Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
Antonio Deltoro, es un poeta al que he leído desde hace mucho. Recuerdo que conocí su poesía en la ediciones de Punto de Partida de la UNAM en el volumen colectivo “Donde conversan los amigos” al lado de la magnifica Mariangeles Comesaña y el muy buen poeta Eduardo Hurtado. Una edición de 1982 que conservo con el sabor de haberlo leído con la frecuencia y la paciencia del que –en aquellos años– quería descubrir la piedra misteriosa de la poesía.
Muchos años después, conocí a Antonio, a quien intempestiva y misteriosamente lo veía escribir en el café de los portales de Morelia y sabiendo quién era, nunca me atreví a acercarme y hablar con él. Sólo me preguntaba, qué hacía el poeta en la ciudad en la que hasta la fecha yo vivo. Más tarde, supe por mi amiga Silvia Figueroa, que sus frecuentes visitas, se debían a que acompañaba a alguien que hacía investigación histórica en el Exconvento de Tiripetío y él se quedaba en la ciudad para hacer lo que un poeta puede hacer en una ciudad extraña: mirar, tomar café al aire libre, contemplar, escribir. Esa imagen tengo de Antonio.
Cuando nos conocimos, supe que él sabía de mí y la amistad fue inmediata. Desde entonces cada que nos encontramos, nuestras breves charlas, me dejan un muy buen sabor en la memoria. También –no hace mucho– en Aguascalientes conocí a Eduardo Hurtado y también supe de la persona agradable que es. Pero como el azar no deja cabos sueltos, en 2017, conocí por fin a Mariangeles Comesaña de quien nunca he olvidado un poema suyo titulado “La guitarra de Sara desatando este verso”. Hablamos largo y la amistad se hizo como se hace la luz cuando debe nacer “Donde conversan los amigos”. Aquella lectura de estos tres jóvenes poetas que reunidos en el volumen colectivo, que en 1982 conocí cuando vagaba por la ciudad de México con libros para estudiantes en mi morral, fue significativa y nunca imaginé que años después a los tres poetas los conocería y llegaría a ser amigo de ellos.
Pero esta vez quise hablar de Antonio Deltoro (De Mariangeles y de Eduardo hablaré en otra ocasión), porque he sido lector de su obra desde entonces, lo que significa que ya hace muchos años que vivo en su poesía como en casa propia. Y viene al caso, porque ahora que preparo un programa de televisión sobre literatura en el Canal 8 del grupo RadioTele, en la sección que dedico a la poesía, he leído un poema suyo que me gusta, me conmueve y me hace creer en la vida y sus profundas y sencillas esperanzas.
En la pasada Feria del libro de Guadalajara, nos encontramos con Antonio poco antes de la presentación de su nuevo libro en el stand de la editorial ERA. Me regaló un ejemplar de “Rumiantes y fieras” –que él mismo allí compró–. Yo le regalé mi “Bestiario íntimo”. Nos despedimos. Yo con la alegría de llevar en mis manos un libro más de Antonio y de haber conversado con él brevemente.
Leí su libro con avidez y poco a poco fui sabiendo, que lo diáfano en el verso y la puntualidad clara de las imágenes, son el zumo en la poesía de Deltoro y ese líquido que también es música, corre como el agua de un arroyo. “Rumiantes y fieras”, es un libro que sobre todo, hace preguntas, revela y advierte que las cosas pequeñas del mundo, también son una pregunta, un signo de interrogación, una respuesta discreta que sin el descubrimiento del poeta en el poema, los demás las pasaríamos de largo. Y es que el poeta eso es precisamente lo que hace y pudiera decirse, que es su labor con la escritura del poema; el poeta nos acompaña en el jardín de las dudas y quizás nos lleve a la puerta de salida de el laberinto que suele ser la vida, cuando tratamos de comprenderla. Advierto en estos poemas de Deltoro, la presencia de una voz que nos da a entender, que las preguntas también se responden con su multiplicación, o por el contrario con la fragmentación de cada pregunta: “¿El gato con modales de Zorra?”, dice en el poema “Lucas”, que sin duda debe ser el nombre del gato. Presentes están los animales en este libro compacto, pero creo que es el pensamiento luminoso, el fiel protagonista de los poemas que lo componen.
La poesía de Antonio Deltoro –en este libro–, está escrita en la alta sencillez, pero de manera notable, esta manera de hallar la poesía debajo de las piedras del lenguaje común, es producto de una búsqueda incansable por transitar los sentidos diversos y en oposición que la vida tiene. Este libro fue escrito en perfecta comunión con la tierra y con quienes componen al poeta, como él lo ha suscrito. En un texto a modo de introducción del libro dice: “me componen perros, libélulas, rumiantes, piedras, vecinos, parientes y gatos…” y de un modo que mucho tiene que ver con su poesía, dice: “La amistad no es un club, ni un partido, ni una secta, ni incluso un techo común: es la simpatía más pura y sutil, es una curiosidad misteriosa y cordial.” Nada mejor descrita su amistad con el mundo y con quienes lo componen que –no lo dice textualmente–, pero es claro que lo compone sobremanera, la poesía, la escritura, las palabras, un lápiz, otros gatos, la fiera belleza, el don de las noches de luna, en fin, ese aceite que compone y permite no hacer ruido a los poetas cuando escriben con la paciencia, y con la misma mirada con la que también deberíamos vivir.
