La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
La única vez que visité Villahermosa me di a la tarea de probar el famoso pejelagarto. Me pareció un pez fascinante, tanto en sabor como en textura.
Mi anfitriona llevó un ejemplar bastante grande y decidimos hacerlo en ceviche. Teníamos que sacarle la carne partiéndole eso que los lugareños llaman “caparacho”, es decir, la piel.
¿Y por qué le llaman caparacho?
La respuesta es obvia: es tan dura que parece un caparazón.
Ese día aprendí que los pejelagartos son una especie cuasi prehistórica. Estoy segura que es alguna mutación de la mutación de un dinosaurio anfibio.
Cosa curiosa: los Lopezobradoristas, es decir, los pejistas, es decir, los adictos al pejelagarto, tienen la piel muy, pero muy sensible.
Ya se sabe: son entre los fans los más camorreros y empecinados. Se desgarran las vestiduras sin mayores argumentos más que los que su líder les ha enseñado.
Hoy por la mañana leí un brillante texto de Gabriel Zaid.
Cito: “Las personas que insultan suelen tener un repertorio limitado y repetitivo. No AMLO. Es un artista del insulto, del desprecio, de la descalificación. Su creatividad en el uso de adjetivos, apodos y latigazos de lexicógrafo llama la atención:
Achichincle, alcahuete, aprendiz de carterista, arrogante, blanquito, calumniador, camajanes, canallín, chachalaca, cínico, conservador, corruptos, corruptazo, deshonesto, desvergonzado, espurio, farsante, fichita, fifí, fracaso, fresa, gacetillero vendido, hablantín, hampones, hipócritas, huachicolero, ingratos, intolerante, ladrón, lambiscones, machuchón, mafiosillo, maiceado, majadero, malandrín, malandro, maleante, malhechor, mañoso, mapachada de angora, matraquero, me da risa, megacorrupto, mentirosillo, minoría rapaz, mirona profesional, monarca de moronga azul, mugre, ñoño, obnubilado, oportunista, paleros, pandilla de rufianes, parte del bandidaje, payaso de las cachetadas, pelele, pequeño faraón acomplejado, perversos, pillo, piltrafa moral, pirrurris, politiquero demagogo, ponzoñoso, ratero, reaccionario de abolengo, represor, reverendo ladrón, riquín, risa postiza, salinista, señoritingo, sepulcro blanqueado, simulador, siniestro, tapadera, tecnócratas neoporfiristas, ternurita, títere, traficante de influencias, traidorzuelo, vulgar, zopilote”.
Y es que durante más de quince años hemos sido testigos del nulo avance en la retórica de AMLO. Lo suyo, así como bien dice Zaid, es el insulto.
Esto no tendría nada de malo si los insultos fueran inteligentes, no meras descalificaciones al mejor estilo “Chavo del 8”.
No hace falta abundar en el tema. La lista de Zaid es contundente y hasta creo que le ayudó un poco.
El insulto es un derecho legítimo que si se ejecuta con maestría surte un efecto demoledor.
Por otro lado, la literatura (la buena literatura) se adereza con puyazos irónicos y una que otra vuelta de tuerca.
¿A qué quiero llegar con esto?
Hace un par de días, cuando vi el video que inaugura la nueva faceta de Beatriz Gutiérrez Müller como cantautora, no aguanté la tentación de escribir el siguiente comentario: “Ayúdanos, Dios. No permitas que haya otra pésima musa. No.
Decía que no quería reflectores y ahora es todo lo que no pudo ser en las peñas. Mezcla rara de Silvio Rodríguez y Vicky Carr”.
Todo lo que escribo en redes es a vuelapluma.
A veces lo hago desde el teléfono, a veces desde otro dispositivo.
Puedo escribir manejando o en el comedor o en la fila del banco, pero a pesar de la inconveniencia del contexto, nunca me retracto, al contrario, si me da tiempo suelo ampliar el comentario.
Y sí: me parece que Gutiérrez Müller está excedida en protagonismo.
Nunca antes se había mostrado tan abiertamente sedienta de reflectores.
Algo queda claro: está viendo que “está sí es la buena”, por lo tanto, es hora de detentar ese poder y sacar el repertorio.
¿Está mal, está bien?
Esos son juicios que no me interesa hacer.
Lo único que digo es que, fiel al estilo de lopezobradorista, es sumamente contradictoria. Sus dichos no empatan con sus hechos.
Pasó un día completo desde que subí el video con su respectivo comentario “venenoso”, para que la propia señora de AMLO me contestara lo siguiente desde su cuenta personal de Facebook: “Hablas con envidia, se nota a leguas”.
Ufff.
¿Qué me queda después de esto?
Confirmar lo que pensamos millones de mexicanos que no compartimos las ideas de AMLO (y de su equipo y, por supuesto, de su esposa): que tienen la piel muy sensible. Que son intolerantes a la crítica. Que, sobre todo, carecen de un céntimo de autocrítica. Que los rige la incongruencia y que son clientes selectos de la ocurrencia, la pataleta y el insulto sin argumento.
Después de enterarme que le tengo envidia a la (muy posible) primera dama, envié mi réplica a ese comentario (que no me pareció un comentario digno de una escritora y académica, sino más bien parece la respuesta que me daría mi vecina del 3 cuando la miro trepada en unos zapatos que, efectivamente, mataría por tener): “No hay nada que envidiar. Es una simple crítica, una observación sobre cómo te contradices. Aquí hay un protagonismo tremendo (hasta innecesario si lo que quieres es no caer en los crímenes de Martha Sahagún, por ejemplo). Ella en otro estilo: completamente voraz. El tuyo es más sutil, sin embargo, es muy visible. Es una campaña propia. No abona al (casi ya) inminente triunfo de AMLO, y sí mucho a tu propio proyecto. Porque lo hay, se nota a leguas.
Saludos”.
Aunque pensándolo bien sí le envidio algo a doña Beatriz: su valor espartano para lanzarse al estrellato con una composición tan mal escrita y mal cantada.
