José Antonio Meade estuvo en Puebla, no logró la euforia entre los militantes del tricolor ni mucho menos un mensaje entre líneas para quienes aspiran por una candidatura
Por: Guadalupe Juárez
Fotos: Ramón Sienra
Pepe Meade –como dicen los panfletos colocados alrededor de un salón del Centro de Convenciones William O. Jenkins– llega de la mano de su esposa Juana Cuevas a un encuentro con la militancia del PRI. Antes, ha desayunado con directivos de medios de comunicación y ha brindado entrevistas a varios de ellos.
“Señor precandidato”, lo presenta con vehemencia la secretaría general del PRI en Puebla, Rocío García Olmedo, quien ensalza cada logro, punto, logro o puesto –aunque sea de un gobierno panista– del currículum del ex titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
Enrique Ochoa Meza y Jorge Estefan Chidiac, el único de los poblanos que siempre está cerca de él, le levantan las dos manos en señal de victoria, un gesto común cuando se trata de mítines políticos.

A diferencia de quienes lo rodean, entre ellos el líder nacional y estatal del tricolor, Antonio Meade no porta el rojo característico del partido en ninguna prenda o accesorio. Prefiere una chamarra mostaza, camisa blanca y un pantalón de vestir azul marino.
Sus intervenciones son breves y muy concretas. A algunos les causa sorpresa que apenas haya utilizado tres minutos para responder cada cuestionamiento, a otros más les provoca molestia porque no lograron arrancarle ninguna crítica al gobierno estatal ni al grupo en el poder.
Al contrario, Meade Kuribreña hace uso de algunas de las propuestas que la administración estatal lleva a cabo, como créditos a mujeres, la cual plantea cuando un integrante del OMPRI le pregunta de qué forma apoyará a este sector.
Otros esperan que prometa que no los abandonara, que no se olvide de los militantes, “los verdaderos militantes”.

El reproche, que recuerda que él no es de ese partido, se replica en el escenario cuando intervienen en el foro de preguntas –preparadas– y respuestas, un formato que le permiten al ex funcionario federal no ser el único interlocutor.
Los asistentes hacen de todo para que el precandidato se tome fotos con una gorra roja, lo logran por unos segundos, cuando logra capturarla, la devuelve, se acomoda el cabello y prefiere saludar ante los gritos y los aplausos que se escuchan a lo lejos.
El salón del centro de convenciones no está repleto, hay sillas vacías, otras se desocupan conforme transcurre el tiempo, los gritos son de unos pocos, los organizadores tienen que incentivar a los asistentes la que lancen aplausos y porras, a excepción de las primeras filas donde Juan Carlos Lastiri, Enrique Doger, Lucero Saldaña y Víctor Giorgana esperan ansiosos algún mensaje entre líneas. Los aplausos fuertes, de esos que estallan, son de ellos.
En hora y media, Pepe Meade baja del escenario, está rodeado de los dirigentes del tricolor y su esposa. No hay mensaje entre líneas, no hay críticas, apenas rescata en su discurso las reformas estructurales sin mencionar a Enrique Peña Nieto.
Los "Pepe, presidente" no son al unísono. Los aplausos son apagados.

