercial en Tehuacán que se ha desatado en los últimos meses en contra de las canasteras, hay mensajes en contra de la hidroeléctrica en la serranía y a favor de la aspirante a candidata indígena.

Carlos González, su esposo, no va con ella y prefiere caminar en la periferia del grupo. A lo largo de su visita en Tehuacán no los veré darse un solo beso y se referirán entre ellos como “compañeros”. Carlos detesta a los partidos políticos “al servicio del capitalismo” y posee una radiografía nacional del despojo en contra de los pueblos: en Chiapas, la explotación de oro y la concesión de las sierras; en Veracruz, la contaminación del agua para lograr la explotación de gas y petróleo; en Puebla, la represión contra las comunidades que se oponen a los gasoductos. Y hay, dice, 20 millones de hectáreas en el país concesionadas a empresas mineras.

Carlos es también el último en revisar el discurso que Marichuy leerá en la plaza pública de Tehuacán, cuando la marcha llegue hasta allí bajo un cielo apocado por las nubes.

Antes de ella, habla la activista Concepción Hernández, el padre Anastasio Hidalgo y otros activistas de la región. Y también la huichol Patricia Moreno, que batalla con el castellano pero que tiene arrojo en sus palabras: “Los que no quieren vernos, mejor que se vayan del país”.

Y cuando es el turno de Marichuy, lee pausadamente el comunicado que han escrito para ella:

“Sobre estas tierras de Puebla —pronuncia—, los de arriba decidieron dónde iban a poner las estaciones eléctricas, dónde las carreteras y dónde los caminos; hacia dónde deben de correr los ríos y, en lo inmediato, dónde poner la cortina de una presa que despoje y destruya la tierra para el proyecto de la empresa minera Autlán, misma que, nos comentan nuestros hermanos, se está valiendo de los políticos de la región y del estado, de todos los signos y todos los colores, para imponer su proyecto repartiendo dinero, contratando matones a sueldo y amenazando a todos los que en la Sierra Negra y la Mixteca se oponen a sus ambiciones.”

“Permaneceremos atentos a esta histórica lucha por defender a nuestra madre tierra de la amenaza capitalista. Desde Tehuacán, Ciudad de Indios, nunca más un México sin nosotros”.

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