La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
La primera vez que tuve noticias sobre lo que era un “Sugar Daddy” fue en los años noventa, cuando mis abuelos paternos tenían un restaurante donde llegaban un sinfín de trabajadores a comer. Yo era muy pequeña y no le prestaba atención a los trabajadores que iban a comer, pero sí que se la prestaba a la vecina de mis abuelos: una gringa maravillosamente pelirroja que se lo vivía metida tanto en horas de servicio del restaurante como cuando el comedor cerraba y el restaurante volvía a ser el departamento de los abuelos. Se llamaba Georgia, y como digo, era una mujer bellísima de piernas torneadas y muchas pecas en la cara, que lejos de afearla, la hacían parecer más atractiva, y mis primas y yo siempre espiábamos a Georgia. Nos gustaban sus vestidos, sus bolsos y la manera en la que fumaba y se desenvolvía. A pesar de su mal español, Georgia era muy simpática. Para mí, era la mujer más feliz del mundo, pensaba, ya que tenía todo lo que necesitaba para vivir bien y no veía que se esforzara mucho, pues tanto podía aparecer en el restaurante como en el departamento de los abuelos a cualquier hora. Georgia no trabajaba. O al menos es lo que a mis primas y a mí nos parecía. Cada fin de semana llegaba a visitar a mi abuela con la finalidad de comprarle ropa. Mi abuela, además de atender su restaurante, vendía ropa muy fina y muy cara que traía del extranjero, y Georgia era, por mucho, su mejor clienta. En tanto nosotras, las primas Gómez, cada viernes esperábamos la visita de Georgia que generalmente llegaba acompañada de señores. Señores viejos; no como ella que en ese entonces tendría máximo treinta años. Los señores que acompañaban a Georgia eran, a nuestros ojos, tan ancianos como mi propio abuelo, es decir, andaban por los 65 o 70 años, así que la diferencia se notaba muchísimo. Georgia entraba a casa de los abuelos y nos llevaba dulces y nos presentaba a sus amigos rucos: un día era Juan, otro Pedro y otro David. Nosotras no comprendíamos muy bien porqué una mujer joven y bella tenía que salir siempre con hombres tan mayores. ¿Qué no se puede conseguir uno de su rodada?, pensábamos. Pero luego de escuchar una conversación entre ella y mi abuela, confirmamos nuestras sospechas: Georgia vivía de esos hombres. Su trabajo consistía en acompañarlos a grandes cenas y al hipódromo. Su trabajo era estar bonita para ellos. Además Georgia no era ninguna tonta; le gustaba la ópera y la pintura. En su departamento tenía cuadros de pintores muy reconocidos, según mi abuela, y lo que nos daba más curiosidad era que mi abuela fuese tan amiga de Georgia aun sabiendo que Georgia vivía de los señores. Para esas épocas, mi abuela ya era cristiana y se lo vivía sermoneándonos por todo. Era una “doña Perfecta” incapaz de aguantar “ninguna visión”, como ella decía a los malos comportamientos… sin embargo, con Georgia rompía esas reglas morales y no sólo porque le hacía ganar mucho dinero al comprarle ropa cara, sino porque realmente la estimaba. Ya con el tiempo, cuando las primas y yo nos volvimos más maliciosas, le pusimos nombre al oficio de Georgia: Georgia era una puta fina. Un día se nos ocurrió comentarle a la abuela nuestro hallazgo y nos fue como en feria. La defendió a capa y espada y suavizó el término. Nos dijo: “Georgia es una mujer muy educada que acompaña a hombres solos a sus eventos. Como ella es tan culta y refinada, tiene mucho trabajo”. Nosotras no nos contentamos con esa explicación, pero ni eso ni nada cambió nuestra percepción sobre Georgia: Georgia era a toda madre y vivía a toda madre. Muchos años y muchos hombres viejos pasaron por la vida de Georgia, hasta que un día se mudó de su apartamento a una casa en Santa Fe que le había regalado uno de sus amigos. No la volvimos a ver, sin embargo, hoy me puse a pensar en ella cuando abrí Twitter y me encontré un video sobre los famosos “Sugar Daddies”. Imaginé entonces a Georgia: su tren de vida y sus amores otoñales. Lo que Georgia hacía es lo que hacen hoy miles de jóvenes que temen no sobresalir por ellas mismas: saltar de viejo en viejo para que esos viejos les costeen el estilo de vida que es bueno para ellas. Antes no se les llamaba “Sugar Daddys”. Antes la cosa era más directa, ruda y sin tanto eufemismos. Lo digo porque en más de una ocasión oí al abuelo diciéndole a mi abuela que los mecenas de Georgia eran simple y llanamente unos pobres (ricos) viejos pendejos. ¿Será cierto?
