La Mirada Crítica
Por: Román Sánchez
Esteban estaba tranquilo, observaba cómo sus parientes se movían de un lado a otro; algunos discutían, otros más sólo esperaban…
Los cargos, las comisiones, los negocios; entonces recordó a Carlos Fuentes, la vida del hombre, del general, del todopoderoso, postrado en una cama donde todos se disputaban sus bienes y no la atención de viejo Artemio Cruz.
Eso mismo estaba pasando. “¿Dónde está el buen Carlos Rojas y los recorridos que hacíamos por los juzgados en esas calles de hace 60 años? Esas polvosas calles, la satisfacción de que éramos de los pocos abogados que habían en esa ciudad”.
Pensó para sí: “…Y la insistencia de que no dejara la política de mi amiga Blanquita, la eterna secretaria, la señora que tenía la letra más bonita y los ficheros mejor ordenados, que eran su directorio”.
Acostado en su recámara, se decía a sí mismo: “¿De qué sirve entonces tanto negocio? ¿De que sirvió entonces toda la red de negocios que hicimos desde que estaba en la cámara de representantes?
“Entonces… ¿este será mi fin? ¿Tantos negocios, tanto dinero y no me alcanza siquiera para comprar un año más de vida?… de todas maneras, ¿a quién se lo compraría? ¿A Dios? Deseo saber en dónde tiene su oficina y me digan los requisitos”, dijo mientras la enfermera le daba sus pastillas para dormir; sus dolores con frecuencia le despertaban en la noche y por eso lo medicaban.
El anhelo del hombre de ser eterno, de trascender, algunos lo buscan por medio de los hijos, otros más por medio de un busto, una estatua, un salón que diga su nombre; buscan entonces vivir en el recuerdo de la gente, de su gente.
El sentido del olvido voluntario de la muerte hace sentir al hombre eterno, ser parte de un mundo al que más que merecer tiene el derecho de exigir cuando la fortuna está de su lado.
El valor del bien y el mal que se hace a la sociedad entonces está lejano por las acciones que no son hechas por uno mismo, sino por la orden de toda una cadena de mando que implica la corrupción y así sentir menos la culpa.
Es un logro, es un anhelo establecer entonces una cadena de corrupción en lugar de combatirla era lo mejor dentro del individualismo radical que exponían las ideas y consejos de los países acreedores sobre la disolución de grupos que tan fielmente el país tomaba como solución para los conflictos organizados desde la sociedad.
¿En realidad, seguirán las risas en el retiro, en el retiro forzado por la edad, por la necesidad y contra la necedad de permanecer en el poder?
En el romanticismo mexicano se rinde culto a los símbolos y ya una vez pasó con un líder obrero el cual mientras siguió al frente de la central obrera, todos siguieron sus órdenes a pesar de su estado de salud, y una vez muerto se fraccionaron, se fueron a otros partidos y debilitaron su presencia dentro del sistema político. Es un ícono irrepetible incluso en el orden mundial.
Y de los que se han ido que han aportado, acaso se debe ver siempre a los que se han marchado como semidioses y que en Los pasos de López, en las letras de Ibargüengoitia, los hace ver como los mortales que siempre fueron y que al reescribir la historia los despojó de ese ápice de lo humano.
Esteban siguió contemplando ese anillo de oro que tenía en su cabecera al día siguiente, el que le habían dado como nuevo abogado era de acero; con los años, cuando llegó a ser primer ministro, los demás jefes de buró le regalaron ese anillo, una réplica del primero y que le daba todo el poder sobre ellos, pues era el jefe máximo y allí mismo dijo: “Prepárense para tener el poder por lo menos 18 años; la nueva generación que encabezamos, que ha llegado, aquí estará y yo soy su líder”. Todos aplaudieron y hasta algunos besaron su mano en símbolo de sumisión… y que ya estaba por culminar.
“¿Y de que sirvió todo, esas más que redes de poder eran de corrupción y dañamos a muchos y ahora mismo voy al mismo lugar a donde van todos los que se van?”, se dijo Esteban a sí mismo, mientras escuchaba cómo discutían sus hijos por la herencia delante de él, pues siempre confiaban que “el viejo” no escuchaba ni sentía; una herencia que merecían por el abandono vivido, las infancias frustradas…
