José Antonio Meade ha desbancado a Agustín de San Blas, el hombre que nadie extrañó durante cuatro años y fue hallado muerto cuando le llevaban una orden de denuncia
Ojo de Halcón
Por Tamón Takahashi-Iturriaga / @halconsiete
Contaba David Gistau (Madrid, 1970), en el Herrera en COPE del pasado jueves 23, la historia de quien seguramente fue el hombre más solitario del mundo.
Gistau habló de un hombre que vivía en San Blas (Madrid). Agustín, de 56 años, estaba solo. Un buen día, ninguno de sus vecinos supo más de él. Fuera del edificio donde él vivía tampoco lo esperaba nadie; ni a nadie le hacía falta. No debía, ni le debían. No le ayudaban, ni ayudaba. No era acompañado, ni acompañaba. No era echado en falta en lo absoluto. Así que, al desaparecer de repente, nadie, absolutamente nadie, se preguntó a dónde se había ido Agustín. Sólo sus vecinos, con quienes no tenía ninguna relación —y sobre quienes, seguramente, no despertaba la más mínima simpatía— pensaron que Agustín se habría ido al hospital a tratarse la enfermedad hepática que sufría.
Y así, de la nada, un buen día, no se supo más de él.
Tiempo después, mucho tiempo después, alguien se acordó de Agustín. Y lo buscó. ¡Qué cosa! ¡Había alguien que aún pensaba en Agustín! ¿Quién? Pues no era alguien, era algo. Ese algo era una Comisión Judicial que acudió, acompañada de un cerrajero y una orden de desahucio, a su casa. Glamour total, vamos.
¿El motivo? Llevaba cuatro años sin pagar la hipoteca.
Vaya, que al final, Agustín sí que le debía algo a alguien: la casa al banco.
Y claro, los bancos nunca olvidan. Los bancos se acordaron y quisieron saber de Agustín.
Y pues nada, que al llegar a su casa, pensando en que seguramente no encontrarían a Agustín, porque tenía años que ni Dios preguntaba por él; al entrar en su piso, sí que lo encontraron. Muerto.
Agustín llevaba muerto cuatro años. Le dio un paro al corazón sentado en su sillón. Y en esa misma postura permaneció Agustín todo ese tiempo. Estaba, literal, hecho una momia.
Los vecinos, al ser preguntados por la policía sobre cómo había sido posible que no lo hubiesen notado, contestaron que creían que, al estar enfermo, Agustín se habría ido al hospital y habría muerto allí. Pero ninguno tuvo el mínimo interés por preguntar, pasado el tiempo, por Agustín, en el hospital. Tampoco notaron el olor —un tuficillo—, llegó a decir alguno… así debe de oler aquello siempre, agrego yo.
Remataba Gistau al cerrar su tablet ese día: “No se puede estar más solo. Es una de las consecuencias de la soledad de las grandes ciudades, de las grandes colmenas en las que vivimos”.
Pues sí. No se puede estar más solo que Agustín.
En fin, Agustín ha dejado de ser el hombre más solitario del mundo.
El lunes 27 de noviembre, ya tuvo sucesor.
Se llama José Antonio, y lo conocen como Pepe, o como Jefe Meade. Pepe Meade. El Jefe Meade.
Pero por razones muy distintas, claro.
Tanto Enrique Krauze, como Jorge Castañeda —quienes, mira tú por dónde, podrían ser rivales de Pepe en la elección de 2018—, en sus libros sobre el tema sucesorio —La Presidencia Imperial y La Herencia— llegaron a decir que la persona que es ungida como el sucesor del Presidente priista en turno se vuelve el hombre más solitario del mundo. O al menos, eso recuerdo haber leído, aunque tiene mucho que los leí, así que igual y estoy equivocado.
Pero tiene sentido.
¿Por qué? Porque a pesar de todo el equipo, colaboradores, amigos, manos, brazos, los cuentas-conmigo-para-lo-que-necesites-mi-Pepe, y demás… en la realidad, estás más solo que la una.
¿Por qué? Pues porque quien carga con la responsabilidad y con el peso de las decisiones que se habrán de tomar eres tú, mi Pepe. Quien sabe quién deberá hacer frente a todos los conflictos de interés que generan los nudos gordianos que paralizan el país, pues eres tú, mi Pepe. Quién va a quedar mal con casi todos, porque a muchos no les va a poder cumplir, y a los que sí, sentirán que les quedó a deber, eres tú, mi Pepe. Porque quién sabe con toda claridad que gobernar con éxito una nación no depende de un sólo hombre, eres tú, mi Pepe.
Porque también sabes que revertir inercias o completar ciclos completos de reforma institucional que lleven a un país a lograr una generación completa de desarrollo, equidad y bienestar para la población, no depende sólo de ti, mi Pepe. Ni de tu equipo. Porque tú sabes muy bien que depende, fundamentalmente, de dos cosas: de la fortaleza de las instituciones que se construyan y del paso del tiempo, para que la gente crezca en sus ámbitos —sabiendo como algo inamovible y cierto— a esas instituciones fuertes y bien diseñadas.
Y esa no es chamba sólo tuya, mi Pepe. Aunque mucho has contribuido en ella.
De ahí, seguramente, la sensación de soledad. Porque sabiendo lo que sabe Pepe Meade, él sabe mejor que nadie que no depende de él. Que muchos criticarán. Que otros más se sentirán defraudados y traicionados. Y que la mayoría lo hará responsable a él. Porque la cultura política de México es así. Patriarcas y Patrimonios. Y el Patriarca que cuida todo el Patrimonio está más solo que nadie, porque nadie sabe el peso que representa cuidar lo de todos, para todos y en contra de todos.
Ya sé que suena a lectura de hace más de 20 años, pero es que esta sucesión —y esta misma administración— parecen de hace más de 20 años.
Y por lo mismo, una vez descubierto el sucesor, el de Agustín, claro, tenemos un nuevo hombre más solitario del mundo: Pepe.
Por cierto, y el sucesor de nuestro Agustín, ¿quién será?
¡Ah! Y ya para cerrar… a mí me da que el verdadero sucesor del Agustín de San Blas, el de los cuatro años muerto, el que de verdad era el hombre más solitario del mundo, el día de hoy no es Pepe.
Yo creo que se llama Enrique.
¿Será?
