En esta ciudad estadounidense la intencionalidad educativa se refleja en sus espacios dedicados a la cultura.

Por: Laura Angélica Bárcenas Pozos

En mis últimas vacaciones tuve la oportunidad de viajar a Nueva York con mi familia y nos dimos a la tarea, como cualquier turista, de visitar diversos lugares y sitios emblemáticos de esa ciudad. Entre los lugares que incluimos para conocer, sobre todo por su arquitectura, estuvieron la Biblioteca Central de Brooklyn, la Biblioteca Central de Manhattan, el Museo Metropolitano y el Museo de Historia Natural y debo decir que me llevé grandes sorpresas en estos lugares, por la intencionalidad educativa que estos espacios reflejan.

Empezaré hablando de la Biblioteca Central de Brooklyn, un edificio precioso en forma circular, organizado en salas concéntricas en las que uno se va internando, es decir, las salas que están más cerca de la entrada son espacios más abiertos en donde están las áreas de préstamo y entrega de libros y material hemerográfico, además de un espacio con mesas para que las personas puedan trabajar en pequeños grupos. Ahí había cierto bullicio, no había letreros de silencio y la gente conversaba mientras trabajaba en pequeños grupos o en parejas, no había mesas vacías.

En cambio, hay otras salas en las que no está permitido el ruido, son más cerradas y se encontraban muy silenciosas. Estas están comunicadas con la parte central, pero sólo por una puerta. En cuanto uno entra, siente el cambio de ambiente y hay un encargado que no permite que haya ruido. Igualmente, estaban abarrotadas, todas las mesas estaban ocupadas y me llamó mucho la atención que casi todos los asistentes tenían audífonos en sus orejas, por lo que supongo que escuchaban música mientras leían. Otra cosa, aquí importante, es que eran salas de disciplinas especializadas, como filosofía, historia, literatura y otras.

Una de las salas que más llamó mi atención fue una que se llamaba Niños y Adultos, me asomé porque el nombre no me decía nada. En todas las mesas estaban algún o algunos niños y en todas había un adulto que los guiaba sobre lo que estaban haciendo. Tuve la sensación de que en algunos casos eran padres y en otros profesores. Los chicos se dejaban orientar y estaban atentos a lo que el adulto les decía. Después me acerqué a un anaquel para ver qué tipo de textos estaban trabajando y me encontré que había de todo y que unos hablaban de matemáticas, mientras que otros lo hacían de experimentos y otros de literatura.

En la Biblioteca Central de Manhattan pasaba algo bastante similar, aunque la organización era diferente y había muchas más salas. Éstas iban de abajo hacia arriba y unas eran de consulta general y otras más especializadas. Pero al igual que la de Brooklyn, en todas las salas había una gran cantidad de gente haciendo consultas, resolviendo cosas, leyendo y había otra gran cantidad de gente sólo viendo la biblioteca. En ésta me llamó la atención que había una sala de lectura, completamente en silencio en la que había una gran sala de estar y donde las personas parecían disfrutar de lo que leían, además había un espacio de galería para fotografía, que presentaba una colección de fotos de la década de los 70.

Los museos fueron otra cosa, pero también muy parecida. Pues en estos se exhibían objetos, ya sea de arte o bien, de historia natural.

Pero en cada sala los visitantes nos deteníamos por varios minutos pues había una gran cantidad de cosas a observar, las salas eran grandes y mostraban muchos objetos. Como todo museo las vitrinas tenían fichas técnicas explicando todo lo que mostraban, también cada sala contenía objetos referentes a un mismo tema.

Los dos museos tenían tres pisos y en cada piso había de cinco a ocho salas, en cada una de estas se exhibían cosas completamente diferentes, pero que se relacionaban entre sí. Por ejemplo, animales del sur de América y junto una sala que mostraba objetos de la cultura Inca.

Al igual que en las bibliotecas, en los museos había una gran cantidad de gente, de todas las edades y todas las culturas visitándolos y me llamó la atención una estrategia seguida en ambos museos, pues los dos mostraban costos fijos, pero cuando te acercabas a la taquilla te decían que se podía pagar lo que pudieras pagar y que los precios sólo eran una sugerencia, eso sí, algo tenías que pagar, aunque fuera sólo un dólar.

Hubo quien comentó que el clima frío del invierno orilla a las personas a refugiarse en los museos y bibliotecas, pero creo que eso también sucede porque hay una cultura de apreciar el arte y de conocer de las raíces de la humanidad. Además, efectivamente hacía frío, pero también había mucha gente en la calle que no mostraba ningún interés en acercarse a estos centros de aprendizaje. No quiero decir, para nada, que los norteamericanos sean mejores que nosotros en estos temas, pero al menos en Nueva York se nota un aprecio por la cultura y el arte.

Opción. Los acervos abarcan una amplia variedad de temas. / ESPECIAL

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