Por: Guadalupe Juárez
Yo les diría que es otro Ricardo Anaya. Uno antes de su exposición ante 13.7 millones de televidentes a nivel nacional —según el INE— que lo vieron en el debate presidencial, y otro más plantado, con mayor seguridad, quien este miércoles recorre el estado de Puebla.
Ahora describe la entidad como si siempre hubiera estado aquí, y por primera vez, logra combinar su crítica al sistema y al gobierno federal, con su nueva meta, al menos la más férrea por ahora de las anteriores: Alcanzar al puntero en las encuestas.
Su voz repite un sinnúmero de ocasiones en las más de 11 horas de eventos multitudinarios que sostiene, ahora sí como si no hubiera otra opción. “Cuando yo sea presidente... Cuando yo sea presidente... Cuando yo sea presidente”, dice en San Martín, dice en Tepeaca, reitera en Atlixco, afirma en San Andrés Cholula, asegura en Puebla. Palabras que son seguidas por promesas de campaña.
Y como no había pasado en sus visitas anteriores, en esta ocasión su voz encuentra eco en lo que pareciera una máquina recién echada a andar de panistas y de un grupo en particular de este partido y de otros aliados: Los morenogalistas.
Esa máquina compuesta de banderas, porras, abrazos y selfies se vuelcan lo mismo en los candidatos locales —cuya mayoría pertenece a ese círculo político que creció tras la victoria del PAN en el estado y que, hoy, parece funcionar al mismo ritmo— a las porras de “Anaya, presidente”, que se replicarán como si se tratase de una consigna obligatoria.
En cada evento pareciera como si cada engranaje de esa maquinaria de las que les hablo, ahora jalara los hilos de los que hoy suben al templete y de quienes aún no pueden estar en él, pero esperan sonrientes sólo unos días para sumarse a la lluvia de papeles de colores, a los apretones de mano y a los flashes que bañan sus rostros una y otra vez.
Con esa marcha, que parecieran aceitar rumbo a julio de 2018, empujan a ese nuevo Ricardo Anaya, al que muchos vieron ya como otra persona, al que los políticos poblanos pertenecientes a Por México al Frente también, por el cambio de actitud, ven a otro.
Ese otro ya no es el que no escucha o se aferra a una candidatura, ahora es el que se toma un café en Atlixco y la foto circularía más tarde en redes sociales, como señal de que esa máquina va hacia un mismo lugar.
Las calles de San Martín Texmelucan están llenas de espectaculares de los candidatos locales, ninguno con la foto del Joven Maravilla —como algunos lo llaman— y como si se tratara de un presagio, las imágenes en los autobuses del transporte público que llevan la imagen del candidato priista, hasta hace unos días con el que se peleaba un segundo lugar en las encuestas, ya están desgastadas por el sol y a punto de caer.
La lona con su nombre y su foto en apenas 1.5 metros de ancho y dos de largo cuelga afuera de un salón social. A pesar de ello es la catapulta que necesitaba, para ser —insisto— ese otro Anaya. El candidato que en todos los municipios les habla como si hubiera gobernado el estado, como si no le fuera necesario aprenderse cada necesidad por demarcación.
Y sí, a lo largo de todo el día el ex dirigente panista sigue señalando al PRI como un dinosaurio que sigue ahí y con el que peleaba en un inicio, pero a ese animal prehistórico lo traslada en Puebla a dos figuras: los aspirantes al Senado de la coalición Juntos Haremos Historia.
Y luego el dinosaurio será Mario Marín en Cholula, y después Morena. La comparación entre buenos y malos se trasladará a una lucha que él pinta también entre dos: Morena y el PAN. La pugna por la presidencia entre este otro Ricardo y el puntero en las encuestas, cuyo nombre hoy desapareció de Puebla.
