La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia 

“El Met está, tal vez sin intención, respaldando el voyerismo y la cosificación de los niños”, afirmó una gringa perturbada al mismo tiempo que subía a las redes una petición a alguno de esos sitios donde los activistas, las feminazis, los homófobos, los defensores pro-vida, los animalistas, los odiadores de Domínguez Michael, las víctimas reales, los chairos indignados, los pacifistas de mar y tierra, los veganis… y todo aquel que se sienta ofendido por algo, pueden reunir firmas para “dar solución” a una queja, sea absurda o no. Descabellada o no. Estúpida o no. Legítima o no. El problema de esta señora cuyo nombre no encuentro por ningún lado, es que se siente ofendida por una pintura. Por un cuadro de Balthus que cuelga en los muros del Met y que seguramente cuesta más de lo que puede costar su apartamento o qué sé yo. El caso es que esta señora se puso a reunir firmas entre sus conocidos y entre los conocidos de sus conocidos y entre otros locos y no tan locos, circulando la mítica pintura titulada “Teresa durmiendo”. Una pintura muy Balthus. Y para quien no sepa qué quiero decir con eso de “muy Balthus”, me explico: una pintura “muy Balthus” es un obra que seguramente tendrá plasmada una escena con niñas pre adolescentes: con sus faldas de colegialas y sus piernitas medio abiertas y sus bracitos arriba. Niñas que Balthus retrató en muchísimas ocasiones en diferente posiciones y actitudes, algunas, es verdad, provocadoras. A eso me refiero cuando digo que la pintura de Balthus, que la gringa ofendida quiere mandar a quitar, es “muy  Balthus”. Decir que un cuadro Balthus es “muy Balthus” nos hace pensar en niñas hermosas y magistralmente pintadas con un juego de luces increíble y un carácter enigmático. Es como afirmar, por ejemplo, que un Rubens es “muy Rubens”, es decir, que en el lienzo seguro aparecen mujeres semidesnudas sitiadas detrás de su propio tejido adiposo (ahí donde se rompe la delgada barrera de lo gordibueno con lo gordo). O también es como señalar que un Modigliani es “muy Modigliani”, es decir, que en el lienzo aparecen puras mujeres flacas con cuellos alargadísimos y ojos abismales. Así Balthus, pienso, no sería Balthus ni sería cotizado como un Balthus sin sus niñas. Y querer despojar a Balthus de sus adolescentes es como si a Nabokov le quitaran su Lolita, o a A.M Homes le secuestraran su novela “El fin de Alice”, o si a Bataille le borraran a Simona o a Philip Roth no le volvieran a editar jamás las aventuras del onanista Portnoy. Y todo porque a una señora –cuya autoridad moral seguramente es muy cuestionable– se le ocurrió decir que Balthus promueve la vileza. ¿Quién pide esta clase de despropósitos? Imagino que la instigadora del desmadrito es una gringa que votó por Trump, que fuma como cerda, que toma Xanax y que suele mirarle la bragueta a los amiguitos de sus hijos imberbes, o si no tiene hijos, seguro hurga en las braguetas de sus vecinitos. Imagino a esta señora como uno de los personajes grotescos de la propia A.M Homes o como algún personaje anodino, pero lleno de conflictos y castraciones, al mejor estilo Raymond Carver. Una newyorkina que se lo pasa pegada a la computadora tragando Mc Tríos y centros de donas Tim Hortoons. Que luce, además,  una dentadura destrozada por la nicotina y el Canderel; tan destrozada como la protagonista de un cuento de Carver que tiene de mascota a un pavorreal y que es madre del niño más feo del mundo. Esa señora, la señora que no puede ver a Balthus colgado en el Met, seguramente un día fue al Met porque le agarró un chubasco y dio el recorrido pensando que encontraría obras de aquella artista para traileros sajones que se hizo famosa por dibujar personajes ojones caricaturizados. La señora, la gringa odia-Balthus, ha de haber pasado por diferentes salas viendo Basquiats y Wharhols y Hoppers y nada de eso la asombró. La veo pasando de largo diciendo que ella haría mejor los champurrados de Pollock, mientras sus manos ansiosas rascaban aquella cabellera rubia llena de seborrea, hasta que, de pronto, se plantó frente a la Teresa de Balthus y dijo: “¡Oh, my holy shit!”, y se persignó al mismo tiempo que un extraño deseo se apoderó de ella: el deseo de hacer una corrección a su miserable vida, es decir, el deseo de volver a la tierna infancia y ser otra y no ella, la gringa que horas después llegaría al ordenador a abrir el Change.org… Miró el Balthus con recelo pensando que la niña retratada podría haber sido ella, que por su reacción radicalizada e híper puritana, quizá fue abusada a esa edad; a la edad de la Teresa de Balthus, pues recordemos que los gringos tienen una escala de valores muy laxa y retorcida, por lo tanto es raro encontrarse una niña babyboomer que no haya sido manoseada por un mayor de su familia o desconocido. Así la mujer del Met, decidió que Balthus era un hijoeputa pedófilo y que debería ser retirado del museo. Y con la misma determinación abrió el Google y buscó más obra del autor y se dio cuenta que los cuadros eran siempre de niñas y… ¡Yisus! Salió corriendo a casa, no sin antes pasar por una botella barata de Jeam Beam, que se metería directo del pico, sin hielos y sin gaseosa, muy al estilo de alguno de los  personajes decadentes de Lucia Berlin, así la gringa. Entonces tecleó www.change.org,  y mandó la petición: se debe retirar a Balthus del Met. Acto seguido, oprimió “send” a la petición y la corrió por sus contactos: otros gringos dementes que se santiguan mientras se cogen a sus ovejas. ¡Ocho mil setecientas firmas recabó la señora! Ocho mil setecientas “almas justas”  (y atribuladas) que se ofenden por una obra de arte valuada en millones, y no sólo eso, una obra de arte que vivirá más que los complejos de los jueces morales que intentan desaparecerla. ¿Hasta dónde llegará esta lucha inocua por una corrección política artificial y ofensiva que pone en peligro constante la creación? ¿Es Balthus un promotor de la pederastia? ¡No! Ninguna obra tuerce o destuerce la mente del torcido o del puro. Es la vida real –y sus tangentes– la encargada de envilecer o ennoblecer al hombre.

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