La Loca de la Familia 
Por: Alejandra Gómez Macchia / 

Instalando una bocina a la red wi fi, puse aleatoriamente diferentes tipos de música y canciones para descubrir qué tanta potencia tienen estos aparatos modernos.

Debo confesar que, a pesar de que la marca sea una maravilla y que el diseño de la bocina sea de una sutileza inclemente, extraño los equipos que traían el ecualizador expuesto.

En mi casa podía faltar todo menos buenos aparatos. Mi papá podía estar al borde de la bancarrota, sin embargo, siempre se mantuvo a la vanguardia.

En aquellos tiempos (los noventa) Kenwood sacaba unos componentes de ensueño, pero a don Toño le sentaba mejor ir comprando por separado los equipos hasta que obtenía el sonido deseado (y una torre infame de grafito y cables).

Gastaba fortunas en bocinas, en búferes, en ecualizadores y reproductores de todo lo que se pudiera reproducir. De ahí mi mala maña (y mi pésima actitud) a la hora que voy a comprar una bocina, pues por más que el vendedor trate de convencerme de que un pinche cuadrito negro puede enviar casi casi el sonido de las pulsaciones del big bang, no le creo, y hago que me compruebe sus dichos, cosa que sólo una vez consiguió un dependiente de Bose, y quedé extasiada, pero el mentado aparato salía más caro que pegarle a Dios.

En esas estaba… configurando pacientemente mi bocina y variando los ritmos y las texturas musicales, cuando el azar quiso que sonara “Porgy and Bess”.

La primera vez que escuché ese espléndido drama gershwiniano, fue en un LP que tenía mi abuelo Carlos. No era el LP completo de la obra, sino más bien uno de esos discos híbridos que se hacían en México y que metían un surtido rico de lo que la gente quería calificar como “música culta”. No te lo vendían como jazz, sino como “música culta”. Una contradicción total que denotaba la falta de información de los hacedores de discos, pues Porgy and Bess es, antes que otra cosa, una ópera (sí) pero con grandes guiños al “espiritual” y al blues, que retrata las cuitas de pobre lisado Porgy, que termina protegiendo a Bess, quien a su vez vuelve a caer en los brazos de su ex amante: un malandrín de poca monta. Porgy sufre, se lamenta como “precious” , pero nada tonto, le da mastuerzo al ex amante de Bess, y se siente todo un hombre digno de su vieja. Pero poco le dura la gloria porque se lo llevan a la cárcel y Bess se va con un drogón. Semanas más tarde, Porgy es puesto en libertad y va en busca de su amada, y la gente le dice que se fue con el camello hacia Nueva York.

El drama queda abierto pues Porgy, que tiene más fe en sí mismo que un pastor cristiano que vive en Bosque Real,  emprende el camino hacia NY para ir a rencontrarse con la diletante Bess.

Hasta aquí la breve y deshilvanada reseña del dramón.

Entonces terminé de instalar la bocina y estaba duro y dale buscando la forma de ecualizarla, pero fue inútil. Por más que oprimí botones, el cerebro de la bocina hace lo que se le pega la gana y te pone los graves y los agudos a su propia conveniencia, cosa que no está mal porque te evita la fatiga de estar ecualizando, pero a mí francamente me caga que una máquina piense por mí y decida cómo se va a escuchar la canción que quiero.

Vencida por la tecnología, me dispuse a oír las distintas versiones de P&B que tengo en mi teléfono. Comencé, como buena loquita obsesiva, por la orquestal. Luego salté a las piezas sueltas que vienen tocadas por el propio Gershwin en su piano. Después, inevitable, pasé a la que fuera mi versión favorita durante mis años de veleidosa esnob que quiere a fuerzas ser experta en jazz: la de Miles Davis. Me encanta, claro, me sigue cautivando hasta el paroxismo la trompeta de Davis, sin embargo, creo que de todas las versiones que tengo y he escuchado, me quedo, ya no con la obra completa, sino con la extraordinaria interpretación al piano de Nina Simone de “I Loves you Porgy”.

Descubrí tardíamente a la Simone precisamente por mamona. Por prejuiciosa. Por querérmelas dar de muy entendida de la “new thing” y del “Free”, desdeñando a los que no eran hijos bastardos de Coltrane, Ornette Coleman y SunRa.

Desde niña mi papá me ponía a escuchar jazz todos los malditos domingos, cosa que odiaba. Yo quería treparle a mi discman y escuchar a The Doors, o no sé, a algún grupo brunchero, pero mi jefe era desde entonces un tiranuelo que nos obligaba a mi hermano y a mí a chutarnos varias horas de jazz antes de ponernos a leer la Biblia. ¡Yisus!

No recuerdo nunca que en esas sesiones de tortura se haya presentado ante nosotros, como una iluminación, la maravillosa voz de Nina Simone.

Por eso cuando llegué a la edad de bajarle dos rayitas a mi soberbia, estaba reticente a escucharla. Sólo porque tuve la mala suerte de poner un día en el tocadiscos de mi abuelo un álbum ñoño donde la Simone ya había decaído en su rigor y cantaba covers de los Beatles y de Bacharach, que con el tiempo me reconcilié con ellos, pero en plena edad de la punzada me parecían aberrantes al igual que Herb Alpert.

Mientras escribo esto estoy repitiendo por octava vez “I loves you Porgy”, y no me importa ya que la estúpida bocina no se pueda ecualizar manualmente. Al final tiene un sonido brutal que me transporta a parajes misteriosos de mi conciencia, y de paso programo otra canción entrañable de la que me acordé hace unas horas mientras pensaba en el terrible tráfico donde los hombres que sí trabajan se quedan atrapados.

Como a eso de las tres de la tarde, mientras me preparaba una nutrida comida vegetariana, puse en Facebook: “Ando bien “He needs me. He doesn´t know it, but he needs me”. Y la gente le dio “like” como si supiera a qué me refiero, cuando no tienen la menor idea. Sin embargo, a los curiosos les gusta traducir lo que trae uno en la cabeza aunque sean puras conjeturas.

Y en realidad lo puse porque estaba meditando sobre la eterna urgencia que tiene uno en volverse necesario para alguien. Así como Porgy se volvió necesario para Bess. O como Bess se volvió la obsesión del pobre Porgy.

El caso es que ya conecté mi bocina nueva que ecualiza como se le hincha el bulbo, pero estoy feliz. Me están devorando los moscos, ya no tengo cigarros, y ahora ya no ando bien “he needs me...”, sino bien “My baby just cares for me”, que podría ser como el final feliz de una historia que estaba en suspenso.

 

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