Con fotografías, veladoras, flores y cuadros cada año miles asisten al santuario de nuestra señora de Guadalupe para dar gracias
Osvaldo Valencia
El 12 de diciembre el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe se llena de fotografías, cuadros, pequeñas tarjetas, estatuas de barro, cruces, veladoras, flores, peticiones y devotos.
Hace tres años Juan Hernández no se imaginaba estar en la entrada del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, su vida corría peligro. Iba a pintar su casa, subió la escalera y una caída de más de cuatro metros de altura provocó que fuera internado en el hospital.
Recuerda que tenía las muñecas rotas, sin ninguna posibilidad de mover los brazos, el dolor se extendía por todo su cuerpo, percibía una sensación de que sus órganos se habían “reventado” por el impacto.
De forma sorprendente, como si se tratara de un milagro, —así lo considera su familia— Juan se recuperó en una semana.
Hoy, está parado frente al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe con un cuadro de la Virgen entre sus brazos, cada año le da gracias por haberle permitido seguir al lado de su familia.
—Los doctores nos decían que era muy probable que no pasara la noche, él se retorcía del dolor, lo veíamos muy mal —comenta su esposa acompañada de sus hijas, miran a Juan sorprendidas porque la Virgen les concedió el milagro.
—La verdad es un milagro que yo esté vivo, por eso vengo cada año caminando con este cuadro (de la Virgen de Guadalupe) para agradecerle —dice Juan, quien regresa a pie a su domicilio en Granjas del Sur acompañado de su familia.

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María Olga es devota de la Virgen de Guadalupe desde niña; cada año, junto a su familia, iban en peregrinación a la Basílica de Guadalupe.
Recuerda que le pedía a la Virgen por la salud de sus padres, hermanas y hermanos, abuelos, primos, familia y conocidos.
Pero, hace cuatro años, Olga recurrió a la Virgen para pedir ayuda, para un milagro.
—Me enfermé y los doctores creyeron que era cáncer. Me asusté mucho, le pedí a la Virgen que si me cuidaba yo la vendría a visitar todos los años para agradecerle —cuenta.
Hoy, el fantasma del cáncer se ha alejado de la vida de Olga, sin embargo, ahora ha iniciado una batalla con una nueva enfermedad: la diabetes.
—Además de agradecerle, vengo a pedirle que me ayude a caminar bien, por la diabetes me cuesta caminar —comenta la mujer antes de iniciar su travesía de dos horas del templo hasta la 90 Poniente.
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La explanada de la iglesia está abarrotada de menores de edad que personifican a la Virgen de Guadalupe y a Juan Diego.
— ¿De dónde viene la tradición de vestir a los pequeños de Juan Diego y la Virgen? —pregunto a Daniel Romero, uno de los miles de creyentes que asistieron al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
—La verdad no te sabría decir, yo lo hago por tradición de mis padres, fueron quienes me inculcaron esto —responde al ver a su hijo que tiene un bigote pintado, sombrero de paja y un pequeño morral cruzado entre los brazos.
La pregunta es la misma para quienes vistieron a sus hijos de la Virgen y Juan Diego, pero la respuesta es la misma: nadie sabe por qué.
—Es una forma de tributo a la Virgen — menciona Rocío Cruz Rocha.
Hay quienes dicen que es para dar gracias al milagro que la Virgen les concedió; por tres años consecutivos deben vestir a sus hijos de ella o Juan Diego. Rocío así lo ha hecho desde hace un año, pues su hija se curó de otitis, una enfermedad en los oídos.
Otras personas mencionan que esta tradición se basa en un tributo a la historia, cuando la Virgen de Guadalupe se apareció en el ayate de Juan Diego.
—Mi fe en la Virgen es grande. No me ha concedido un milagro y no lo necesito para seguir creyendo en ella —dice Yohana con un pequeño en brazos, está formada para recibir la bendición y agua bendita frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe.


