Por: Mario Galeana
Existe una ley, la Ley de Murphy, que dice que si algo puede salir mal, saldrá mal. No se trata sólo de ligero pesimismo o de ciertas corazonadas, sino de un pronóstico basado en hechos tangibles. Como despertar la mañana del único día en el que participarás en un debate para definir el gobierno de Puebla, y observar que la primera página de un periódico nacional intenta vincular tu posición política con los contratos millonarios que tu hermano obtuvo del gobierno. O ver que otro periódico, uno local, publica una encuesta en la que tu rival parece superarte a 20 días de que sean las elecciones. No eran, pues, indicios de que por la noche, durante el debate, las cosas mejorarían para el candidato Miguel Barbosa.
Y la ley fue ley: si algo puede salir mal, saldrá mal.
El cúmulo de una campaña en la que Barbosa ha preferido evadir las críticas sobre su paso por la política ocurrió ayer, durante el debate entre candidatos al gobierno de Puebla. Confundió el bloque de propuestas sobre corrupción con el de seguridad y, por si faltara algo, por casi hora y media sus rivales invocaron todo aquello que él ha esquivado a lo largo de mes y medio de campaña: su patrimonio, su confusa condición de abogado sin cédula profesional, su largo historial de intrigas contra personajes a los que juró lealtad.
El priista Enrique Doger y el candidato del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), Michel Chaín, le recordaron, por ejemplo, sus críticas hacia Andrés Manuel López Obrador, a quien acusó hace menos de tres años de poseer una “soberbia infinita”. Convertido al “lado correcto de la historia”, el ex perredista pudo colgarse ayer de su principal virtud en el proceso electoral, en este caso el mismo López Obrador, pero en cambio prefirió asirse del que considera su único enemigo, el ex gobernador Rafael Moreno Valle, a quien mencionó una y otra vez.
Así intentó vincular a su principal rival, la panista Martha Erika Alonso, quien, sin embargo, se sacudió cualquiera de estos señalamientos al decir, en primer lugar, que si quería debatir con Moreno Valle se hubiera inscrito en la elección de 2010; y, en segundo lugar, que reducir su participación política al sexenio de su esposo es misoginia; y, en tercer lugar, que a ella no se le puede atacar en lo personal, que tampoco es Ministerio Público y que, si existen acusaciones sobre actos de corrupción cometidos en el anterior o en el actual gobierno, que se presenten las pruebas.
Fue Alonso quien encendió, probablemente, el motor de memes que salpicará cada red social en los próximos días. Con una serie sobre la vida de Luis Miguel que se convierte en tendencia nacional cada noche de domingo, la panista comparó al candidato no con el cantante, sino con su padre: Luisito Rey, retratado como el más vil de todos los padres. Lo hizo con un tono de voz muy terso, un tono que mantuvo a lo largo de todo el debate, como una suerte de spot prolongado.
En cambio, Barbosa no fue precisamente una sonrisa a lo largo del debate. Miraba a la cámara con dureza, ladeaba el rostro, agitaba el puño cerrado y mantenía siempre esa mirada de cierto hastío, de enojo. Fue posiblemente un rato incómodo, porque debía mantenerse en pie, apoyado apenas en un pequeño podio, una posición en la que no suele estar mucho tiempo debido a su condición física, misma que, sin embargo, no le ha impedido hacer campaña por el estado.
Para Doger y Chaín tuvo siempre la misma respuesta: que ambos están al servicio de Moreno Valle —siempre Moreno Valle— y que, por tanto, sus señalamientos no importaban mucho, o más bien no importaban nada. Pero la cuestión radica en que ambos cuestionaron su paso por la vida pública del país, el estilo de vida que ha ejercido como senador de la República.
Chaín, por ejemplo, mostró las portadas de distintos medios nacionales en los que se exhibió que Barbosa ocultó propiedades de sus familiares directos y que pudo haber gastado 1.6 millones de pesos durante viajes realizados al extranjero.
Chaín tuvo un despliegue natural durante el debate, lanzó un discurso articulado, erró poco, miró a la cámara y no clavó su mirada en los apuntes que tenía, y tuvo tiempo de lanzar propuestas, de asumirse como la única opción ciudadana dentro de la contienda electoral. Iba, posiblemente, con esa ligereza que poseen aquellos que saben que no tienen nada que perder.
Los ataques de Doger, en cambio, fueron más diversos. Cuestionó la continuidad que, según él, representaría el eventual gobierno de Alonso, pero fue mucho más incisivo con Barbosa, a quien acusó no sólo por su situación patrimonial, sino incluso de su deslealtad ante López Obrador, a quien, dijo, traicionará muy pronto.
Incluso intentó despojarlo de los réditos que implica compartir las siglas del tabasqueño, pues afirmó que el morenista se parece más bien al panista Ricardo Anaya, a quien últimamente se ha acusado de enriquecimiento ilícito: “Así como Anaya debe cerrar su campaña en Puente Grande, tú (Barbosa) deberías cerrar tu campaña en (el penal de) San Miguel”.
Y no, no se sabe todavía cómo puedan cerrar las campañas de nadie. Pero si alguien tuvo una larga noche, quizá el comienzo de una mucho más larga, fue Barbosa.
