Bitácora

Por Pascal Beltrán del Río

Las tres principales candidaturas a la Presidencia de la República han quedado definidas.

Sin desdeñar lo que pudiesen representar para el electorado las aspiraciones de quienes quizá lleguen a la boleta sin el apoyo de un partido político —marcadamente, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez, El Bronco—, la carrera arrancará como una contienda entre Ricardo Anaya Cortés, Andrés Manuel López Obrador y José Antonio Meade Kuribreña.

La tradición electoral mexicana de los últimos 30 años ha sido que la lucha por la Presidencia se cierre en las últimas semanas de la campaña entre dos candidatos, independientemente de cuántos se hayan registrado. Al no haber segunda vuelta en México, muchos de los votantes que originalmente se inclinaban por alguno de los aspirantes más rezagados aplican en esa etapa lo que se ha dado en llamar “voto útil”, buscando que alguno de los punteros gane o pierda.

Pese a que uno puede encontrar ese fenómeno en las cinco elecciones presidenciales de 1988 a la fecha —y puede medirse con base en la cantidad de voto cruzado que se ha dado—, también es cierto que la distancia entre el primer y tercer lugar de la contienda se ha ido cerrando.

En 1988 fue de 33.32 puntos porcentuales; en 1994, de 32.1; en 2000, de 30.54; en 2006, de 13.88, y en 2012, de 12.52.

¿De cuánto será en 2018, con tres candidatos que arrancan muy competitivos? Ya lo veremos.

Yo creo que todavía existen condiciones para que, al final de la campaña, la lucha por la Presidencia se resuelva entre dos de los tres. Pero, ¿cuáles dos? ¿Serán López Obradory Meade? ¿Anaya y López Obrador? ¿Meade y Anaya?

Hasta el año 2006, en la pareja de candidatos que llegaba al final de la carrera, siempre estuvo el aspirante del partido del gobierno. Es decir, la disyuntiva para el electorado era cambio o continuidad. Así fue en 1988, con Carlos Salinas de Gortari (oficialmente triunfador, representante de la continuidad) y Cuauhtémoc Cárdenas (cambio). En 1994, conErnesto Zedillo (triunfador, continuidad) y Diego Fernández de Cevallos (cambio). En 2000, con Vicente Fox (triunfador, cambio) y Francisco Labastida (continuidad). Y en 2006, con Felipe Calderón (triunfador, continuidad) y López Obrador (cambio).

Sin embargo, en 2012, la candidata del oficialismo, Josefina Vázquez Mota no se metió entre los dos finalistas, por lo que la disyuntiva no fue cambio y continuidad, sino una elección entre dos representantes de la alternancia: Enrique Peña Nieto y López Obrador.

¿Qué fue lo que provocó eso? ¿Los doce años de gobiernos de signo panista, lo cual provocó un desgaste a Acción Nacional? ¿El hecho de que la candidata oficialista fuese mujer en un país donde la cultura machista aún domina? ¿La forma en que Vázquez Mota se desmarcó del presidente Calderón, presentándose como diferente?

Las condiciones en 2018 serán distintas a las de 2012. El PRI apenas lleva un periodo en Los Pinos, luego de haber estado dos sexenios en la oposición, aunque es cierto que llegará a las elecciones de julio con un gran desgaste de imagen.

Por otro lado, es poco probable que alguno de los dos finalistas sea mujer. Para ello, Margarita Zavala deberá amarrar antes el número de firmas, y la distribución de las mismas, que requiere para poder estar en la boleta, por lo que la hipótesis del género no se presenta en esta ocasión.

Y, en tercer lugar, el aspirante oficialista José Antonio Meade no se ha desmarcado del presidente Peña Nieto. Al contrario: ha sido explícito en presentarse como candidato de la continuidad. Sin embargo, esas diferencias respecto de la contienda de 2012 no eliminan las posibilidades de que Meade se rezague al tercer lugar.

Pretender decir en estos momentos, a más de seis meses del día de las elecciones, cuáles dos de los tres estarán en esa carrera parejera resulta arriesgado.

Si se impone la disyuntiva de cambio o continuidad, Meade podría estar, y su rival por verse. Pero si el PRI no aguanta el peso del desprestigio o si la carrera se vuelve una batalla entre los candidatos más rudos o incisivos, Anaya y López Obrador, el técnico de trato suave Meade podría verse fuera.

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