Plumas Ibero
Por: Rocío Barragán de la Parra
Uno de los procesos trascendentales de la tarea educativa es sin duda la evaluación, ¿qué se debe evaluar?, ¿por qué se debe evaluar?, ¿para qué?, ¿cuándo hacerlo?, ¿centrarse en los procesos o en los resultados? Estas son algunas de las interrogantes que los docentes se plantean al diseñarla y uno de los mayores retos es integrar una estrategia de 180 grados que conjunte, si no todas, al menos la mayoría de las siguientes características de este proceso:
Integrada. Lo que implica congruencia y sentido con el diseño y desarrollo curricular del plan de estudios.
Formativa. A través del proceso y resultados de las diferentes acciones educativas propiciar el desarrollo integral de cada uno de los estudiantes.
Orientadora. Por su cariz formativo más allá de la evaluación en el “aquí y ahora”; generar la reflexión de lo que se aprende, cómo se aprende y para qué; promoviendo la capacidad de aprender a aprender, llamada también “metaconocimiento”.
Continua. Porque debe ser un proceso que suceda y se atienda todo el tiempo, con un sentido transversal.
Recurrente. Fundamentada en criterios previamente definidos y sistematizados, considerando no sólo los resultados de cada uno de los estudiantes, sino su avance o retroceso y los factores que influyen en el proceso.
Cooperativa. Con el propósito de impulsar el desarrollo de una competencia compleja y trascendente para el ámbito personal y profesional: El trabajo colaborativo.
Decisoria. La finalidad última de la evaluación implica sin duda la asertiva toma de decisiones.
Algunos de los desafíos que el docente enfrenta en su diseño son:
Visualizarla como un proceso integral para ordenar, asesorar, regular y reorientar las estrategias y herramientas que se utilizan al interior de la clase e ir más allá del tradicional examen o exposición.
Evaluar los criterios que se consideran, para identificar cómo orientar, moderar y/o mejorar el proceso formativo de los estudiantes, valorar los aprendizajes logrados y el grado de adquisición de sus competencias.
Considerar en la evaluación el propio desempeño del profesor, recursos utilizados, su atingencia, viabilidad, contexto y actualidad de los contenidos y, sin duda, reconocer el principio que anima el quehacer docente y el modelo educativo en el que se inspira.
“La escuela no cambia por decreto. Puede modificarse la estructura, el currículum, los itinerarios, pero no se transforma si no se cambia la actitud y se mejora la capacidad educativa”.
Miguel Ángel Santos Guerra.
