Bitácora 

Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio 

 

La actual temporada electoral se ha caracterizado por una feria de promesas para otorgar nuevos apoyos sociales a quienes menos tienen.

Los tres principales candidatos a la Presidencia, así como muchos de los aspirantes a las nueve gubernaturas que están en juego, han ofrecido ingresos garantizados a diferentes grupos, en una descarada competencia para ver quién da más.

Siempre es más fácil prometer dar dinero cuando no se trata del dinero de uno. Los candidatos, por supuesto, hacen sus ofrecimientos con base en recursos públicos sin que quede claro que las becas en cuestión resolverán el problema de la disparidad en los ingresos y que sean fiscalmente sustentables.

Personalmente, a mí me entusiasmaría escuchar a un candidato que dijera lo siguiente: “Como no se trata de inventar el agua tibia y lo que realmente me interesa es el crecimiento del ingreso de los mexicanos más pobres, comenzaré por replicar a nivel nacional las mejores prácticas que tenemos en México. Y si eso no es suficiente, echaré mano de la experiencia internacional en la materia”.

A pesar de que llevamos varias décadas de gastar miles de millones de pesos del erario en programas sociales que, en el mejor de los casos, han mantenido a los pobres a flote, pero no han roto el círculo de la miseria —y por eso tenemos en el padrón de Prospera a los nietos de personas que recibieron el apoyo de Solidaridad—, se insiste en mantener el esquema asistencialista.

Las promesas de los candidatos de ampliar esos apoyos —compitiendo así, con total descaro, por el favor de los votantes— debieran ser suficiente para sospechar de sus intenciones y de la seriedad de sus objetivos explícitos.

Ellos saben que el asistencialismo no saca de pobre a nadie. Cuando mucho, mantiene a los pobres en la línea de la sobrevivencia, donde pueden ser explotados electoralmente, pues no se les permite desarrollar capacidades que los saquen de la dependencia.

Distinto sería si los candidatos se preguntaran cuál es la fórmula —o, cuando menos, el atisbo de ella— que realmente permite a las personas menos privilegiadas incrementar sus ingresos.

Si tuviesen esa intención, podrían encontrar claves en información oficial como el recientemente publicado Índice de Tendencia Laboral de la Pobreza, elaborado por Coneval, para el primer trimestre.

De acuerdo con ese indicador —que se dio a conocer el miércoles 16—, los estados del país que “más redujeron la problemática de tener ingresos laborales menores al valor de la canasta alimentaria” fueron Querétaro, Guanajuato e Hidalgo.

Quien ha seguido la evolución económica de esas tres entidades no se llama a sorpresa.

Como se sabe, las tres han apostado por la manufactura de alto valor agregado y, para ello, han tenido una estrategia de atracción de inversiones.

Hidalgo, que lo hace de forma mucho más reciente que las dos primeras, no ha cosechado los éxitos de las dos primeras. ¿Cuáles son éstos? Un crecimiento promedio a tasa anual en la última década de 4.10 en el caso de Querétaro y 4.02 en el de Guanajuato, casi el doble de tasa nacional.

No es coincidencia que hoy sean reconocidos por las estadísticas oficiales como los estados donde más se ha avanzado en la lucha contra la pobreza.

De acuerdo con Coneval, Guanajuato, Querétaro e Hidalgo redujeron en 4.7%, 3.9% y 3.7%, respectivamente, el porcentaje de su población que no cuenta con recursos suficientes para comprar la canasta básica. En el otro extremo de la tabla están Morelos, Tabasco y Guerrero, que registraron un aumento de 5.4%, 4.3% y 3.4%, en ese orden.

¿Por qué ofrecer asistencialismo si hay ejemplos en el país —ya no digamos en el extranjero— de políticas económicas que sí funcionan para disminuir la pobreza? Pudiese ser que por miopía, pero lo más seguro es que por conveniencia, pues las clientelas electorales se construyen más fácil con los pobres.

No sugiero calcar mecánicamente lo que han hecho Guanajuato y Querétaro y aplicarlo en el resto del país, sino extraer las experiencias de esas entidades y revisar las políticas fallidas en los estados donde la pobreza se ha enraizado y eventualmente sustituirlas por fórmulas eficientes.

Lo que muchos candidatos están proponiendo es profundizar el desastroso asistencialismo, sin aportar una sola evidencia de que esas dádivas rompen el círculo de la miseria y la dependencia, ni que tengan otro fin que no sea el clientelismo electoral.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *