Las Serpientes

Por: Ricardo Morales Sánchez / @riva_leo

 

Todo parece indicar que los más altos niveles de este país ya se pusieron de acuerdo.

Las evidencias muestran una gran tranquilidad por parte del presidente Peña, quien al parecer ya se resignó a entregarle las llaves de Los Pinos al tabasqueño López Obrador; mientras tanto, del otro lado, El Peje le bajó los decibeles a sus discursos y ahora ya no toca “ni con el pétalo de una rosa” al mexiquense.

Pareciera que existiera un acuerdo tácito entre ambos personajes para no tocarse; incluso, comenzar a tender puentes ante la eventual entrega del poder.

Este fenómeno no es nada extraño, ni ajeno a la política, al contrario, se convierte en algo de lo más natural cuando en una contienda uno de los participantes alcanza una ventaja tal que puede parecer imposible detenerlo.

Y esto es lo que ocurre entre López Obrador y el presidente Peña, quienes viven una luna de miel que incluso se traduce en que el “enemigo del sistema” es el aliancista Ricardo Anaya Cortés.

Así se vio al menos en el pasado debate celebrado en Tijuana, Baja California, donde el único en criticar a Peña y a Los Pinos, ante su errática conducta ante el entonces candidato Republicano, Donald Trump, fue precisamente el panista Anaya.

En los hechos, el queretano ha resultado ser más incómodo para el presidente Peña que el propio López Obrador con quien, al parecer, el titular del Ejecutivo federal no tiene resistencia.

Lo mismo ocurre con los gobernadores de los diferentes estados, todos comienzan a alinearse con el puntero en las encuestas, fenómeno que coloquialmente se conoce como la cargada.

Las mismas televisoras, los empresarios que ya se reunieron con los enviados del tabasqueño, los llamados poderes fácticos, comienzan a alinearse a favor del hombre que hace 12 años era considerado como “un peligro para México”.

Y es que el presidente Peña, al parecer, prefirió confiar en López Obrador y jugársela con el candidato por Morena que sumarse a Anaya y tratar de frenar al tabasqueño.

En el círculo más cercano al presidente de la República se dice que Peña Nieto nunca creyó en Anaya, quien tiene fama de no cumplir acuerdos y pasar por encima de quien sea, factor clave para que el mexiquense se definiera por el tabasqueño y desdeñara las invitaciones a favor de sumar fuerzas con el PAN.

Tal vez a eso se refería Rafael Moreno Valle Rosas, ex gobernador de Puebla, quien cuando buscaba la candidatura a la presidencia de la República por el PAN, sentenció: “Si no soy el candidato, entonces va a ganar López Obrador”.

Estas palabras que pudieran en ese entonces parecer proféticas, todo indica que se convertirán en realidad, pero también que Moreno Valle tenía información en el sentido de que él era el plan B del presidente Peña, que al no darse, entonces inclinó las preferencias del mexiquense hacia el tabasqueño.

Incluso, hay quienes se atreven a mencionar que a eso se debió el hecho de que Peña escogiera como candidato del PRI a José Antonio Meade Kuribreña, para ponerle un adversario a modo al tabasqueño, aunque admito que esta es una mera especulación.

Lo cierto es que en el pasado debate López Obrador prefirió abrazar a José Antonio Meade, a solicitud de El Bronco, que a Ricardo Anaya, quien se convirtió en esta elección en el candidato antisistema.

Anaya sentenció su suerte cuando aseguró que él sí metería a la cárcel al presidente Peña, declaración que, me atrevo a decir, enterró cualquier oportunidad que pudiera tener el queretano de llegar a Los Pinos.

Otro pecado grave de Anaya fue aliarse con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, como lo reportó en su momento el periodista Salvador García Soto, esto hizo que no sólo Peña lo viera con desconfianza, sino que otro enemigo natural del “innombrable” se sumara con Andrés Manuel, el también ex mandatario Ernesto Zedillo Ponce León.

Como dice el clásico. “Veremos y diremos”.

 

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