Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria

En mi columna pasada, hablaba de las historias que llegan a manos del escritor para ser escritas, y no se escriben, porque no tenemos herramientas que puedan lograr una escritura que iguale el nivel de historia que se nos presenta al despertar. Y también hay historias atractivas porque son del interés público presente en grandes dimensiones y pueden alcanzar una muy grande visualización del autor y la historia narrada. Entre otras, pueden llegar a nuestra jornada de vivir a diario, los despojos de historias que inevitablemente se deben al mar de la política, porque los medios popularizan hasta el hartazgo, rostros, nombres, y la violencia (la mayor parte de las veces simulada) que la gente ordinaria ve en los discursos de los candidatos que van en carreras locas y desaforadas por conseguir puntos, votos y corona.

Imposible no pensar en escribir una historia de estas, en las que se juega el poder y viven allí personajes de alma negra, ambiciosos, malvados, ladrones, asesinos y otros personajes sumamente apetecibles para escribir literatura. Pero me pregunto también si estas historias, de tan comunes, se tornan más difíciles y hasta imposibles de escribir. De inmediato pienso en “El rey Lear”, “Macbeth” y “Hamlet” de Shakespeare. Allí están condensadas mis tentaciones con las mejores tijeras y los más filosos bisturíes. Así que prefiero volver al dramaturgo isabelino, leerlo, y no caer en la tentación de escribir estas complicadas y comunes historias de la política de nuestros días.

¿Y qué escribir en estos tiempos en los que el vértigo y la complejidad dan rostro y parecen ofrecer muchas semillas que pueden germinar en historias necesarias para comprender nuestro presente? Poco y difícil emprender una aventura de esta naturaleza. ¿Y qué vamos a comprender respecto a la brega por el poder de los partidos y la lluvia de mentiras que seducen a lo que podemos llamar “pueblo”, escribiendo una novela? Tal vez sería una novela inútil y siempre en pasado, cuando nada puede evitar y cuando ya todo es recuerdo, porque también la literatura no evita nada, y su objetivo –si es que lo tiene– no es explicarle nada al mundo. La novela puede tratar cualquier historia, siempre que sea escrita más por necesidad humana, que por otras razones utilitarias. El novelista no es ese modelo que ofrecen muchos escritores en la república de la fama, dando opiniones sobre la política y la vida de los sapos o la vida de las abejas. Es común ver a los escritores famosos, anchos en el nicho de la fama, opinar a diestra y siniestra en los medios y más común es ver a los medios, logrando “la nota” de la mejor declaración por disparatada que sea y ganar monedas, y lo peor es que el llamado “público” –que todo lo consume– sigue instrucciones al pie de la letra como si llegara de un ser iluminado. El verdadero escritor y la gran literatura –voy con Borges–, son víctimas del éxito libresco y mercantil y los escritores “de éxito” terminan escribiendo, más para vender que para la verdadera literatura. Ya lo he dicho: ninguna obra maestra llegó a las páginas de la historia de la gran literatura, gracias a los contratos firmados con los monstruos editoriales. El escritor en el prototipo de una imagen, construido por las editoriales, que quiere difundirse en los medios, debe ser aquel que “todo lo sabe”, y acaba viviendo el triste vicio de dar opinión ante cualquier micrófono y ante cualquier cámara y sobre “temas de actualidad”.

El reciente caso de Vargas Llosa, a quien Mempo Giardinelli –novelista muy diestro y amigo en los años–, le dejó en claro que su oficio, no está en las opiniones mezquinas sobre el mundo político de los pueblos agitados, ni en su papel de patiño entre los hombres del poder que probado está, han saqueado sus respectivos países. Sus pobres opiniones sobre México en días pasados con Carmen Aristegui, desenfrenaron una campaña de odio contra el autor de “Los cachorros”. Leí las frases en las redes y el túmulo de opiniones rabiosas de muchos que ni siquiera saben quién es Vargas Llosa en una grave descontextualización. Y me di a la tarea de escuchar la entrevista completa y no es de alarmarse ni odiar, como lo escupieron muchos en las redes sociales. Ni tampoco sus opiniones distan mucho de las del señor de la tienda que odia a López Obrador o de la señora que cree que los comunistas comen niños. Sus opiniones fueron menores, y de un ciudadano más, pero también Don Mario –como lo llama Mempo–, exagera dando presencia en los medios y hablando de lo que menos efectivo tuvo en su vida: la política. Vargas Llosa es un novelista grande, y mucho mejor sería que se callara y dejara con el micrófono al aire a los medios y que pidiera hablar de literatura y no de política, territorio en el que en los años, ha ensayado opiniones que le mantienen en las marquesinas públicas, atizando a su fama solamente. Y es que al final, los escritores que van por ahí difundiendo sus fobias políticas y sus “sabidurías impostadas” sobre todos los temas, los medios aprovechan su figura y comienzan juegos en los que la publicidad es más importante que la literatura. Tiene razón Mempo Giardinelli, cuando le dice a Mario Vargas Llosa en la impresionante carta publicada en un diario de Buenos Aires: “Mi lealtad de discípulo y mi conciencia de pequeñez literaria no me impiden ver, con dolor, el triste papel televisivo de usted coreando lugares comunes para criticar al presidente venezolano, y encima todo cargado de tintes racistas y clasistas. Me dio mucha pena su papel, Don Mario. Al verlo tan generoso y dócil frente al impresentable gobernante de esta tierra que a usted lo quiere y lee, yo sentí dolor pero también una cierta vergüenza. No hacía falta tanto.

Y es que la falta de concordancia en la vida pública de Vargas Llosa, le ha dado una notoriedad imponente, pero Giardinelli le ha dicho con una exactitud estremecedora, que “no hacía falta tanto”, cuando ha estado sentado en la mesa y de acuerdo a los hombres de poder más dañinos a la historia reciente. Sus opiniones sobre México, nos deben tener sin cuidado, porque tienen la misma estatura que la de cualquier ciudadano media que vive del presupuesto y teme perder su sueldo, si llegara el demonio a gobernar. A eso –creo–, se reducen las opiniones del Premio Nobel peruano.

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