Me Lo Contó La Luna
Por: Claudia Luna[email protected]

Conocí a Henry cuando impartía una conferencia en Miami. Desde el primer momento me atrapó su carisma y su extraordinaria capacidad para explicar conceptos intrincados de manera clara y sencilla. Es un hombre encantador que se ríe con los ojos. En su plática, hablaba del pájaro africano Sankofa. Aun recuerdo la luz que reflejaban sus pupilas al explicar por qué esta ave mira hacia atrás y camina hacia adelante.

Al poco tiempo de este primer encuentro, nos visitó en casa. Fui a recogerlo al hotel donde se hospedaba. Me sentía nerviosa porque sabía que es un académico brillante, así que planeaba en mi cabeza algún tema interesante para discutirlo durante el trayecto. Empecé con un: “¿Cómo dormiste?”. Su respuesta fue inesperada: “Fantástico, dormí nueve horas”.

Toda mi vida he sido una dormilona incorregible, ocho o nueve horas es lo que usualmente duermo por las noches. Cuando escuchaba a alguien decir que dormía cinco o seis horas, me daba vergüenza decir la verdad y me quitaba un par de horas. Como cuando estoy con las amigas y discutimos nuestro peso, todas nos quitamos unos dos kilos, a veces más.

Cuando escuché la respuesta de mi amigo y me enteré de que era un dormilón como yo, no pude sino sentirme aliviada y le abrí el corazón. Le conté cuánto dormía y lo feliz que me hacía. Él solo dijo: “Cuando no duermo suficiente, mis actividades diarias parecen difíciles, pero cuando dormí bien, todo se vuelve posible”. Con esta frase, me explicó de manera llana y accesible el complejo sistema del sueño y sus patrones.

Hoy en día pareciera que el sueño es un adversario y la meta es dormir menos cada día para no perder el tiempo en esta actividad inútil. Sin embargo, cada vez más estudios enfatizan su importancia en la salud mental y física. Las viejas decían que los bebés crecen cuando duermen y es cierto, el sueño es crucial para la salud y el desarrollo de los niños. No es menos importante en la edad adulta.

Tenemos un reloj molecular dentro de nuestras células cuya función es sincronizar nuestro cuerpo con el sol. Esto pareciera ser parte de una fábula fantástica, pero es real. Cuando la sincronía se rompe nos volvemos vulnerables a enfermedades del corazón, a la diabetes y a la temible demencia. La organización internacional de la salud describe los trabajos nocturnos como “posiblemente cancerígenos”.

Cuando no dormimos suficiente, la primera en afectarse es la corteza frontal del cerebro, encargada de la toma de decisiones y de resolver problemas. Henry tenía razón cuando afirmó que todo le era más difícil si no dormía suficientes horas.

Ningún organismo vivo puede seguir con un ritmo acelerado indefinidamente. Se ha comprobado que aun los organismos unicelulares exhiben ciclos de actividad y descanso. La función del sueño es la preservación de la vida en sí misma. Es mientras dormimos que nuestras células se recuperan y producen hormonas para darle servicio a nuestros huesos y músculos.

Cuando estamos despiertos recolectamos información. Mientras dormimos, nuestro cerebro crea conexiones, consolida la información obtenida, refuerza la memoria y estabiliza el estado de ánimo. De ahí que, cuando aparece algún gruñón en la mañana, nuestra conclusión inmediata sea que pasó una mala noche.

Cuando finalmente se hace el silencio, se apagan las luces y dormimos, la máquina más compleja del universo, nuestro cerebro, está lista para hacer lo que desea y necesita; jugar, escapar, sanar, crecer, aprender.

El hombre promedio, hoy en día, duerme siete horas diarias, dos horas menos que hace cien años. Tal vez es momento de mirar hacia atrás, como cuenta la leyenda del pájaro africano Sankofa y, si es que queremos avanzar, rescatar lo que hemos dejado en el camino.

Claudia Luna

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