La Loca de la Familia 

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

Como dicta la tradición, intenté levantarme a las 5 de la mañana para reanudar mis prácticas de yoga. Prácticas que, si mal no recuerdo, abandoné hace un buen rato, aunque lo que se aprende bien jamás se olvida. Decir que me levanté es una absoluta exageración, ya que lo único que levanté fue el párpado superior, y al percatarme que era de noche se volvió a cerrar de inmediato. Pasaron tres horas y a las 8 se obró el milagro. No sólo se levantaron mis párpados superiores, sino que se levantó todo mi cuerpo de una cama por demás abollonada y cálida. Tomé mi ropa deportiva y miré al jardín, el mejor sitio para la práctica. Lo miré mientras me vestía y luego abrí la puerta. Acomodé mi tapete en el pasto. Estaba húmedo, pero qué importaba eso; el caso era comenzar el año moviéndome, estirándome, pues no lo he podido hacer gracias a las fiestas. Me puse sobre el tapete e intenté el saludo al sol. Pero no había sol. Las nubes estaban tapándolo. No claudiqué. Pasé mis manos en mudra de oración, apreté el trasero y respiré tan profundamente, con tal vehemencia, que me mareé. El sol salió de entre las nubes cuando al fin recuperé el aliento. Abrí las piernas para meter la cabeza entre ellas y di otra bocanada de oxígeno cuando me percaté que el aire estaba viciado por la pólvora esparcida en el ambiente de la noche anterior. Me senté en el tapete y quise hacer flor de loto. Finalmente podría ponerme a meditar en vez de hacer conversiones o paradas de manos. Imposible, la pierna derecha está tan entumida por el frío y la falta de práctica, que la flor de loto más bien parecía una flor de calabaza aguada antes de entrar a una suculenta quesadilla de chicharrón. En eso pensaba, cuando al fin aventé la toalla y me guarecí del frío en mi casa. Me fue más fácil volver a dormir que intentar comenzar una falsa vida sana en pleno arranque del 2018. Cada año es lo mismo. Cada primero de enero siento que debo resetear mi entusiasmo, aunque de antemano sé que comenzando el ciclo escolar volveré a ser la misma inconstante de toda mi vida. Como a eso del medio día tuve el presentimiento de algo fatal: no sólo había fracasado en mis intentos de hacer la flor de loto perfecta, sino que, para acabarla de joder, la quesadillera de la esquina seguramente no iba a abrir su puesto.
Bueno... ahí pa la otra.

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