Me lo Contó la Luna
Por: Claudia Luna / [email protected]
Anoche miraba una película de Morgan Freeman. Una película buena pero vieja que ya había visto en otras ocasiones. Esperaba a que me diera sueño cuando algo en el diálogo me reanimó. Adelanté y retrocedí la trama como cinco veces antes de poder transcribirlo. “Haces lo que eres”, dijo Freeman. “¿Quieres decir que eres lo que haces?”, le preguntó la mujer con la que hablaba. “No, haces lo que eres”, insistió Freeman. “Naces con un don o te vuelves bueno en algo. Y en lo que eres bueno, no lo tomas por dado y no lo traicionas. Porque si lo traicionas, te traicionas a ti mismo”, concluyó.
Hoy, al recordar la película de la noche anterior, reflexiono sobre las veces que traicionamos nuestros dones. A veces ya no podemos ni reconocerlos y vivimos como autómatas en un teatro de marionetas sin honrar los dones que nos fueron dados, los cuales no sólo deberíamos utilizar sino potencializar.
Pienso en la cinta de Morgan Freeman y en lo que transcribí de su diálogo mientras lavo los platos en la cocina y miro las figuras de artesanía que tengo en el quicio de la ventana. Hay una calaca vestida de hombre jaguar con la máscara en la mano que es una verdadera joya, tengo una hermosa catrina coqueta y otras tantas piezas que he escogido con cuidado a través de los años. Pero hay una que es a ciencia cierta mi favorita. Cada vez que la miro, vuelvo a ver al muchachito que me la vendió.
Hace unos años visité a Paloma, mi hermana, que en ese entonces vivía en Metepec. Como paseo obligado, fuimos a caminar por las calles donde están los artesanos porque, tanto a Paloma como a mí, nos fascina la artesanía mexicana.
Caminábamos por la calle cuando en una tienda vi a un muchachito como de unos 10 años quien, sentado en un banquito de madera, pintaba un “árbol de la vida”. Me encantó verlo concentrado en su trabajo, me pareció que realmente disfrutaba lo que hacía. Me acerqué a platicar con él y me contó que su hermano mayor era un gran artesano y que él estaba aprendiendo. Me señaló las piezas que había hecho el hermano.
“A mí me gustan las tuyas, mijo, me parece que eres muy bueno”, le dije y empecé a preguntarle cómo las hacía. Vi la sorpresa en su cara y percibí el orgullo que le daba hablar de su trabajo. También me pareció que el muchacho acariciaba la pieza, que tenía entre las manos, al pintarla. Yo estaba extasiada mirando al niño creador.
La primera imagen que me viene a la mente, cuando recuerdo el diálogo de Morgan Freeman, es la maravillosa artesanía mexicana que refleja el trabajo y la tradición de un pueblo que vive orgulloso de su quehacer, que se transmite y aprende de generación en generación. En efecto: “Hacemos lo que somos”.
Entre todos los artesanos mexicanos, en mi corazón hay un lugar especial para el niño de Metepec, quien se sienta pacientemente y, con gran respeto y amor, dota de vida a los “árboles de la vida”.
