Figuraciones Mías 

Por: Neftalí Coria / @neftalicoria 

El día en que las cosas de mi vida comenzaron a tomar el rumbo donde las palabras se convertirían en mi único camino, fue un día sencillo, corriente, sin lluvia, ni cielo gris y recordarlo no me hace bien, porque las lágrimas de pronto vienen a los ojos, frías, discretas, mientras desde el balcón, miro una muchacha que camina calle arriba como si fuera huyendo del mundo. Luego se pierde allá, donde la calle adivina el norte de la ciudad, se pierde como se pierden las cosas miradas con placer, se pierde como la luz de ciertos ojos que se olvidan para siempre.

Aquel día, cuando supe que amaba las palabras, me sentí derrotado y alegre; había perdido la batalla contra el orden y la decencia de los que estudiaban para ser “útiles” a la sociedad, “hombres de bien”, como se acuñó melodramáticamente el término para muchos que resultaron no serlo. Nada importó y supe que las decisiones se toman a solas, en silencio y con algo más que la suave furia de emprender los trabajos del corazón con una fuerza que nunca se sabe de dónde ha salido. Era un jueves por la mañana y pudo ser un día más. Lo recuerdo porque era un día amoroso y en el que lloré de sólo ver la luz de la mañana cruzar la ventana y llegar a mis manos que tenían un lápiz amarillo y trazaban palabras que escuchaba yo sonar contra la hoja blanca como la luna. Caían las palabras desde el lápiz y hacían ruido, como un cuerpo que cae al agua. Y quise nombrar la luz, el aire que cruzaba también mi corazón contrito; era como un aire espinoso, como si las púas del aire y la luz fueran una sola navaja que hería la memoria y lo que yo quería decir. Y allí vino el descubrimiento. Podía cantar con ellas como único instrumento posible. Escribir un verso era cantar, entendí. Aquel jueves yo ya dejaba mucho y estaba vaciando mi vida de otros equipajes y apretando los dientes, seguí ese otro rumbo donde la imaginación era un tren radiante con nuevas estaciones donde hallar verdades mías y nuevas.

También pensé en las palabras como seres vivos, como organismos que se transformaban y les bastaba una línea pequeña para ser otra cosa. Pensé en ellas y vi que eran hormigas, arañas, alacranes, serpientes, murciélagos, búhos, alimañas hermosas y terribles que seriamente podían construir historias y un bestiario sonoro que lograba cautivarme y así cautivo, seguí el rumbo. Las palabras entonces, eran largas, curveadas, anudadas unas a otras como los amantes. Y comencé a dibujarlas libremente y a un tiempo escucharlas pujar, si las apretaba y gemir, si las acariciaba. Esa mañana las pronuncié con cuidado y caminé por sus puentes colgantes, como quien camina sobre vidrios rotos.

Y pensaba en que a las palabras, los demás las usaban y las desechaban hasta que les volvieran a ser útiles y entonces no alcanzaban a escucharlas zumbar, ni se detenía nadie a mirarlas volar, en ese vuelo largo con el aire encima como aves sonoras. Supe ese jueves que nadie las tomaba en sus manos y las ponía a dar vueltas como locas en una página blanca. Y yo pasaba horas dejándolas estremecidas con la punta del lápiz contra la blancura, para que se quedaran, para que nunca se fueran, para sacrificarlas conmigo allí, como si estuviera construyendo un museo y ellas dijeran por sí mismas, lo que yo vivía a través de lo que ellas contienen de silencio, obedientes a su música que zumba y se descompone en nuevas armonías para construir un verso y en él iba mi vida como la sangre.

Pero también ese jueves, supe que las palabras eran pájaros ciegos, negras palomas, peces que se hunden en el aire, aves ahogadas, ramas de árboles caídos, hojas muertas, amor desdichado, sueños estremecidos, balas, flechas, cuchillos, piedras, heridas, llagas, sangre… Y mucho más eran las palabras y más desgracias había en ellas, como la enfermedad, el amor, la locura, la muerte… En ellas estaban los secretos y su laberinto, como en los caracoles, se guardan tesoros.

Pero vi también en ellas la esperanza de pronunciarlas en el río de silencio que hasta hoy me habita y no se detendrá, sino es con la muerte. Vi como comenzaron por habitarme también en los sueños y en la vigilia como disciplinados soldados, como vigías que me estaban protegiendo de la aridez de la vida y el silencio que acorrala a los que sueñan.

Era jueves y vi palpitar el cuaderno, me miraba con lo blanco que llega a dejar ciego a quien mira el mundo en blanco. Y no temí quedar ciego, loco, hablando, cantando frente a lo blanco del jueves aquel, donde nada distinto pasaba, salvo mi destino, mi futuro en el que fui obediente y disciplinado, dócil y libre de habitar esa patria que se volvería el único sitio donde yo era un habitante solitario, silencioso y feliz de ver la vida por dentro.

Bien claro recuerdo la mañana de aquel imborrable jueves en la que de manera abrupta e inesperada, la luz tuvo otro nombre y el lápiz viviendo sobre la blancura de la página, un nuevo sentido y un distinto oficio en mi mano. Vendrían los versos y la carne, la poesía como herida, los sueños como escritura, la memoria como una voz que se dedicó a buscar su habitación en mi mano, en el lápiz, en la página blanca y en esas otras colonias del tiempo y mi vida que ella siempre, como reina ha poblado.

Desde entonces mis ojos vieron con más paciencia, el recorrido que las palabras hacen en su vuelo largo de todos los días y con ellas el mundo tuvo más sentido, mayor complejidad y supe que allí estaba la belleza que nunca me abandonó desde entonces.º

 

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