La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Entre los muchos efectos que surte el alcohol en las personas, uno de los que más me intriga es que, de pronto, te vuelves híper sensible a sonidos o a captar ciertas frases que en la sobriedad pasan desapercibidos.
Desde niña he tenido una fascinación desbordada por la música. Más que por la danza, más que por la escritura (y es mucho decir).
Creo que de no haber escuchado tantas horas de música en mi vida, jamás hubiera podido escribir algo medianamente digno.
Todo lo que hago lo hago con música: despierto con tonadas en la cabeza, me baño poniendo canciones en el teléfono, barro y trapeo jugando con la escoba y el trapeador emulando una guitarra o un micrófono. Cuando beso, le encuentro tono y ritmo a los labios. Cuando hago el amor canturreo levemente. En el dolor y en la alegría la música genera efectos demoledores o curativos. Pero es en la embriaguez cuando he encontrado verdaderas perlas (la embriaguez no sólo de vino, sino de otros placeres como una gran conversación o el enamoramiento, o incluso la embriaguez que nace de una tristeza profunda).
Pero hablemos de la embriaguez más común (la que dota el alcohol). Cuando bebo sola, bebo poco, muy poco, y eso basta para que mis sentidos se alerten y escuche cosas que no puedo escuchar en otro estado. Si bebo en compañía lo que me sucede es que le acabo poniendo más atención a la música de fondo que al parroquiano que tengo enfrente, o acabo obligándolo a escuchar lo que yo escucho. “Mira, mira, oye esa maravilla: “Ven acá, a devolverme todos los besos que yo te di/ tu recuerdo me hace llorar cuando siento que te perdí. Ven acá / que aunque tú fueras de todo el mundo yo soy de ti”.
Si escucho esa canción de Lara siempre freno cualquier conversación, inteligente o no, estúpida o no, para remarcar la belleza de la frase.
Agustín Lara era un cabrón en toda la extensión de la palabra: gran compositor, arreglista y bueno para la falda.
Una canción, pienso, tiene de contar más allá de una simple historia: te debe de situar en el contexto de la persona que la creó.
En mi casa, en todas las casas que he habitado desde que nací, siempre ha habido música y alcohol a mansalva, y era casi imposible arrancar una cosa de la otra.
Sin embargo, últimamente he conseguido separar esos dos elementos del mismo conjunto y ahora puedo profundizar más en la música cuanto menos bebo.
Hace un mes redescubrí “Against all odds” de Phil Collins. Todo un tema, ya que llevaba años divorciada del que un día fue el gran baterista de Genesis, porque se casó con Disney y comenzó a cantar ñoñerías.
¿Cómo es que uno puede alivianarse y volver a los básicos, por decirlo de alguna forma?
La respuesta vuelve a ser la misma: el contexto.
La primera vez que escuché “Against…” ni siquiera fue con Collins, sino con Mariah Carey, a la que nunca le he puesto atención porque creo que puja más de lo que canta. En fin. Esa rola pasaba de largo en mi mundo porque ella la cantaba y porque luego, cuando salieron los famosos programas de concursos para neo cantantes tipo American Idol, a los chavos les imponían esa canción como todo un reto vocal. Por eso, creo, nunca le presté la atención debida.
Y ahora que la volví a oír, en un contexto encantador, en el lugar indicado, a la hora correcta, y con todos mis sentidos dispuestos, me reconcilié tanto con la canción como con don Phil.
Sigo pensando que no es “LA” canción. Es más bien una balada almibarada, sin demasiados artilugios en el acompañamiento, en la que Collins es el que luce a pesar de que su voz parezca la de un ornitorrinco hambriento.
He de confesar que a partir del redescubrimiento la he vuelto a poner unas cincuenta veces y noto que tiene algo, que no sé que es, que acaba por estremecerme. Quizás es la historia que cuenta: el drama de alguien al que le están dando aire y le está suplicando al otro (a) que voltee, aunque sea para verlo llorar. Pero, lo importante es que, contra todos los pronósticos, sabe que su romance no se malogrará.
Ese tipo de canciones, que en la sobriedad nos pueden pareces sosas, cuando uno trae un quiebre encima resultan reveladoras, no por el tema en sí, sino por el sentido en el que el borracho lo aplica a su propia desgracia.
Recordemos, así como decía Neruda (que la poesía es para el que la necesita y no es exclusivamente de quien la escribe), así igual la música. Uno se puede adjudicar cualquier historia ajena como propia con la misma facilidad con la que se puede meter un sombrero en la cabeza.
¿O no?
