Figuraciones Mías 

Por: Neftalí Coria / @neftalicoria 

Algunos de los personajes que viven en la literatura que leemos, suelen permanecer en la
memoria y muchos de ellos –al igual que la gente que hemos conocido en la realidad–, se quedan a vivir en nuestra historia y se vuelven tan cercanos, que llegan a ser entrañables.

En muchos casos también encontramos parecidos y coincidencias entre unos y otros. Por ejemplo, alguna vez conocí –durante mi juventud primera– a una muchacha que me atraía y de la que encontraba un gran parecido a Alejandra, la protagonista de la novela “Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato. No sabía bien por qué eran parecidas hasta fisicamente, pero así lo creí.

Por estos últimos días, he pensado en mis amigos con los que descubrí la literatura y con los que el nos ocupaba el juego serio de los libros sobre las mesas de café, durante largas horas rebosantes de conversación, discusiones, acuerdos, desacuerdos, incluyendo distanciamientos por nuestras oposiciones. Recuerdo claramente, cuando Flaco lloró porque la inmoralidad de Emma Bovary le había llevado injustamente a la fama y a colocarla en los escaños más altos de la literatura universal como una joya, mientras que por el contrario, Chino, Gordo y yo, estábamos de acuerdo y defendíamos la libertad amorosa de aquel personaje emblemático y equivalente al Juan Tenorio en mujer.

Flaco la odiaba por haber sido tan cruel con Charles, su honrado marido al engañarlo y
enamorarse de Rodolfo y después de Leon. La discusión transcurrió en esas posturas, pero la que sobresalía, era la enérgica teoría de Chino.

–¡Todos somos libres de amar a quien sea! –casi gritaba–, ¡y las mujeres también, Flaco!
–¿Y si Mariela te hace eso, qué vas a hacer? –le increpaba Flaco.
–Yo no me voy a dar cuenta idiota– respondía con seguridad Chino abriendo los brazos.
–Pero no deja de ser una putería– aseguraba Flaco–, Emma Bovary es una mujer mala. Y
Charles sí se dio cuenta, porque vio las cartas.
–Bueno, también fue libre de hacerse pendejo.
–No se puede contigo Chino –le dijo Flaco –no se puede, no se puede, eres un necio.
–Y tú un prejuicioso.
La discusión se acrecentó hasta que Flaco enfurecido, no podía creer, cómo una obra como la de Flaubert, hubiera sido tan influyente en la literatura, tratando un tema tan inmoral.
–Estás mal de la cabeza –remataría Chino y se levantó de la mesa.

Recuerdo con claridad, que se fue a caminar cruzando la madero para dar tres vueltas en la
Plaza de armas, caminando medio jorobado, como acostumbraba en esos momentos de enojo.

Luego volvió por su mochila de libros, dejó el monto de su café y se fue diciendo que para amigos tan mediocres, le bastaban los de su barrio en la Ventura puente.
Vi a Flaco agacharse y llorar. Nada preguntamos Gordo y yo. Y buscamos hablar de otra cosa ante el silencio de Flaco que seguía cabizbajo.

–No lo tomes tan a pecho, Flaco –le dijo Gordo.

Me dio la impresión que se hablaba de Ema Bovary, como si fuera una mujer que era nuestra conocida en la realidad juvenil en la que estábamos aprendiendo el oficio de escribir. Como si Charles Bovary, fuera nuestro médico y Morelia, fuera la aldea en la que sucedía la historia de la novela de Flaubert.
–Personajes como estos, no educan a nadie –dijo Flaco por fin.

Nos miramos con Gordo y no dijimos nada. Seguimos sentados sin contradecir a Flaco y
tratamos de convencerlo que aquello era el siglo XIX y sucedía en Francia, que no fuera tan
aprensivo.

–No, no es nada más Francia, eso sucede en todas partes –nos refutó.
Nosotros callamos y esperamos el momento de marcharnos. Flaco se fue sin despedirse.

A mis amigos, de los que no sé su destino, hoy puedo verlos en la memoria del mismo modo que veo personajes memorables de la literatura que leí. Hasta he llegado a construir historias imaginarias de Chino y su novia Mariela enfundada en el carácter de Emma Bovary. En la lejanía, poco encuentro diferencias, entre los personajes que nos apasionaron y ellos, mis amigos, porque convivimos a la par con gente real y personajes que hallamos en las novelas leídas y amadas.

¿Y qué aprendí de personajes y personas que me han acompañado en la vida? De ambas
categorías de seres, mucho he aprendido sin lugar a dudas. Y aprendí que la vida no es un sueño por ejemplo, como me lo enseñó Segismundo, que la imaginación y la mentira como arma, pueden llevarnos a las peores catástrofes humanas como lo he visto en Otelo, Yago y Desdemona.

Imposible no aprender, de como vive Bartleby, como ejemplo del hombre que se niega al caminar del mundo y las cosas por hacer.

Tampoco olvido las palabras de la persona de Sergio Magaña, mi primer maestro de teatro que me enseñó que el el arte dramático se hace con el corazón, la razón, el talento, la técnica y el estudio del alma humana, sino mejor no hacerlo. Aprendí de mi padre que la honradez es indispensable. Aprendí gracias a mis amigos Flaco, Chino y Gordo –que están a punto de convertirse en personajes–, que la literatura es algo más que las deliciosas discusiones en el café, y que es un oficio como el del minero, el obrero o el carpintero; un oficio de construcción y que se necesita buen tino, perfecto cálculo y la mejor luz en las palabras para vivir la soledad.

Hoy mi vida –gozosamente revuelta entre personas y personajes– tiene un destino claro, en el que la imaginación frente a la realidad, es la única arma, el único instrumento con el que puedo mantenerme de pie sobre el mundo, y con el amor y las fuerzas necesarias para no caer.

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