Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
Y a quién le importa decir la verdad cuando lo único que importa en el siglo XXI es que te crean.
Jordi Soler
Como la lluvia, las mentiras caen sobre la ciudad y como la tormenta de hace días, las calles se inundan también con espectaculares, letreros, lonas impresas, calcomanías y muchos jóvenes serios ondeando banderitas de partidos políticos y candidatos. Los jóvenes que ondean banderas, son instrumentos. Parados en los semáforos, se les ve inexpresivos y si sonríen o fingen fe en lo que ondean, nadie les cree. Hay los que ondean bandera por abajo de la cintura y miran nada en el cielo. Lo hacen por unos pesos y se van. Los que más tristeza me dan son los adultos mezclados con los jóvenes. Veo en ellos la necesidad. Menos creen, igual que muchos automovilistas. Un gesto de fingido entusiasmo y de una creencia ausente veo en sus caras. Y pienso que nada es cierto. La realidad los tiene atados a sus verdaderos motivos de ondear banderitas de un candidato que no conocen o de un partido en el que no creen ¿Y quién cree en los partidos? Nada es cierto y mucho sí, es mentira y llueve sobre la ciudad pero a nadie moja. Acostumbrados como estamos a la mentira publicitaria, dejamos pasar desapercibida toda especie de verdad y ya no somos capaces de traerla al ruedo de la vida diaria y hacerla nuestra contra todo y por encima de todo. Sabemos que aquello no es cierto, que la verdad aguarda, pero levantamos la mano por la mentira, al fin que basta no tomársela en serio. Vivimos una vieja manera de ocultar y escondernos de lo cierto, de lo verdadero y alegremente convivimos en la mentira y sus monedas malditas, como en casa propia.
Y ahora que escribo, pienso en las turbas de gente que celebran lo que no es cierto, es decir la ficción bajo una esperanza que es aparente. Y es mejor gritar de gusto con todos, porque además nos aliviamos allí, entre los muchos que gritan. Es mejor gritar y arremolinarse de júbilo entre una multitud por lo efímero, lo lejano, lo incierto, por la imagen que adoramos y no poseemos, es mejor gritar a lo pendejo hasta desgarrarnos por lo que nunca será nuestro, lo que no nos pertenece y por aquello que hemos adorado en secreto. Hace bien ser parte del coro, porque nos reconciliamos con el acto de cantar entre las voces de los demás y porque no se oye la desafinación y la falta de cuadratura. Vamos en coro, aunque vayamos al abismo.
Yo preferiría una salida a la calle con una multitud celebrando a “Pedro Páramo”, por ejemplo, o algún mito que viva en alguna otra novela que bajo las reglas de la ficción, se convirtiera en fiesta de multitudes. Parecería inusitado y lo pienso en función de la fecha en la que escribo esta columna: 16 de junio, que para los dublineses es el Bloom’s day, y en Dublin, ciudad donde sucede la acción ficticia de la novela “Ulises” de James Joyce, la gente se vuelca a imitar la historia y lo que el personaje hace y deshace en esa mítica ciudad. Una honra a Leopold Blom, a Molly y a esa historia que naciera del pensamiento e imaginación narrativa de uno de los escritores más hondos del siglo XX. Y aunque la ciudad despreció a Joyce, ahora lo celebra y juega a repetir la ficción maravillosa de una de las novelas que transformaron la novelística en inglés y sin dudarlo, transformó la escritura de la novela contemporánea. Como Hamlet, como Philip de “Grandes esperanzas”, como Jim de “La isla del tesoro”, como Juan Preciado, como Emma Bovary, como Pito Pérez, los personajes se vuelven héroes de todos y susceptibles a los homenajes y celebraciones. Muchas veces he reflexionado sobre el sitio humano en el que viven los personajes de novela que se han propagado en el imaginario colectivo como seres ciertos y que perfectamente podemos hacer nuestros, como si fueran nuestros amigos, nuestros enemigos con los que estamos de acuerdo o en desacuerdo, pero que los hacemos aparecer como una presencia verdadera y hasta lugares físicos les construimos.
Y vuelvo al Blomm’s day, en el que la gente visita los lugares de la ciudad que aparecen en la novela. Actores representan, por ejemplo, la escena en que Leopold Bloom se masturba en la playa de Sandymount mientras contempla los calzoncitos azules de una adolescente coja. Dublín celebra una ficción que se parece a ellos y en sus lugares sucede la historia imaginada por Joyce que homenajea a Homero.
Yo mismo, hoy bebo cerveza Guinness y güisqui más tarde. Recordaré Dublín y el río Liffey, sus calles, el muelle donde Samuel Beckett resistió la tormenta y después fue a su casa para comenzar a escribir por vez primera. La Ginness Storehouse a donde llegué a las diez de la mañana como lo hacen los dublineses, para beber cerveza y salir a las dos de la tarde caminando en zigzag, acechado por los demonios que a Joyce, a Seamus Heaney y a Beckett, con toda seguridad también los persiguieron.
Hago referencia a la evocación de una fiesta que celebra la “mentira literaria”, que es el más alto rango de la mentira y la que puede ser que no me pertenezca, sino es por el amor y mi ejercicio que he entregado a la literatura y porque “Ulises”, es una de las novelas que me sigue asombrando sin términos.
Y evoco la celebración a la otra mentira que las ciudades tumultuosas, le profesan en el vértigo del mercado y en la rápida vida desvalorizada que pasa y que nos hace necesitar el grito y la algarabía, la voz del coro y los deseos efímeros por lo que el poder nos entrega como piedras preciosas, tesoros quemados que la sociedad entera acepta, para vivir en un caudaloso espejismo del que no es nada fácil escapar.º
