Me lo Contó la Luna
Por: Claudia Luna / [email protected]
“Los hombres eran los cazadores y las mujeres las recolectoras”, escuché decir hace años a Paco, un amigo que, cuando se tomaba unos tequilas, se tornaba elocuente o, quisiera pensar, al que los brebajes espirituosos le aclaraban las ideas como también me sucede a mí. Él contaba que, desde la prehistoria, los hombres salían a cazar y las mujeres se dedicaban a recoger frutos, madera y cualquier otra cosa necesaria para sobrevivir. De tal suerte que los hombres concentraban su atención y energía en una sola faena, mientras que las mujeres, a través de la historia, desarrollaron la capacidad de atender un sinnúmero de actividades. Ellas, además de la recolección, se hacían cargo de criar y alimentar a los hijos y demás labores relacionadas con mantener el asentamiento.
Pensaba en las palabras de mi amigo y no podía si no imaginar a las mujeres de la prehistoria con algún tipo de bolso o morral, reuniendo artículos que, a su parecer, podrían serles útiles para subsistir. Algo similar a lo que hacemos nosotras hoy en día.
Tuve esta idea dándome vueltas en la cabeza por un tiempo. Cuando salía a la calle, miraba a mi alrededor y pude corroborar que 98% de las mujeres cargaba una bolsa a cuestas. Las hay de todos los tipos, materiales, tamaños y precios. A lo que me pregunté: “¿Llevamos un bolso para recolectar o para cargar con los implementos que consideramos indispensables?”.
Tras mis ejercicios de observación, no pude menos que estar de acuerdo con las aseveraciones del querido Paco. Sin embargo, y como ya estaba metida en el tema, investigué el asunto un poco más a fondo. Empecé a examinar imágenes de la prehistoria, comencé con los murales rupestres. La cueva de Altamira, en el norte de España, es uno de los mejores ejemplos del arte cuaternario. Más adelante, me topé con las imágenes de Lascaux en Francia, en donde encontré toros majestuosos de enormes
proporciones.
Entre más veía, más quería ver. Fue así como di con la cueva de Chauvet-Pont d’Arc, también en Francia, de la cual nunca había escuchado y por una buena razón. Este asentamiento fue descubierto en 1994 cuando yo tenía una niñita que ocupaba mi tiempo y un segundo bebé moraba en mi vientre y mi mente.
En mi búsqueda, no encontré imágenes de mujeres con bolsos, pero sí bisontes, caballos y ciervos pintados hace más de 20 mil años. De igual manera, me percaté de las huellas de manos mezcladas con las imágenes de los animales. Supuse que pertenecían a los cazadores que habían dejado, así, constancia de sus hazañas.
Sin embargo, el arqueólogo Dean Snow, analizó huellas de manos encontradas en ocho cuevas de Francia y España. Comparó la longitud de algunos dedos y determinó que 75% de éstas eran femeninas. Concluyó que, en la mayoría de los casos, las mujeres fueron las autoras de estas pinturas.
Otros estudiosos plantean que, en la mayoría de las comunidades de cazadores-recolectores, los hombres se encargaban de la caza, pero eran las mujeres las que llevaban las piezas de regreso a la morada. Es decir, ellas estaban igual de involucradas en la cacería que los hombres.
Estos descubrimientos echaron por tierra algunas de las teorías del querido Paco, aquellas que excluían a la mujer de la caza.
Desde el principio de la historia, las mujeres hemos trabajado en equipo con los hombres, hemos sido cazadoras, recolectoras, artistas, madres, gurús y todo lo que hemos deseado ser. Esta flexibilidad y amplitud de roles es inherente en nosotras, desde siempre.
Por otro lado, es justo decir que, cualquiera que sea su origen, los bolsos nos encantan a la mayoría de nosotras, ya sea para recolectar, guardar o sólo adornar.
