
La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
¿Qué le pasó la noche del lunes a Miguel Barbosa?
¿Dónde quedó el brillante senador que enfrentó debates brutales con Manuel Bartlett y Javier Lozano, entre otros?
Aquél que generó respeto entre Emilio Gamboa y los operadores de la Presidencia.
El que se hizo amigo de José Antonio Meade, Miguel Ángel Osorio Chong y Luis Videgaray.
El que pasaba horas enteras con el presidente Peña Nieto en Los Pinos o en los viajes oficiales.
El que partió en pedazos a la bancada perredista en beneficio de López Obrador.
El que presidió el Senado y el Instituto Belisario Domínguez.
El político de altos vuelos que era amigo de intelectuales, periodistas, empresarios, hombres de poder.
El que destruyó quirúrgicamente a Los Chuchos.
¿Qué se fizo el experto polemista?
¿A qué panteón fueron a parar sus lances irónicos, sus argumentos lúdicos, sus sentencias epigramáticas?
Y es que el Miguel Barbosa que vimos la noche del lunes en el debate entre candidatos a Casa Puebla fue una pálida sombra —un recuerdo olvidado— del político profesional que fue en el pasado reciente.
De hecho —técnicamente—, nuestro personaje se ha venido volviendo —como el personaje femenino de aquella canción de Lara—medrosa y cobarde, y hasta ha perdido la fe aunque diario nos diga “¡sonríe! ¡Vamos a ganar!”.
Metido en la autosugestión —muy Uri Geller, aquel personaje que doblaba cucharitas y a la mujer de un Presidente de la República de los años setenta—, Miguel Barbosa desmiente con su rostro lo que dice con las palabras.
Así se ve en las ruedas de prensa.
Así se vio en el debate del lunes.
Barbosa se veía pálido, opaco, enojado, furioso.
No estaba a gusto con la andanada esperada de críticas y señalamientos.
Lo raro es que un político profesional como él no haya actuado como eso: un político profesional.
Cuando AMLO es agredido en los debates, sale por peteneras y siempre clava, orondo, un par de banderillas.
En el caso de Barbosa, su caballo estaba cansado, lleno de bilis negra por las embestidas de sus contendientes.
El clímax de su mal humor llegó cuando Martha Érika Alonso —debutante en debates de esta naturaleza— lo ridiculizó con lo del “licenciado Barbosa” y lo de “Luisito Rey”.
Todos en el auditorio soltaron carcajadas espontáneas, no pautadas en guión alguno.
Barbosa también hizo lo que no se debe hacer en un debate: quejarse de ser víctima de la Mafia del Poder —de la que era socio hasta hace quince minutos.
Tal victimismo nos recordó inevitablemente a Francisco Labastida quejándose de que Vicente Fox lo haya llamado “mariquita, la vestida” y otras lindezas barriobajeras.
Pero Barbosa, eso sabíamos, es un político profesional que no se comportaría así.
¿Qué le pasó?
¿Cómo va pasando los días de la campaña?
¿Cómo duerme en la noche electoral?
¿De qué tamaño es el insomnio?
