Me lo Contó la Luna
Por: Claudia Luna / [email protected]

Nueva York es una ciudad con energía propia. Cada vez que la he visitado siento la prisa, la excitación y el propósito de miles de personas que la habitan. Quizá se deba a la cantidad de rascacielos en una superficie tan pequeña o, tal vez, a la concentración de tanta gente rodeada de cemento y acero. Así que, estoy emocionada de visitarla.

Aterrizo en la metrópoli. Al salir del aeropuerto resuelvo tomar el Metro para llegar a Manhattan. Viajar en el subterráneo es una experiencia separada a la de visitar la ciudad. Es un submundo. La gente parece en trance, se encuentran en el proceso del viaje. Salieron del punto A pero no han llegado al punto B. Es como si estuvieran desconectadas de la realidad. Así vamos, yo una más, hasta que, en una parada sube un par de muchachos; bailan y trepan por los tubos como monos, hacen maromas y logran que más de uno, yo incluida, despertemos del letargo del viaje y los miremos.

Cuando por fin llego a la ciudad, sé que  caminar por la Quinta Avenida es un paseo obligado. Así que, después de dejar mis maletas y comer algo, estoy lista. La Quinta es imponente. Siempre logra que se me acelere el pulso. Hoy me provoca el mismo efecto que la primera vez que la caminé. El despliegue de tiendas exclusivas, edificios altísimos, modernos y sofisticados al lado de construcciones de principios del siglo pasado y de iglesias góticas, quitan el aliento. Esta calle es un desfile de modas en sí misma, con todas sus construcciones posando, adornadas, exhibiéndose. Volteo para todos los lados, miro… no quiero perder detalle.

Hoy la ciudad está repleta de gente. Decido entrar al Museo de Arte Moderno. Es difícil caminar hasta adentro de las galerías. Es viernes a mediodía y hay que hacer cola para mirar una obra de arte. Se acabó el tiempo en el que podía pararme frente a Las señoritas d’Avignon y soñar. Ahora tengo que cruzar una jungla, a codazos para echarles un vistazo rápido. Imposible suspirar frente a ellas.

De vuelta al hotel, paso frente a Central Park. Siempre me gusta mirar los departamentos que dan al parque. A veces imagino su interior y sus habitantes. Todo me gusta y entretiene, hasta que veo los carros tirados por caballos. Ahí están esos animales, parados por horas, disfrazados, llenos de plumas y adornos
ridículos. Pienso que ellos no la pasan bien. Veo el esfuerzo de uno al tirar un carro y me duelen las entrañas. Entonces quiero desaparecer, sólo quiero que el taxi avance más rápido y me saque de ahí.

En la noche me alisto para ir a cenar. Al salir a la calle, me parece que el tiempo no ha pasado. La ciudad está iluminada, es difícil intuir la hora. Sus calles siguen llenas de gente. Por un segundo pienso que son las mismas personas de la mañana que se pasean de un lado al otro con la misma prisa y decisión. ¿Cómo funciona esta maquinaria? ¿Qué produce que giren sus ruedas? Por un rato estoy convencida de que un ejército de trabajadores sin rostro labora en el subterráneo para que esta ciudad no pare. Miles de personas invisibles siembran tulipanes rojos en el camellón, encienden luces, abren puertas y sirven tragos.

Al día siguiente, en la entrada de un museo, un guardia revisa las bolsas. No mira a nadie a los ojos, sólo repite las mismas instrucciones, una y otra vez. Cuando llega mi turno, abro mi bolsa y le digo una ocurrencia. Me mira a los ojos, sonríe y me contesta. Entonces sé que no es transparente, es real.

Me acerco al hombre del guardarropa, lo miro desde lejos, hace su trabajo de manera mecánica, le contesto algo que no esperaba al entregarle mi abrigo. Parece despertar. Me cuenta que lleva cuatro años de casado y se emociona al contarme lo que le dijo su esposa esta mañana. Le aprieto la mano al despedirme y lo veo sonreír.

No importa dónde estemos, estamos conectados, somos parte del mismo universo. Basta con poner los pies en la tierra, sentir el orbe y abrir los ojos. Todos somos parte de esta gran manzana que es el mundo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *