López Obrador, durante las diferentes contiendas electorales en las que ha participado, ha tenido chance de ganarlas, pero no ha podido, ¿en 2018, será la misma historia?

 

Ojo de Halcón

Por Tamón Takahashi Iturriaga 

He redescubierto, recientemente, lo fantástico y divertido que es el hockey sobre hielo.Desde chico me gustaba mucho, aunque no le entendía nada. Pero, simplemente, ver las equipaciones, los patines, la pista, las porterías pequeñas, los bastones, la velocidad, ¡todo! Me parecía de otro planeta. Algo mágico que me dejaba con la boca abierta. Como entrar en un universo desconocido, muy emocionante.

Y eso que no entendía nada.

Para mi mala fortuna, el hockey no es un deporte que se vea mucho en México. Es difícil seguirlo con regularidad. Así que, por mucho que me gustaba, con el tiempo, fue menguando mi afición. Hasta que el año pasado estuve en el United Center de Chicago, para ver cómo los Chicago Blackhawks pasaban por encima de Los Angeles Kings 3 a 0. Y hace unas semanas pude ver cómo los Carolina Hurricanes vencían a los New York Islanders 4 a 2, en la PNC Arena de Raleigh, Carolina del Norte.

Wow. Brutal.

El ambiente, los colores, el alto grado de dificultad, el ruido, las luces, la emoción, los bastones… la velocidad. Alucinante. Me ha enganchado de manera definitiva, sin duda.

Y eso que no entiendo nada.

Aunque comienzo a entender algunos de sus elementos básicos como, por ejemplo, la Power-Play.

Una Power-Play sucede cuando uno de los equipos tiene a un jugador temporalmente sancionado, fuera de la pista. Por esta razón, el otro equipo, el que tiene la Power-Play, está en ventaja al jugar, con al menos un jugador más, durante dos o cinco minutos, dependiendo de la sanción. Incluso, puede llegar a tener una Power-Play con dos jugadores más.

Como la formación de un equipo de hockey consiste en cinco jugadores más el portero, estar en desventaja cuatro contra cinco o, aún más, tres contra cinco, es cosa seria. Y si es por cinco minutos, vamos, el matadero seguro.

Es curioso, también, que el objetivo principal de una Power-Play es que el equipo que la tiene anote. Tanto así que, cuando eso sucede, se dice que el equipo con la Power-Play ha convertido la Power-Play. Por el contrario, si eso no sucede, se dice que el equipo en desventaja ha matado la Power-Play.

Es decir, tener una Power-Play es una gran oportunidad para aventajar al rival.

Yo lo pienso como uno de esos momentos decisivos donde, si no aprovechas la oportunidad de ventaja que tienes, no sólo has perdido esa chance puntual, sino que quizás, también has perdido la ventaja de manera definitiva, porque la moral que adquiere tu rival, al haber matado tu Power-Play puede ser tan grande que combinada con el pequeño —o grande, según sea el nivel de la oportunidad perdida— bajón que te da por no haber sido capaz de convertir la Power-Play y anotar —en hockey es muy difícil anotar— te puede llevar al suelo y no volverte a levantar.

Pues bien, Andrés Manuel López Obrador lleva con la Power-Play desde 2004.

Desde el desafuero, vamos.

¿Por qué? Porque desde entonces, asumiendo una actitud de apóstol de la democracia, del débil virtuoso que enfrenta al poderoso implacable y despiadado enemigo, de un David que afronta a su Goliat particular —representado no sólo por sus adversarios políticos, sino por los empresarios, el gobierno, los de arriba o cualquier otro sector por el estilo—, se ha puesto en una situación de ventaja prematura en las encuestas cada vez. Es decir, ha tenido la Power-Play de cara a las elecciones de 2006, a las de 2012 y, ahora, a las del próximo año.

¿Por qué? Porque a partir de entonces, del desafuero, con ese traje de mártir artificial, cada acción, cada palabra, cada gesto, cada movimiento que hace López Obrador se entiende en función de su tenaz —por no decir obcecada, necia, obsesiva— aspiración de detentar el poder de la Presidencia de la República, polarizando a la sociedad. Ellos, los ricos, contra nosotros los pobres. No digo nada nuevo, la verdad.

Ha de ser porque, como en el hockey, no entiendo nada.

Y en parte, la estrategia se ha colado. Siempre comienza muy arriba en las encuestas. Siempre, decíamos, parte con una Power-Play a su favor. Contra Felipe Calderón en 2006, incluso, tenía una doble Power-Play —dos adversarios fuera, por cinco minutos—, que no convirtió. Como tampoco convirtió su Power-Play de 2012.

Para 2018, claro que sí, inicia la contienda con otra Power-Play. Puntero en las encuestas desde hace tiempo, ninguna rispidez en su proceso de unción como candidato de Morena, discurso bien aprendido, plantón en Reforma olvidado.

Pero, mi pronóstico es que, al igual que en las dos pasadas, en esta también su adversario matará su Power-Play.

Sí, Meade va segundo o tercero en las encuestas —según la que se lea—, pero esperemos a que comience la campaña de verdad. A que los carteles, mítines, banderas y muestras de apoyo se hagan presentes. A que el Frente Ciudadano por México —si se mantiene— presente un candidato que encabezará a una coalición fragmentada. Y, sobre todo, esperemos a que las rondas de declinaciones comiencen a favor de Pepe. Esperemos a que sean sólo López y Meade los que estén en la contienda. Ahí se acaba el chiste. Terminará el tiempo reglamentario de la Power-Play, otra vez, sin anotación. Ahí, apuesto que López Obrador no concretará, otra vez.

Aunque igual y fallo rotundamente, porque como en el hockey, no entiendo nada.

Por cierto, en la temporada 2016 de la NHL, el promedio de las Power-Play convertidas fue sólo de 19.12%.

Nada.

Pues eso.

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