La Mirada Crítica
Por: Román Sánchez
Rafael aprendió entonces que en política no hay amigos, sólo intereses, cuando se alejaba del comedor...
Una noche llegó Rafael muy emocionado con su esposa debido a que unos amigos de la universidad se habían reunido y allí decidieron formar un grupo político para llegar a la presidencia.
“¿Qué sería lo malo o lo correcto para el éxito?”, muchas veces se preguntó. “¿Qué era el éxito?”, este se traducía en su mente en una casa nueva, un coche nuevo o estar presente en eventos y fiestas interminables.
El trabajo ya era algo complicado para Rafael, pues la ferretería –herencia de familia – no daba para mucho, pues los centros comerciales ofrecían la misma mercancía hasta a mitad de precio debido a sus robustas redes de distribución.
Por fin, el día de elegir al candidato llegó y uno de sus más estimados compañeros fue el señalado, tanto por el partido como por este grupo cuyo objetivo central era político.
Las elecciones, la toma de protesta, el nuevo gabinete pasó y Rafael nunca fue llamado, nunca más se supo de él en ese grupo en el poder.
—El tema de la presidencia ya no es tema en esta casa; por favor, no lo volvamos a tocar —dijo Rafael en la comida de la casa. Ni Olga, su esposa, ni los niños dijeron algo.
Corría el mes de septiembre y él vendía más material ocupado para la pirotecnia a los municipios cercanos; era el único distribuidor autorizado. Como cada mañana, llegó a la ferretería y vio a personal de la policía esperándolo. “¿Y estos qué querrán?”, se preguntó.
—Don Rafael, el señor presidente desea verlo —le dijo el jefe de ellos.
—Nada tengo que hablar con él, pago mis impuestos y espero ser notificado por si hay algo mal.
Los hombres se retiraron.
Al tercer llamado, y por recomendación de sus amigos, acudió a esa cita.
—¡Ah, qué mi Rafa! Te das tu taco, te cotizas y eso no es bueno en política; por eso no te llamé antes, pero el sexenio tiene seis años y sólo ha pasado uno... al grano, pues: voy a una reunión con senadores y somos directos, y qué bueno que viniste de traje, tengo reunida en la sala de ex ministros a la prensa y si tú aceptas serás el ministro de Gobierno ahora mismo —le dijo el presidente.
Rafael le dijo: “Señor, le reconozco y contemplo mis limitaciones, sin embargo, usted juega conmigo…”.
—¿Señor? Vaya, sí que me perdí de ti durante mucho tiempo, pues ya ni confianza hay. En fin, ¿deseas el cargo o no?, pues hay muchos tiradores que desean ese puesto.
A la semana siguiente todo cambió: camionetas, escoltas, las llamadas al celular no cesaban y un día llegó una felicitación muy especial, la de don Rómulo: una esclava de oro que decía “Rafael”, de un diseñador muy afamado a nivel mundial.
Siempre, cada semana llegaba un regalo de parte de don Rómulo, sus intereses eran muchos, pues era el constructor consentido y proveedor de materiales de ese gobierno. Sus fiestas empezaban a las tres de la tarde y terminaban a las ocho de la mañana del día siguiente. En estas celebraciones se juraban lealtad y una gran amistad donde, por supuesto, el presidente era el más atendido.
“…todo príncipe debe cuidarse de los aduladores”, señala Maquiavelo; sin embargo, los hombres por su naturaleza siempre caen en esos cantos y encantos de las sirenas y al sentirse unos incomprendidos únicamente ellos, los aduladores, resisten los embates de los cambios de humor del nuevo príncipe.
La necesidad de reconocimiento que viven los hombres les hace pensar que la función pública es el mejor espacio para desarrollarse: algunos por la venta de influencias se sienten empresarios, sin embargo, nunca han jugado en el verdadero mercado, su cliente es uno y este es el gobierno en turno.
De allí se desprenden muchas historias donde la pobreza se mira con desprecio, pues la persona misma le tiene miedo a regresar a su origen y por eso busca olvidarlo. Una práctica común de los que ostentan el poder.
El hombre no analiza entonces lo transitorio de este poder y busca enquistarse promoviendo a hijos, esposas, compadres, socios; el caso es no salir de este círculo el cual sienten generoso cuando están en él.
Y por fin un día… todo terminó, en una reunión del partido nuevamente estaba Rafael ahora si anhelando y buscando regresar a esos excesos. Se decía una y otra vez: “Yo nací para esto”; cuando vio que llegó el invitado especial, don Rómulo, se le acercó y le dijo:
—Cómo ha cambiado usted, antes me llegaba un regalo cada semana y ahora ya no llega.
Don Rómulo lo miro y le dijo:
—Yo no he cambiado, los regalos siguen llegando al mismo lugar; usted fue el que cambio — y se retiró, dejándolo solo en el comedor del partido político que esta vez había perdido las elecciones…
